Capítulo Tres: La Peligros

Después de insultarnos Hugo cerró la puerta y no volvió a abrir. De poco sirvieron las llamadas al timbre, los golpetazos y los gritos desesperados de Raúl. Hugo creía que le habíamos llevado a Mario a propósito y no quería saber nada de nosotras, como mínimo, hasta la hora de la cena (eso no nos lo dijo ella, pero a la hora de la cena se pone siempre un cd de Death Cab for Cutie y cuando se pone ese grupo siempre tiene que estar hablando con alguien).

- ¿Y tú qué coño haces aquí? – le pregunté a Mario.
- Pues imagino que lo mismo que vosotros –respondió.
- Yo no he venido a pedirle perdón a Hugo por follarme a su mejor amiga –dijo Raúl-. ¿Y tú nena?
Negué con la cabeza mientras chasqueaba la lengua como sólo las mujeres Almodóvar saben hacerlo.
- Pero quiero saber cómo está –dijo Mario.
- ¿Y cómo quieres que esté? ¡Te estás follando a su exmejor amiga! –exclamé.
- ¿Ha dejado de hablarle a Laura? –preguntó Mario, desconcertado.
- ¡Más le vale! –gritó Raúl-. Pero vamos a ver ¿tú de qué planeta vienes? Te follas a la mejor amiga de tu novio ¡¡que eso es lo peor que le puedes hacer!! ¿¿Y aún esperas que te escuche y que ellos sigan siendo amigas?? Meri, éste se ha vuelto hétero de golpe.
- ¿Qué lo dices? –pregunté-. ¿Por qué le gustan los coños?
- No, porque se ha vuelto imbécil.
- Hala tía –dije yo-. Que no todos los héteros son imbéciles.
- Para estas cosas sí. Se vuelven simples. Y de tan simples acaban volviéndose imbéciles.
- Bueno, está claro que vosotros tampoco me vais a escuchar, así que mejor me voy –dijo Mario.
- ¿Ahora te vas? Después de jodernos el secuestro express te vas, con el rabo entre las piernas –dijo Raúl.
- Va tía, no te pases. Déjale que se vaya –dije yo, y miré a Mario-. Pero no hemos acabado contigo ¿eh? Que cuando Hugo esté en pleno uso de sus facultades mentales iremos a por ti.

Mario nos miró fijamente sin saber qué hacer. Se quedó parado, intentando decidir si respondía algo o se iba sin decir nada. Cogió aire y dijo:
- Puta.

Y se marchó, dejándome a mí en la misma situación en la que se acababa de quedar él. Cuando reaccioné sólo pude decir una cosa.
- ¡Señora Puta para ti, mamarracha!
Y no hubo respuesta.
- Bien dicho tía. Ese “mamarracha” te ha quedado muy de heroinómana de Chueca, pero guay. Has sabido imprimirle a tu insulto un tono amenazante que te ha ido muy bien.
- ¿Estoy nominada?
- No, meri, no. Cruza la pasarela. –Raúl se acercó al ascensor-. ¿Y ahora qué hacemos? Porque está claro que Hugo no va a salir de casa. Por lo menos en… dos horas.
- Me han dicho que han cambiado a la plantilla del Pull & Bear de Pelayo tía, podríamos ir a ver si ligamos –propuse yo.
- Querrás decir a ver si reconocemos a alguien, maricón. Porque entre lo puta que soy yo y lo bocazas que eres tú tenemos visto (y otras cosas) a todo el personal de Inditex.

Una media hora más tarde estábamos ya plantadas en el Pull & Bear ojeando la ropa y echándole el ojo a los vendedores.
- ¿Qué te parece ése? –dije yo, señalando a un moreno muy mono que estaba ordenando unos pantalones con tan mala leche que parecía Uma Thurman de compras en el Zara.
- Horroroso meri.
- Pero si es muy mono…
- Exacto. Mono. Ésa es la palabra. Pero no mono en plan “ay, qué majo” sino mono en plan El Planeta de los Simios.
- Jajajajaja. Qué bruta eres, nena.
Nos movimos un poco hacia el final de la tienda.
- Uy esa, mírala que estirada –dijo Raúl.
- ¡Pero nena! ¿Qué coño haces mirando a una mujer?
- Oye tía, hay que conocer al enemigo.

Y es que para Hugo, Raúl y yo las mujeres eran el enemigo. En realidad lo nuestro con las mujeres es como con las lesbianas. Las adoramos pero las mataríamos a todas. A unas porque nos hacen la competencia (cuando no se follan a nuestros novios) y a las otras porque pudiéndonos hacer la competencia ¡se dedican a ignorarnos y a criar gatos! Y no soportamos que alguien nos ignore, aunque no nos lo queramos tirar.

- ¡Maricón! –me dijo Raúl y me cogió del brazo con tanta fuerza que pensé que me lo iba a arrancar y se iba a largar corriendo a ver si le pitaba al salir de la tienda.
- ¿Qué pasa tía? –pregunté, librándome de sus garras.
- ¡LA PELIGROS!
- ¿DÓNDE?
- ¡AHÍ!

Y señaló hacia una esquina de la tienda. Allí estaba, La Peligros, abriendo una puerta de lo que debía ser un almacén y desapareciendo tras ella.

- ¿Qué hace ésta aquí? – preguntó Raúl.
- No me puedo creer que alguien le haya dado trabajo.
La puerta se volvió a abrir y apareció La Peligros con una escalera plegable.
- ¡Ay Dios mío! –dijimos las dos, y nos alejamos todo lo que pudimos de ella.

La Peligros se plantó delante de una estantería y colocó la escalera bien abierta. Comenzó a subir por ella hasta llegar al último escalón. Justo en ese momento la cadena que evitaba que la escalera se abriera completamente se rompió y La Peligros, al notar que todo cedía bajo sus pies, se agarró al estante. La chica es mona y tiene buen cuerpo, pero no es ligera como una pluma, así que la estantería cedió y La Peligros la arrancó de la pared, llevándose con ella el estante y un buen trozo de escayola.

Además consiguió romper alguna tubería que pasaba por ahí detrás y el chorro de agua empezó a salpicar a todo el mundo. Y, por si fuera poco, los demás estantes empezaron a caer uno sobre otro y La Peligros, que había conseguido aterrizar de pie, se fue hacia atrás y empujó a una compañera que fue a parar sobre una mesa de cristal que quedó hecha añicos.

Ahora entiendes por qué la llamamos LA PELIGROS.

Raúl y yo nos escabullimos de la tienda como pudimos antes de la estampida de gente empapada se lanzara hacia la puerta y nos quedamos en la acera de enfrente (es nuestro sino) esperando a ver qué ocurría. La ambulancia que venía a recoger a la compañera a la que La Peligros había incrustado en la mesa de cristal no tardó en llegar. Tampoco tardaron los bomberos, que cortaron el agua.

A La Peligros la localizamos junto a un escaparate, fumándose un cigarro. A su lado el chico mono le hablaba y le daba palmadas en la espalda, intentando tranquilizarla, pero sin acercarse demasiado por si la peligros resbalaba y lo empujaba contra el tráfico (que no sería la primera vez). Al rato otro chico (que habíamos localizado en la caja) se le acercó y empezó a echarle una especie de bronca mientras señalaba a la ambulancia y hacía gestos con las manos que o le estaba explicando lo tremenda que había sido la corrida del tío que se tiró la noche anterior o le estaba hablando de la inundación de la tienda. La Peligros se echó a correr, se quitó la chapita con su nombre, la dejó caer y se largó de allí sin dejar de fumar su cigarro y sin mirar atrás.

Mejor, porque así no vio cómo el chico mono pisaba su chapa sin querer y se clavaba el imperdible abierto y se ponía a gritar como una loca.

La Peligros giró la calle y desapareció, camino a la calle Tallers.

- Qué heavy nena –dije yo, mientras comenzábamos a caminar hacia Plaza Catalunya.
- Ya te digo tía –dijo Raúl-. Yo me acuerdo cuando el único peligro que tenía era que te la llevabas al cine y se te desenfocaba la pantalla o te tocaba algún capullo detrás.
- O que sacaba entradas para el concierto de Kylie y al día siguiente anunciaban la huelga general y lo suspendían.
- O cuando se compró el Bad Girls de la Naranjo y ahora la pobre se ha tirado 7 años sin sacar disco nuevo.
- Pero cargarse todo un Pull & Bear ella solita… eso no es normal tía –dije yo-. ¿Sabes? Yo siempre he pensado que lo del gafe de La Peligros va en función de su estado de ánimo.
- No te entiendo maricón.
- Pues que cuanto más contento está menos heavy es lo que le pasa.
- Pero es que La Peli siempre está cabreada tía –dijo Raúl.
- Pues por eso le pasan estas cosas.

- Tía –dijo Raúl, mientras entrábamos al Sephora a robar perfumes-, yo sé que quieres decirme algo. Pero no veo el punto al que quieres llegar. Y no sé si es porque soy tonta del culo o porque la decoración de esta tienda me está pegando un colocón que lo flipo.
- Que podríamos quedar con Iván y ver por qué está triste –dije yo, pulverizándome medio bote de Fahrenheit, de Madre-de-Dior.
- ¿Quién es Iván?
- ¡¡La Peligros, coño!!
- ¿¿PERO TÚ ESTÁS LOCA?? –gritó Raúl, y todas las niñas que estaban robando maquillaje nos miraron y salieron corriendo-. Nena, que La Peligros es… es… ¡peor que ir a comer al Restaurante de la Pantoja! ¡Que te da siete años de mala suerte! Si nos acercamos a ella después de lo de esta tarde seguro que acabamos… ¡¡¡muertas!!!
- No me seas exagerada tía. Ay, prueba esta… -le eché un poco de la CKIN2U, o algo así-. ¿Notas el aroma achocolatado?

Me sonó el móvil y metí la mano en el bolso para sacarlo.

- Achocolatao tienes tú el cerebro, maricón. Yo no llamo a La Peligros.
- No hace falta –dije yo, enseñándole la pantalla del teléfono-, ya nos llama ella.
- QUÉ-JEBY -dijo Raúl. Y nos fuimos del Sephora mientras mi móvil no paraba de pitar y sin embargo la Le Male a la que Raúl le había arrancado la alarma no.