Capítulo Cuatro: La Men-O-Pausia

- Ay nena –dijo Raúl-. No deberías contestar.
- No sé tía… -a lo mejor nos ha visto.
- Pues más motivo aún. Seguro que quiere asesinar a los únicos testigos de sus fechorías.

Descolgué el teléfono mientras Raúl soltaba un grito en silencio, como la loca del cuadro aquel que se llamaba… ¿cómo era? Ah sí, ¡El Grito!

- ¿Sí?... Hola tía… Vaya ¿en serio?... Aha… Aha… Aha… ¡Qué fuerte, meri!... ¿Qué dónde estoy? –miré a Raúl, que decía que no con la cabeza, con las manos y con todas las partes de su cuerpo con las que podía decir que no. Pestañas incluídas-. Pueees… estoy aquí… con Raúl. –Raúl volvió a poner su cara de cuadro expresionista-. ¿Dónde? Dónde… ¡qué buena pregunta tía!... ¿Dónde estamos Raúl?
- No lo sé nena –dijo Raúl, acercándose al teléfono-. En algún cuarto oscuro. Y no cabe nadie más.
- Jajajajajaja, qué simpática tía –reí mientras le pegaba una colleja a Raúl-. Sigue chupando ¡guarra! Jajajaja. Bueno tía, que te tengo que ir dejando… Ah… Ah… Uy… es que no sé si vamos a poder… porque estamos muy liadas y hemos quedado… con… con…
- ¡Un psiquiatra! –gritó Raúl.
- Con Hugo. Que está depre porque ha pillado a su novio follando con su mejor amiga…. Ya tía, súper heavy… Ya… ya… Pero oye tía que… Sí… Sí… Ay es que no sé si vamos a poder… Pero… Ya… te entiendo, te entiendo… pero es que…

Raúl me agarró el móvil.

- Oye Iván. No me seas tocahuevos. Que te queremos un montón pero que hoy no podemos quedar, joder.

Y colgó.

- Y ese, maricón, es el arte de decir que no –dijo Raúl.
- Me has dejado… boquiabierta, por no decir muerta, que está muy demodé –dije yo.
- Bueno ¿ahora qué hacemos?
- Hugo no va a querer salir de casa, es demasiado pronto.
- Pues yo a la Fnac no subo, que ahí no se puede robar – dijo Raúl.
- No se puede robar… más, querrás decir. Porque antes de que te pillaran mira que te habías llevado singles de la Naranjo ¡que con razón se agotan tan pronto!
- Oye maricón, que yo lo hago por vosotras, porque la cultura ha de ser gratuita.
- Pues a mí me apetece tomarme un café.

Así que comenzamos a andar por las Ramblas como extranjeras en nuestro propio hogar. Porque hay que ver cómo se ponen las Ramblas últimamente, que paseamos por ahí porque no nos queda más remedio, que yo creo que nos vamos a cualquier calle europea y me siento más en Barcelona que aquí mismo. Nos cruzamos con todo lo que te puedes cruzar un día cualquiera en mi ciudad: borrachos, estatuas vivientes, putas (una hasta me tocó el culo y yo lo primero que hice fue comprobar si no me había robado la cartera), viejos que escupían como si les fuera la vida en ello, extranjeros borrachos, extranjeros drogados, extranjeros medio borrachos y medio drogados, extranjeros que ya venían borrachos y drogados de casa y extranjeros, a secas. Pero iban de camino a emborracharse o a drogarse.

Al final, no sé cómo, acabamos metidos en un local muy mono y muy pequeñito de una calle paralela a la Rambla al que nunca va nadie y donde sirven unos granizados de café que ríete tú de Juan Valdés buscando al Yeti.

- Oye tía –le dije a Raúl-. ¿Sabes qué?
- ¿Qué?
- Que quiero enamorarme.
- Buenoooo… ya empiezas…
- ¿El qué? – pregunté.
- Pues que ya te ha venido…
- ¿De qué hablas nena?
- De tu Men-O-Pausia.
- ¿Mi qué?
- Tu Men, guión, o, guión, pausia. Es una etapa que te da… como mínimo dos veces al año, y que consiste en que te oímos quejarte durante un par de semanas de lo sola que te sientes y de las ganas que tienes de encontrar a alguien para compartir tu vida y esas cosas bonitas de cada día. Luego vas a Arena, te metes en el cuarto oscuro, te comes un par de pollas anónimas y se te pasa.
- O conozco a alguien interesante con el que comparto un romance apasionado…
- Que te acaba destrozando el corazón porque tú te crees que eres la Doctora Quinn y en realidad no eres ni la recepcionista de Hospital Central, que lo más interesante que le pasó en su vida fue cuando dejaron los lápices para usar bolis en los formularios del INSALUD.
- Tía, qué inspirada estás –elogié a Raúl.
- Es el granizado. A la gente normal el frío le para el cerebro, a mí me pone como una moto. Porque como está siempre en hibernación pues a la que lo enfrío se pone como una locomotora.
- ¡Nena! ¡Mira ese! – y señalé a un tío buenísimo que pasaba por la calle, junto al ventanal en el que estábamos sentadas.
- No tía no. Ése no.
- ¿Por qué no? Míralo… tan fibrado… con esa sonrisa de pillín… ¡y las piernas depiladas!
- Maricón, no se ha depilado. Es que aún ¡no le han salido los pelitos! ¡Debe tener siete años!
- ¡Exagerada! A lo mejor es un poco lampiño, pero es mayor de edad, tiene pelitos. Y si hay pelito no hay delito.
- No hay pelito ni nada de nada. Ay tía, no cambias nunca. ¿Quieres hacer el favor de centrarte y poner tu punto de mira en alguien que tenga algo entre oreja y oreja, para que no te pase lo de siempre?
- ¿Y qué quieres que le haga? ¡Soy la Ana Obregón del Gay-Xample!
- ¡Y así estás! –gritó Raúl.
- ¿Qué lo dices? ¿Por la separación monstruosa que hay entre mis dos pechos siliconados?
- No guapa, por tu Men-O-Pausia. Tú necesitas es un pollón bien maduro. Alguien que te trate como te mereces y no que haga y deshaga contigo a su antojo. ¡Que tienes veinticinco años ya! ¡Asaltacunas!
- Joder, lo dices de una forma que parece que tenga sesenta y cinco años, puta.
- Es que tienes una edad ya ¿eh? Mira, tu último rollete. Alberto. ¿Qué pasó con él?
- No me hables de Alberto tía…
- Sí, sí que te hablo de Alberto. El de “ay, cuánto te quiero, qué ganas tengo de compartir mi vida contigo” y ¡míralo! Nunca dejó a su novia del instituto y aún se la follaba mientras tú le recargabas el móvil para que pudiera mandarte mensajitos que nunca te mandaba ¡porque se lo gastaba en llamaditas para quedar con sus otras novietas!
- Pero Alberto fue diferente…
- Alberto fue un CABRÓN. Y punto.
- Vale. Pero no siempre ha sido así. Pedro era muy majo.
- ¿PEDRO? – gritó Raúl-. ¡¡NO ME HABLES DE PEDRO!!
- Y si lo vas a hacer –dijo la señora que había en la mesa de al lado- sería un detalle que lo hicierais en voz baja.
- Usted perdone, Mercè Rodoreda –dijo Raúl.

A mí me dio la risa y tuve que levantarme y salir del local porque no aguantaba la mirada de aquella dama de la burguesía catalana que nos acababa de llamar la atención. Que razón no le faltaba, pero es que Raúl tenía razón. Era la momia de Mercè Rodoreda.

- De algo tenían que servirme las clases de literatura ¿no? –dijo Raúl, al salir del bar.
- Qué fuerte tía –dije yo, al ver mi móvil.
- ¿Qué pasa? ¿Es Hugo?
- No tía ¡La Peligros! ¡¡Cinco llamadas perdidas!!
- ¿Cinco llamadas perdidas? ¿Y cómo coño puede ser que no las hayamos escuchado?
- Pero si con los gritos que pegabas no me oía ni yo ¿cómo coño iba a oír el móvil?
- ¿Y por qué cojones te llama tanto la energúmena esta?
- No sé tía… ¡mira! ¡Un mensaje suyo!
- A ver, a ver.

Las dos nos abalanzamos sobre el móvil para leer el mensaje que nos había mandado la Peligros:
“Tia, siento sr tn psada. Xo ncsito hblr cn vostrs. Stoy n Ls Rmbls. Xfavr, os ncsito. Sntda dlante d knlets. Ha hbido 1 accidnte. Toy mirando. Xfa,xfa,xfa. S imprtnte!!!”

Y se me acabó la batería del móvil.

- Hostia puta tía –dije yo-. Es gafe hasta en la distancia.

Capítulo Tres: La Peligros

Después de insultarnos Hugo cerró la puerta y no volvió a abrir. De poco sirvieron las llamadas al timbre, los golpetazos y los gritos desesperados de Raúl. Hugo creía que le habíamos llevado a Mario a propósito y no quería saber nada de nosotras, como mínimo, hasta la hora de la cena (eso no nos lo dijo ella, pero a la hora de la cena se pone siempre un cd de Death Cab for Cutie y cuando se pone ese grupo siempre tiene que estar hablando con alguien).

- ¿Y tú qué coño haces aquí? – le pregunté a Mario.
- Pues imagino que lo mismo que vosotros –respondió.
- Yo no he venido a pedirle perdón a Hugo por follarme a su mejor amiga –dijo Raúl-. ¿Y tú nena?
Negué con la cabeza mientras chasqueaba la lengua como sólo las mujeres Almodóvar saben hacerlo.
- Pero quiero saber cómo está –dijo Mario.
- ¿Y cómo quieres que esté? ¡Te estás follando a su exmejor amiga! –exclamé.
- ¿Ha dejado de hablarle a Laura? –preguntó Mario, desconcertado.
- ¡Más le vale! –gritó Raúl-. Pero vamos a ver ¿tú de qué planeta vienes? Te follas a la mejor amiga de tu novio ¡¡que eso es lo peor que le puedes hacer!! ¿¿Y aún esperas que te escuche y que ellos sigan siendo amigas?? Meri, éste se ha vuelto hétero de golpe.
- ¿Qué lo dices? –pregunté-. ¿Por qué le gustan los coños?
- No, porque se ha vuelto imbécil.
- Hala tía –dije yo-. Que no todos los héteros son imbéciles.
- Para estas cosas sí. Se vuelven simples. Y de tan simples acaban volviéndose imbéciles.
- Bueno, está claro que vosotros tampoco me vais a escuchar, así que mejor me voy –dijo Mario.
- ¿Ahora te vas? Después de jodernos el secuestro express te vas, con el rabo entre las piernas –dijo Raúl.
- Va tía, no te pases. Déjale que se vaya –dije yo, y miré a Mario-. Pero no hemos acabado contigo ¿eh? Que cuando Hugo esté en pleno uso de sus facultades mentales iremos a por ti.

Mario nos miró fijamente sin saber qué hacer. Se quedó parado, intentando decidir si respondía algo o se iba sin decir nada. Cogió aire y dijo:
- Puta.

Y se marchó, dejándome a mí en la misma situación en la que se acababa de quedar él. Cuando reaccioné sólo pude decir una cosa.
- ¡Señora Puta para ti, mamarracha!
Y no hubo respuesta.
- Bien dicho tía. Ese “mamarracha” te ha quedado muy de heroinómana de Chueca, pero guay. Has sabido imprimirle a tu insulto un tono amenazante que te ha ido muy bien.
- ¿Estoy nominada?
- No, meri, no. Cruza la pasarela. –Raúl se acercó al ascensor-. ¿Y ahora qué hacemos? Porque está claro que Hugo no va a salir de casa. Por lo menos en… dos horas.
- Me han dicho que han cambiado a la plantilla del Pull & Bear de Pelayo tía, podríamos ir a ver si ligamos –propuse yo.
- Querrás decir a ver si reconocemos a alguien, maricón. Porque entre lo puta que soy yo y lo bocazas que eres tú tenemos visto (y otras cosas) a todo el personal de Inditex.

Una media hora más tarde estábamos ya plantadas en el Pull & Bear ojeando la ropa y echándole el ojo a los vendedores.
- ¿Qué te parece ése? –dije yo, señalando a un moreno muy mono que estaba ordenando unos pantalones con tan mala leche que parecía Uma Thurman de compras en el Zara.
- Horroroso meri.
- Pero si es muy mono…
- Exacto. Mono. Ésa es la palabra. Pero no mono en plan “ay, qué majo” sino mono en plan El Planeta de los Simios.
- Jajajajaja. Qué bruta eres, nena.
Nos movimos un poco hacia el final de la tienda.
- Uy esa, mírala que estirada –dijo Raúl.
- ¡Pero nena! ¿Qué coño haces mirando a una mujer?
- Oye tía, hay que conocer al enemigo.

Y es que para Hugo, Raúl y yo las mujeres eran el enemigo. En realidad lo nuestro con las mujeres es como con las lesbianas. Las adoramos pero las mataríamos a todas. A unas porque nos hacen la competencia (cuando no se follan a nuestros novios) y a las otras porque pudiéndonos hacer la competencia ¡se dedican a ignorarnos y a criar gatos! Y no soportamos que alguien nos ignore, aunque no nos lo queramos tirar.

- ¡Maricón! –me dijo Raúl y me cogió del brazo con tanta fuerza que pensé que me lo iba a arrancar y se iba a largar corriendo a ver si le pitaba al salir de la tienda.
- ¿Qué pasa tía? –pregunté, librándome de sus garras.
- ¡LA PELIGROS!
- ¿DÓNDE?
- ¡AHÍ!

Y señaló hacia una esquina de la tienda. Allí estaba, La Peligros, abriendo una puerta de lo que debía ser un almacén y desapareciendo tras ella.

- ¿Qué hace ésta aquí? – preguntó Raúl.
- No me puedo creer que alguien le haya dado trabajo.
La puerta se volvió a abrir y apareció La Peligros con una escalera plegable.
- ¡Ay Dios mío! –dijimos las dos, y nos alejamos todo lo que pudimos de ella.

La Peligros se plantó delante de una estantería y colocó la escalera bien abierta. Comenzó a subir por ella hasta llegar al último escalón. Justo en ese momento la cadena que evitaba que la escalera se abriera completamente se rompió y La Peligros, al notar que todo cedía bajo sus pies, se agarró al estante. La chica es mona y tiene buen cuerpo, pero no es ligera como una pluma, así que la estantería cedió y La Peligros la arrancó de la pared, llevándose con ella el estante y un buen trozo de escayola.

Además consiguió romper alguna tubería que pasaba por ahí detrás y el chorro de agua empezó a salpicar a todo el mundo. Y, por si fuera poco, los demás estantes empezaron a caer uno sobre otro y La Peligros, que había conseguido aterrizar de pie, se fue hacia atrás y empujó a una compañera que fue a parar sobre una mesa de cristal que quedó hecha añicos.

Ahora entiendes por qué la llamamos LA PELIGROS.

Raúl y yo nos escabullimos de la tienda como pudimos antes de la estampida de gente empapada se lanzara hacia la puerta y nos quedamos en la acera de enfrente (es nuestro sino) esperando a ver qué ocurría. La ambulancia que venía a recoger a la compañera a la que La Peligros había incrustado en la mesa de cristal no tardó en llegar. Tampoco tardaron los bomberos, que cortaron el agua.

A La Peligros la localizamos junto a un escaparate, fumándose un cigarro. A su lado el chico mono le hablaba y le daba palmadas en la espalda, intentando tranquilizarla, pero sin acercarse demasiado por si la peligros resbalaba y lo empujaba contra el tráfico (que no sería la primera vez). Al rato otro chico (que habíamos localizado en la caja) se le acercó y empezó a echarle una especie de bronca mientras señalaba a la ambulancia y hacía gestos con las manos que o le estaba explicando lo tremenda que había sido la corrida del tío que se tiró la noche anterior o le estaba hablando de la inundación de la tienda. La Peligros se echó a correr, se quitó la chapita con su nombre, la dejó caer y se largó de allí sin dejar de fumar su cigarro y sin mirar atrás.

Mejor, porque así no vio cómo el chico mono pisaba su chapa sin querer y se clavaba el imperdible abierto y se ponía a gritar como una loca.

La Peligros giró la calle y desapareció, camino a la calle Tallers.

- Qué heavy nena –dije yo, mientras comenzábamos a caminar hacia Plaza Catalunya.
- Ya te digo tía –dijo Raúl-. Yo me acuerdo cuando el único peligro que tenía era que te la llevabas al cine y se te desenfocaba la pantalla o te tocaba algún capullo detrás.
- O que sacaba entradas para el concierto de Kylie y al día siguiente anunciaban la huelga general y lo suspendían.
- O cuando se compró el Bad Girls de la Naranjo y ahora la pobre se ha tirado 7 años sin sacar disco nuevo.
- Pero cargarse todo un Pull & Bear ella solita… eso no es normal tía –dije yo-. ¿Sabes? Yo siempre he pensado que lo del gafe de La Peligros va en función de su estado de ánimo.
- No te entiendo maricón.
- Pues que cuanto más contento está menos heavy es lo que le pasa.
- Pero es que La Peli siempre está cabreada tía –dijo Raúl.
- Pues por eso le pasan estas cosas.

- Tía –dijo Raúl, mientras entrábamos al Sephora a robar perfumes-, yo sé que quieres decirme algo. Pero no veo el punto al que quieres llegar. Y no sé si es porque soy tonta del culo o porque la decoración de esta tienda me está pegando un colocón que lo flipo.
- Que podríamos quedar con Iván y ver por qué está triste –dije yo, pulverizándome medio bote de Fahrenheit, de Madre-de-Dior.
- ¿Quién es Iván?
- ¡¡La Peligros, coño!!
- ¿¿PERO TÚ ESTÁS LOCA?? –gritó Raúl, y todas las niñas que estaban robando maquillaje nos miraron y salieron corriendo-. Nena, que La Peligros es… es… ¡peor que ir a comer al Restaurante de la Pantoja! ¡Que te da siete años de mala suerte! Si nos acercamos a ella después de lo de esta tarde seguro que acabamos… ¡¡¡muertas!!!
- No me seas exagerada tía. Ay, prueba esta… -le eché un poco de la CKIN2U, o algo así-. ¿Notas el aroma achocolatado?

Me sonó el móvil y metí la mano en el bolso para sacarlo.

- Achocolatao tienes tú el cerebro, maricón. Yo no llamo a La Peligros.
- No hace falta –dije yo, enseñándole la pantalla del teléfono-, ya nos llama ella.
- QUÉ-JEBY -dijo Raúl. Y nos fuimos del Sephora mientras mi móvil no paraba de pitar y sin embargo la Le Male a la que Raúl le había arrancado la alarma no.

Capítulo Dos: Shrek

Lo lógico habría sido empezar con las presentaciones. Deciros quién soy yo, cómo soy, a qué me dedico y cómo es un día de cada día en mi vida. Luego os presento a mis dos mejores amigos, Raúl y Hugo, y os cuento lo mismo que os he contado sobre mí pero de forma más resumida que por algo el que escribe esto soy yo.

Pero no lo voy a hacer. Primero porque no me apetece absolutamente nada ponerme ahora a contaros cosas que ni a mí me interesan. Segundo porque así esto queda como más original y tengo más posibilidades de que algún editor se ponga en contacto conmigo para publicar mi vida (o echarme un polvo, que también me sirve). Y tercero… porque no somos tan especiales como para ir presentándonos por la vida.

Entiéndase. Claro que somos especiales. Todos somos especiales, que diría Dolly Parton. Pero lo cierto es que Raúl, Hugo y yo somos como cualquier amigo/conocido/folla-amigo que tengas. Pero tranquilas nenas, si algún día necesitáis saber algo para entender por qué coño nos pasan las cosas que nos pasan, os lo explicaré.

Por cierto. Ni Raúl, ni Hugo ni Javi son nuestros nombres verdaderos. Ningún nombre es real. Ni siquiera el de los personajes que me invente. Algunas de las cosas que os contaré sí que son reales (por desgracia) y otras no lo son (por desgracia también). Y sin nombres reales ni hechos reales pensarás: "¿Y pa' qué coño me leo yo esto?" Pues porque sí. Y punto.

Y ahora seguramente os estéis preguntando qué coño pasó con Hugo y Mario. Sé que os dio la sensación de que a Hugo tampoco le afectó tanto descubrir que su pareja, el hombre con el que había compartido su vida durante tres años, le estaba poniendo los cuernos con su mejor amiga. Eso, nena, es lo peor que te puede pasar. Porque si tu novio se lía con un desconocido, pues no importa. Si tu novio se folla a un desconocido tampoco, pero luego te lo follas para dejarle claro quién manda. Si tu novio se lía con un conocido, sospechas. Si se folla a un conocido, le dejas. Si se folla a tu mejor amigo, es el apocalipsis.

Pero si tu novio hace cualquiera de esas cosas con una mujer, sea conocida, amiga, desconocida o la mismísima Penélope Cruz… entonces es una novela de Stephen King.

Hugo estuvo llorando unos días sin querer saber nada de nadie. Lógico. Pasó por su casa a recoger algunas cosas mientras Mario trabajaba y se fue a casa de su madre. No le llamábamos al móvil porque no queríamos molestarle (y porque sabemos cómo es Hugo y si le llamas cuando no quiere que le llames lo menos que hace es lanzarte una maldición gitana para que se te caiga la picha a trozos). Sólo le veíamos conectarse al Messenger de vez en cuando y en el Last.FM podíamos ver que estaba escuchando toda la discografía de Death Cab for Cutie. Era la única forma que teníamos de saber que estaba vivo: las listas de reproducción del Last. Hasta sabíamos cuando se hacía las pajas, cuando entre la canción 3 y 4 de un cd habían pasado más de 20 minutos.

Una tarde, sonó un móvil. Era Mario. No era ninguna novedad que Mario llamara: desde la tarde del Starbucks Mario había estado llamando a Hugo cada 3 horas. Ininterrumpidamente. La novedad era que Mario me llamaba a mí.

Yo acababa de volver del trabajo, estaba agobiadísimo y con ganas de meterme en la ducha. Me había sentado delante del ordenador para hacerme una paja viendo la última película de bisexuales que se me había descargado (sí ¿qué pasa? Últimamente me ha dado por descargar porno bi) y justo en ese momento en que empiezas a pillarle el gusto al tema, llamó Mario. Obviamente no descolgué. Intenté terminar lo que tenía entre manos, pero ver su nombre en la pantalla de mi móvil (“Mario novio Hugo”, que conozco muchos Marios) me hizo recordar lo mal que lo estaba pasando mi amiga y me cortó el rollo

Aún sin rollo me terminé la paja (¡hombre no! a mí ya me puedes enseñar fotos de Karmele Marchante después de su paso por Supervivientes que no vas a evitar que me corra, ¡bonita!) y me fui a la ducha. Allí, bajo el agua, enjabonándome, me di cuenta de que el drama de Hugo se pasaba de castaño oscuro y había que ponerle fin. También me di cuenta de que necesitaba follar enjabonado. Así que en cuanto terminé y me vestí llamé a Raúl.

- ¿Diga?
- Nena, soy yo.
- Dime meri, ¿qué pasa?
- Oye, me ha llamado Mario.
- ¡Ooooh! ¡¿Qué me estás contando?!
- Lo que oyes.
- ¿Y qué te ha dicho?
- Nada, no he hablado con él.
- Ah. ¿Y entonces pa’ qué coño me llamas, maricón?
- ¿No crees que ya es hora de perpetrar un secuestro exprés?
- Pues sí. Podríamos llevarnos un hijo de la Infanta tía, que voy fatal de pasta.
- No es mala idea… pero yo estaba pensando en Hugo. ¿Sabes algo de él?
- Que como no deje de escuchar la música que escucha acabará como Erika, tía.
- ¿Qué Erika, tía?
- La hermana de la Leti, tía.
- ¡Ah! Qué jeby, tía.
- Ya te digo, tía.
- ¿Y qué es lo último que ha escuchado, por cierto? ¿Sigue con los Death Cab?
- ¡Qué va! Ahora se ha pasado a la Naranjo. Alterna el “Europa” con “Tú y yo volvemos al amor”
- Por el amor de Dior. ¡Está peor de lo que pensaba!

Y gritado esto, colgué. A Raúl no le importa que le cuelguen; de hecho le encanta, porque le da a todo un tono como muy dramático así en plan culebrón venezolano y hace tiempo que nos enganchamos a uno y decidimos que vivir como en los culebrones es mucho más divertido.

A lo que iba: media hora más tarde Raúl estaba aparcada delante de mi casa, con las ventanillas del Focus bajadas y el cd de Kylie ambientando el barrio. Cuando salí de mi portal y me acerqué al coche comenzaba a sonar el In My Arms. Sincronicé mi llegada a la puerta del copiloto para que coincidiera justo con el how do you describe a feeling? y Raúl me respondió lo de I’ve only ever dreamed of this… y las dos gritamos lo de Oh! y me subí al coche a ritmo de la canción y Raúl arrancó.

La panadera pensó que el numerito fue muy simpático. Los borrachos del bar no pensaron nada porque no les daba la cosa para tanto. Los cholos que estaban sentados en el parque de enfrente liándose porros sintieron ganas de pegarnos una paliza salvo uno, que pensó que seguro que la chupábamos mejor que su novia y pensó que, algún día que se cruzara conmigo por la noche, me tiraría la caña.

Poco después (aún no habíamos llegado al Nu-di-ty, gracias a Dios) estábamos parados en doble fila delante del portal de la madre de Hugo.
- Vale nena –dijo Raúl-. ¿Ahora qué hacemos?
- No sé tía… ¿le picamos?
- Sí, como que va a bajar.
- Pues tú me dirás. Porque yo el ariete me lo he dejado en casa.
- ¿Y si primero le llamamos y le decimos que nos hemos ido de viaje a London y luego le decimos que no, que es broma, y que mire por la ventana, le saludamos y le decimos que baje?
- ¿Y por qué deberíamos hacer eso? –pregunté.
- No sé tía... estoy fumada.
- ¿Otra vez? Oye nena, que si sigues así no me llegas viva al season finale.
- Viva llego seguro. Pero no me enteraré de nada.
- Bueno maricón, yo creo que lo mejor es que nos colemos en el edificio y luego piquemos directamente a la puerta de su casa.
- Eso, y ponemos el dedo en la mirilla para que no nos vea.
- Ahí le has dado. ¡Vamos allá!

Cuarenta y seis minutos más tarde (el rato que tardamos en encontrar sitio para aparcar, que nos lo quitara un cincuentón, volver a buscar sitio, intentar aparcar en un espacio demasiado pequeño, seguir dando vueltas, pelearnos con una mujer que se coló entre dos coches y casi la atropellamos, volver a dar vueltas, llegar al mismo sitio donde estaba el cincuentón que ahora se iba y nos dejaba el espacio libre y se despedía de nosotros con un bonito dedo cincuentón levantado –y nosotros insultándole como dos perras-) estábamos delante del portal.

- Oye tía –dijo Raúl-. Este portal ¿no es el de la peli esa de… Play?
- ¿Play?
- Sí nena, la de miedo esa que vimos en el cine.
- No es Play nena, es REC.
- ¡La del ogro no coño! ¡La de miedo que sale la tía esa corriendo por un edificio y están todos infectados!
- ¡Que ya lo sé coño! Pero que no se llama Play hostias, que se llama REC. De grabar. REC. El botón.
- Ay tía, no me rayes.

Una mujer muy simpática salía en ese momento del edificio y aprovechamos para colarnos en el portal. Mientras subíamos en el ascensor me sonó el móvil.
- ¡Nena! –exclamé-. ¡Es Mario!
- ¡Cógelo cógelo!
Descolgué.
- ¿Diga?... Ah… Hola… Sí sí… Ya… Ya… Me lo imagino… claro…
- ¿Qué coño quiere?

El ascensor llegó al piso de Hugo.

- Pues no sé… puedo intentarlo pero… -dije yo, mientras abría la puerta del ascensor-. No te prometo nada.
- Ya está, quiere que hables con él. Qué típico.
- Calla coño. No tú no Mario, es que estoy con Raúl… ¿Dónde? … Pues por ahí dando una vuelta… ¿Y dónde estás tú que se oye tanto eco?

Caminamos hasta la puerta de la casa de la madre de Hugo. Raúl acercó un dedo al timbre y otro a la mirilla.

- ¿Dónde dices, que no te oigo bien?

Raúl hizo sonar el timbre.

- ¡En casa de la madre de Hugo! –exclamó la voz de Mario, que acababa de plantarse en el rellano tras subir por las escaleras.

- Ay coño –dijo Raúl, al verle.

Y yo colgué el teléfono en el momento en que la puerta se abría. En el umbral estaba Hugo, vestido con una bata de boatiné que imagino que le había robado a la madre de su madre. Primero vio a Raúl, tapando la mirilla. Luego me vio a mí, con el móvil en la mano. Y luego se fijó en Mario, que se acercaba a la puerta. Paseó su mirada durante un tenso momento por cada una de nuestras caras y finalmente se detuvo en la mía y en la de Raúl, a la vez. No sé cómo coño lo hizo, pero sabíamos que hablaba con nosotros cuando dijo:

- Hijas de la gran puta…

Capítulo Uno: Hijas de Bitch

Los seres humanos somos, por definición, unos hijos de puta. Durante miles de años hemos intentado luchar contra nuestros propios instintos, evitando aceptar que por más que nos esforcemos seguiremos siendo igual de hijos de puta que los de la Inquisición. Con los dientes más limpios, mejores cortes de pelo y sin torturas ni linchamientos en la plaza del pueblo, pero hijos de puta igualmente.

Así que a nadie debería sorprenderle que, por ejemplo, su pareja le sea infiel. Ni siquiera debería sorprenderle que su pareja le sea infiel con su mejor amiga. Y aún así cuando Hugo entró en su piso y se encontró a Mario, su novio desde hacía tres años, follándose por detrás a Laura, su mejor amiga desde hacía seis años, se sorprendió.

No dijo nada. Abrió la boca, sí. Pero no dijo nada. Quería decir cosas, muchas cosas, ¡muchísimas cosas! Pero no dijo nada. Se dio la vuelta y se fue de casa, dando un portazo, para asegurarse de que su exnovio y su exmejor-amiga se enteraran de que les había pillado.

- No me lo puedo creer –dije yo, mientras sorbía lentamente el frapuccino de frapu-fresa sentado en un cómodo sofá del Starbucks de Rambla Catalunya-. Mario follándose a Laura.
- Por el culo tía –dijo Hugo-. Follándosela por el culo. Que joder, si me va a poner los cuernos con una tía… ¡al menos que le coma el coño! Que para follarse un culo ya me tiene a mí.
- Pero… ¿Mario no era pasiva? –preguntó Raúl, mi otra mejor amiga.
- No me lo recuerdes, maricón. No me lo recuerdes –dijo Hugo-. Que aún no me había desabrochado el pantalón que ya estaba con el culo en pompa, esperando que lo pusiera mirando pa’ Cuenca.
- Qué bruta eres, nena –respondí.
- Javi, no me seas mojigata tía –me dijo Raúl-. Déjala que suelte todo lo que lleva dentro.
- No nena no, mejor que no –añadió Hugo-. Que como suelte todo lo que llevo dentro lo menos que nos va a pasar es que nos echen de aquí y nos denuncien por escándalo público.

En ese momento el móvil de Hugo, que estaba encima de la mesa, empezó a sonar. Nos acercamos al Nokia que se había puesto a cantar el Please don’t stop the music de la Rihanna y vimos que el que llamaba era Mario.

- Contesta –dije yo.
- No contestes –dijo Raúl-. Que le den por culo.
- ¿Podemos dejar de hablar de dar por culo? –dijo Hugo.
- Nena, somos gays. No nos pidas esas cosas. Contesta –dije yo.
- Tiene razón. En lo de los culos. No contestes –dijo Raúl.
- Iros a la mierda –Hugo cogió el teléfono y se alejó de la mesa. Salió a la calle y descolgó el aparato mientras Raúl y yo le observábamos atentamente.

- ¿Tú qué crees que va a pasar? –le pregunté a Raúl.
- Lo que pasa siempre, nena –dijo él-. Que por mucho que nos joda tenemos que aceptar que el amor verdadero no existe. Que no hay ningún Príncipe Azul esperándonos para compartir todas las cosas buenas que nos pasen. Que lo mejor que podemos hacer es salir el viernes por la noche, alegrarnos de que seguimos vivos, de que seguimos juntos, conocer gente nueva, vivir nuevas experiencias y olvidar el pasado sin olvidar lo que hemos aprendido de la gente que ha pasado por nuestras vidas.

Observé a Raúl atentamente.
- ¿Vas fumada?
- Sí ¿no te habías dado cuenta? –dijo ella.
- ¡Qué va tía! ¡No se te nota nada! –exclamé.
- Tantos años fumando porros… se me ha debido quedar la cara de fumada y ya no os dais cuenta.
- Qué puta –le dije.

La puerta del Starbucks se abrió y entró Hugo. No había llorado, y no sabíamos si eso era buena señal o no. Se acercó a la barra para pedir otro café con leche y cuando se lo sirvieron vino a nuestra mesa.

- Quiere hablar conmigo –dijo.
- Obviamente –dije yo-. Sino ¿pa’ qué iba a llamarte?
- Que quiere quedar, coño. Que dice que quiere contarme una cosa.
- Pero –dijo Raúl-. ¿Le has dicho que le has pillado dándole por culo a la puta esa?
- No.
- ¿Y por qué no? – pregunté.
- Porque no. Porque no sé… porque no me atrevo… osea… ¿y si se lo… pregunto…?
- Ay meri –dije yo-. Que le vas a perdonar.
- ¡Pero qué dices! ¡Si ni siquiera me lo he pensado todavía!
- ¡Es que no hay nada que pensar, maricón! –gritó Raúl-. Mira, yo no me voy a poner ahora aquí a dar sermoncitos ni nada sobre el amor y todas esas chorradas porque con lo puta que he sido y sigo siendo pues como que no tendría ningún valor. Pero ese tío ha estado tres años contigo y ahora le da por culo a tu mejor amiga. Lo único que tienes que pensar es cómo vas a descuartizarlo sin que te pillen.
- No sé tía… yo ya sabía que a Mario le pasaba algo raro… tal vez…
- ¡Tal vez nada! –dije yo-. Hugo cariño, te conozco desde hace mucho tiempo. No diré cuanto, porque es bonito mantener viva la ilusión de que somos jóvenes y aún nos queda tiempo para cumplir nuestros sueños, pero es mucho tiempo. Y sé que amas a Mario. Sé que habéis compartido cosas maravillosas. Cuando yo estuve con Alberto, tía, me pasó lo mismo…
- Hombre, lo mismo… lo mismo… no –me cortó Hugo-. A Alberto lo dejaste tú porque estabas harta de sus idas y venidas y porque no soportabas más su falta de atención. Yo he pillado a mi novio dándole por culo a mi mejor amiga.
- Ciertamente mari –me dijo Raúl-. Un huevo y una castaña.
- Bueno vale –dije-. No tiene nada que ver lo que ha pasado. Pero sé lo que es tener que afrontar de repente el hecho de que toda tu vida ha cambiado. De que lo que creías que era un proyecto con futuro y lleno de ilusión se va a tomar por el puto culo.
- En serio, ¿cuántas veces hemos hablado de dar y tomar por culo en la última media hora? –preguntó Raúl.
- Es verdad nena -dije yo-. Sobrepasamos la línea de ser gays y rozamos la de los enfermos.
- Mirad nenas, yo sé que me queréis. -dijo Hugo-. Y de verdad, que aprecio vuestra opinión y vuestro ánimo… Pero… no sé… algo en mi corazón me dice que Mario… no sé… tengo que escucharle ¿sabéis? Tengo que saber…
- Mari, no te comas la cabeza –dijo Raúl-. Quedarás con él. Te dirá que lo siente muchísimo, que se dejó llevar, que sólo ha pasado una vez. Seguramente hasta te dirá que iba bebido y no sabía lo que hacía. Que ella sólo ha sido un error y que con quien quiere estar es contigo porque te adora y bla, bla, bla.

Raúl puso su mano sobre la mesa y cogió la de Hugo, suavemente.

- Y tú le perdonarás y harás de tripas corazón para evitar el tema hasta que un día vuelvas a casa pronto de trabajar…

Los ojos de Hugo se llenaron de lágrimas. Estaba a punto de echarse a llorar. Y yo no soporto ver llorar a mis amigas.

- Y te encuentres una mujer dentro de un armario. Qué dolor, qué dolor –apuntillé.

Los tres estallamos en una sonora carcajada. Las lágrimas de Hugo terminaron por derrarmarse, pero ahora se estaba riendo. Ahora era diferente.

- ¿Sabéis qué os digo? –dijo Hugo, secándose las mejillas.
- ¿Qué? –preguntamos Raúl y yo a la vez.
- Que Mario es un hijo de puta. Y Laura es una hija de puta. Y yo soy un hijo de puta.
- ¿Tú? ¿Por qué dices eso nena? –le pregunté.
- Porque voy a quedar con él. Y le voy a hacer sentir igual de miserable, patético, ridículo y humillado que me siento yo ahora.
- Nena, tú no eres ni patética ni ridícula. Tú lo que pasa es que tienes que aprender a ser un poco más hija de puta –dijo Raúl.
- Di que sí. Esa es la clave. Si quieres conseguir algo en esta vida tienes que ser una auténtica hija de la gran puta –añadí.
- Nunca me ha gustado lo de “puta”. Prefiero “bitch” –dijo Hugo-. Es como más… no sé… más…
- De hija de puta –dijo Raúl-. Las hijas de puta no dicen puta: dicen bitch.
- Hija de bitch –dije yo.
- No suena mal nena –dijo Hugo-. Me gusta. Seré una hija de bitch.
- Por las hijas de bitch –dije yo, alzando mi Frapuccino.
- Por nosotras –dijeron Hugo y Raúl, alzando su café con leche y su vaso de agua, respectivamente.
- Nena –le dije a Raúl.
- ¿Qué?
- Deberías dejar de pedir vasos de agua cada vez que vamos a un bar. Además de quedar súper cutre, me das miedo. Pareces la niña de Señales. Y yo no estoy pa’ que me invadan los aliens ahora.