Capítulo Uno: The Right Life

Llevaba una hora en la cama despierto, sin ganas de levantarme. Tenía tan pocas ganas de hacerlo que ni siquiera había abierto aún los ojos. Intentaba alargar el sueño todo lo posible. Me puse en todas las posiciones posibles intentando volver a quedarme frito pero no había manera, como mucho una cabezada que me traía pequeños fragmentos de sueños exprés de lo más absurdo.

Al final me rendí y decidí abrir los ojos y en cuanto lo hice me arrepentí de mi mala memoria, de mi borrachera de anoche y de haberme olvidado de bajar las persianas anoche cuando me metí en la cama. Para evitar que el sol de invierno abrasara mis pupilas me giré y me encontré con una nuca. Un cuello ancho, con una cabellera morena rapada a la perfección, ni un pelo suelto, ni un trasquilón mal hecho. Una de esas nucas que, al verlas, te dan ganas de pegarle un bocado como a una jugosa manzana.

Manzanas. Tengo hambre. Pero no me iba a ir de la cama sin saber quién era ese maromo que roncaba ligeramente a mi lado. ¿Era posible que llevara una hora en la cama y no me hubiera dado cuenta de que tenía un hombre a mi lado? Sí, lo era.

El misterioso hombre se dio la vuelta suavemente y se colocó boca arriba. Le reconocí. Era el moreno de ojos profundamente verdes que se había pasado toda la noche cruzando miraditas con Jorge la noche anterior. Espera, si estaba ligando con Jorge ¿qué hacía en mi cama? ¿Me he convertido en Jorge? ¿Qué es esto? ¿Una peli de esas de cambios de papeles en las que he de aprender una estúpida lección sobre la vida para volver a mis zapatos?

Me levanté con mucho cuidado para no despertar al maromo, me puse unos boxers que encontré en el suelo y fui al baño de mi habitación. Me miré en el espejo. Seguía siendo yo. Un yo despeinado, con ojeras y un poco de semen reseco en el pecho, pero seguía siendo yo. Estaba claro que me lo había pasado bien anoche.

Salí de la habitación y cerré la puerta con cuidado. Bajé las escaleras hasta el salón y me acerqué al LCD para leer la nota que Jorge había dejado pegado a ella.

“Me debes un morenazo de ojos verdes, puta. Espero que se te corriera en un ojo, zorra. Te lo escribo para cuando te levantes y lo leas: ZORRA”.

Sonreí y acto seguido crucé el salón para ir hasta la barra americana que lo separaba de la cocina y puse una cápsula en la Nespresso. Me senté en uno de los taburetes de la barra y alargué la mano para alcanzar una manzana. Quería escuchar música. Pero no quería despertar al maromo. Bueno sí. Quería despertarlo y que se fuera lo antes posible.

Pero no me hizo falta ponerle música para eso. Desde el taburete vi cómo en el piso de arriba la puerta de mi habitación se abría y aparecía él en el umbral. Llevaba los pantalones y la camisa desabrochados. Me lanzó una mirada y sonrió. Mientras tanto mi mente no paraba de funcionar, tratando de recordar si en algún momento de anoche me dijo su nombre. Pero el café estaba listo y eso sí merecía toda mi atención.

El maromo bajó las escaleras haciendo ruido con sus zapatos sobre el parquet. Iba poco a poco, pero cada una de sus pisadas se clavaban en mis tímpanos como si te perforaran la cabeza con un consolador tamaño Nacho Vidal. Sí: necesitaba un Espidifen. Pero primero, el café. Y el maromo, que estaba frente a la tele leyendo el post-it de Jorge.

- No me extraña que tu amigo se haya enfadado –dijo él.
- ¿Por? –pregunté yo, curioso. Y de verdad tenía curiosidad, no recordaba nada de la noche anterior.
- Se pasó toda la noche tirándome la caña… pero yo te prefería a ti.
- Vaya, es muy halagador.
- No es un cumplido, realmente me gustas más que él.
- Gracias, tú a mí también me gustas más que él.
- Me llamo Norberto, por cierto.
- ¿Qué eres? ¿Hijo de Gloria Fuertes?
- ¿Perdona? –dijo él, con un punto de curiosidad que denotaba cierta irritación por no haber entendido la broma que interpretó como ofensiva.
- Es igual.
- ¿Me invitas a un café?
- Pues la verdad es que tengo mucha prisa. Tengo que ducharme y salir pitando al trabajo –dije yo, pegándole un enorme bocado a la manzana que tenía entre mis manos.
- ¿A las doce y media de la mañana?
- Es que soy mi propio jefe. Pero tengo que ir igualmente a la oficina, he de dar ejemplo.
- ¿Y a qué te dedicas?
- Mira Norberto, de verdad, tengo mucha prisa –me levanté del taburete, terminé el café y le di otro bocado a la manzana-. Si te parece deja tu teléfono apuntado en la pizarra que hay en el recibidor y otro día te cuento a qué me dedico, qué busco en la vida, qué me gusta hacer…
- Ya sé lo que te gusta hacer –dijo él, pasando su mano por mi pecho.
- Esto lo hago por vicio, no por gusto.

A él se le escapó una carcajada y yo fui directo al recibidor. Agarré el mango de la puerta y le sonreí. Sin decir una palabra se acercó a mí miró a su derecha, cogió un rotulador que había sobre el mueble del recibidor y apuntó un teléfono móvil en la pizarra.

- Si no pones también tu nombre no sabré de quién es –le dije.

Me lanzó una mirada pícara que denotaba cierta irritación por la forma en que le estaba tratando, pero que a la vez dejaba claro que disfrutaba con aquél juego de cabrones. Terminó de abrocharse la camisa (adiós a esos abdominales perfectos) y se acercó a mí. Me cogió del paquete y me comió la boca.

- No creo que te olvides de mí

Abrí la puerta, él salió sonriéndome y cuando vi que llamaba al ascensor (hay que asegurarse de esas cosas, que luego pasa como en Alien y reaparecen cuando menos te lo esperas) la cerré.

- Eso dicen todos –dije yo, mientras abría el cajón del mueble que había bajo la pizarra y sacaba el borrador. Justo cuando borré el primer 6 del teléfono me quedé pensativo. Iba a guardar el teléfono. Al fin y al cabo unos abdominales así no se ven todos los días. Bueno, yo sí.

Una hora más tarde me había dado una ducha, había recogido un poco mi habitación (para que cuando viniera la asistenta no se muriera del susto al ver los condones por el suelo) y estaba en el sofá escribiendo algunos mails desde el Macbook Air que Jorge me había regalado por Reyes.
Entre todas las notificaciones de Facebook y los mails del Bakala, el Manhunt y no sé cuántas páginas más avisándome de que tenía mensajes nuevos, encontré un mail de Hugo. Entre un montón de insultos me contaba lo bien que se lo estaba pasando en Tenerife, donde estaba pasando unos días de vacaciones, y detallaba lo bien dotados que estaban los maricas tinerfeños. Me reí al ver las fotos absurdas que se había hecho en los locales de ambiente de la zona y le contesté como nosotros solemos hacerlo: insultándonos como perras.

Viendo las fotos y leyendo su mail me entró un poco de morriña. Mi vida había cambiado mucho en los últimos seis meses, todo gracias a Jorge. Y tenía suerte; porque estaba viviendo la vida que llevaba años queriendo vivir. Lo único malo es que había cierto aspecto que se resentía un poco: Raúl. No se llevaba bien con Jorge y no estaba demasiado contento con el estilo de vida que, según él, me había contagiado. Tanta fiesta, lujos y hombres no podían ser buenos; me decía. Y para que Raúl dijera eso es que mucha fiesta, mucho lujo y muchos hombres debían haber en mi vida.

Me acerqué al ventanal del salón para disfrutar de las vistas. El Paseo de Gracia en plena ebullición, la Barcelona más viva y colorida que había visto nunca; acostumbrado como estaba a mi antiguo piso, con unas magníficas vistas al platanero que había plantado delante de mi portal y, en invierno, al edificio de enfrente.

Sonreí. Ya encontraría la forma de arreglar las cosas con Raúl (y así llevaba ya tres meses, postergando una charla que me daba mucha pereza tener en aquel momento). Y mientras divagaba sobre mi vida actual y mi vida pasada sonó mi teléfono móvil. Me acerqué al sofá y miré la pantalla. Número privado. Por un momento estuve tentado de colgar, pero por algún extraño impulso contesté a la llamada.

- ¿Javi? –preguntó una voz muy familiar al otro lado de la línea-. Javi, soy Alberto.
- ¿Alberto?
- Sí, es que me he cambiado de número… es una historia muy larga… es que… bueno… al final no me he casado…
- Ah… ¿y te has cambiado de número para que tu ex no te localice?
- Algo así… pero oye, que es que me gustaría contarte todo… con calma…
- Pues me pillas en el trabajo, la verdad es que no tengo tiempo ahora…
- Estoy delante de tu casa.
Del susto corrí al ventanal, como si desde esa altura pudiera llegar a ver la calle. Y entonces me di cuenta de algo.
- ¿De qué casa?
- Pues de tu casa ¿cuántas casas tienes?
- Es que me he mudado –contesté, algo nervioso.
- ¿En serio? Pues vaya putada… ¿Y ahora qué hago?
- ¿Y qué coño haces en la puerta de mi casa? –pregunté.
- ¿Tú qué crees? Bueno ¿a dónde te has mudado?
- Ehm… bueno… es una historia muy larga.
- Pues parece que vamos a estar un rato entretenidos contándonos batallitas ¿no?
- Oye Alberto… no es que no me guste que me llames… osea… no sé… verás, es que estoy flipando un poco con todo esto.
- Pues imáginate yo, que hace dos días tenía que estar casándome en Huesca y aquí estoy, delante de la puerta de la que ya no es tu casa.
- Ya… ya… qué paranormal es todo ¿eh?
- Oye Javi… sé que no tengo derecho a pedirte esto pero necesito verte. ¿Podemos quedar?

Maldita la hora en la que contesté que sí.