CAPÍTULO SEIS: Cuando calienta el sol, aquí en la playa

La playa. Mira, a no ser que estés en una playa privada de un resort perdido en las islas Fiji o en la parcela exclusiva de tu mansión de Malibú la playa es uno de los sitios más espantosos y horteras del universo. Todo son inconvenientes. ¡Todo! Para empezar te puedes encontrar con cualquier cosa. Y cuando digo cosa me refiero a gente muy rara. Rara de ser y de ver. A eso súmale los vendedores ambulantes; las chinas de los masajes; las abuelas en top-less; las sombrillas de colores; las toallas de promoción que te regalan en el súper; los que se llevan la guitarra o los altavoces del MP3 y se ponen a dar por culo y, lo peor, algunos bañadores que deberían pasar a formar parte de la selección de vestuario de la casa del Terror que cualquier feria de pueblo.
A todo eso súmale lo incómodo que es caminar por la arena, quemarte por el sol y que se te acartone la piel como a un mal concursante de Supervivientes por culpa del salitre.
Ahora es cuando me decís que para eso están las playas gays, que ahí no hay yayas enseñando las ubres ni bañadores que queden mal. Pero a esas playas no se puede ir porque es peor que meterse en un documental del National Geographic sobre la supervivencia del más fuerte. Los gays en las playas gays toman el sol de pie, luciendo palmito, no se meten en el agua por encima del bañador porque entonces no se les ven los abdominales y, sobretodo, no hacen nada que pueda hacer creer al resto que son (o han podido ser) heteros. Así que imagínate el panorama.
Aún así, tras dos días de estar follando como cosacos (que seguro que los cosacos follaban mucho), decidí llevarme a Alberto a la playa para que cogiera un poco de color porque empezaba a darme bastante grima penetrar a un clon de Sophie Ellis-Bextor.
Y allí estaba yo, en mi toalla tomando el sol tranquilamente mientras él se daba un baño dando saltos y tirándose de cabeza y chapoteando como si fuera la primera vez que se meteía en el mar. Claro que probablemente lo era. A su alrededor un grupo de musculocas con el agua por las rodillas (que de vez en cuando se salpicaban entre ellas y se reían como sólo las musculocas saben reírse: tensando todos los músculos del cuerpo menos los de la cara para que no les salgan arrugas) lo miraban espantados y yo me hacía el tonto.
Y claro, otra cosa mala de las playas es que cuando estás tirado en una toalla no puedes hacerte el sueco cuando ves a alguien que se acerca a saludarte porque allí no hay donde esconderse. Puedes vivir un momento Película de Destape y salir corriendo con la toalla en ristre llenando de arena a todo lo que se te ponga por delante; pero ni yo soy Fernando Esteso ni esto es el 73. Así que allí me quedé, con los cascos puestos mientras escuchaba una sesión de música veraniega que me había bajado de internet, mientras veía como Juanma venía hacia mí haciéndose la fantástica.
No llevaba ni 40 segundos hablando con él cuando vi aparecer a Alberto, con el pelo empapado y el bañador que le había comprado aquella mañana marcando más que el tonto de tu primo Paco llamando al Call-Show de Aída Nízar. Juanma le miró, me preguntó si nos conocíamos, le dije que era un amigo que estaba de visita en Barcelona y mientras Alberto ocupaba sitio en su toalla junto a al mía Juanma se despidió y se fue.
- ¿Quién es? –preguntó Alberto en cuanto el otro se dio la vuelta.
- La ING, el ex de Raúl –contesté.
- ¿La ING?
- Sí, porque era su novio y cada día el de más gente.
- ¿Le ponía los cuernos?
- No. Bueno sí. Pero eso es lo normal –ante la cara de susto de Alberto tuve que afinar la explicación-. Digamos que eran una pareja abierta pero éste la abrió a demasiadas cosas. Vamos, que si le apetecía echar un polvo con otro a Raúl le daba igual. Pero cuando aquí la amiga empezó a llevarse a los polvos de cena, de teatros, de cines y de viaje a Nueva York durante dos semanas… pues a Raúl no le hizo ni puta gracia.
- Tío –me dijo Alberto-. Sólo llevo aquí un par de días y cada vez flipo más con lo raros que sois los gays.
- ¿Sois? ¿Hace falta que te recuerde lo que hemos estado haciendo antes de venir a la playa?
- No, no… bueno… ya sabes a lo que me refiero.
- Pues no, no lo sé. A ver, tú y yo estuvimos medio liados a distancia durante dos años largos y ahora te hospedas en mi casa y follamos cada dos por tres. ¿Y aún así no te aludes a ti mismo al hablar de lo raros que somos los gays?
- Joder Javi… ya sabes que yo…
- ¿Eres bisexual? ¡Mis cojones!
- Que no. A ver, que siempre te lo he dicho. Yo no podría estar con otro tío que no fueras tú.
- Qué romántico eres, Amador Mohedano.
- Vamos, que a mí me gustas tú. Pero no me gustan otros tíos. Prefiero a las tías.
- ¿Y eso entonces cómo se llama?
- No lo sé. Pero mira tío yo soy así, cuando te conocí me di cuenta de que yo no me enamoro del sexo, me enamoro de la persona.
- Ya. Y dime una cosa, poeta del amor –le interrumpí, algo preocupado por lo que acababa de decir-. ¿Tú estás enamorado de mí?
- Vaya pregunta…
- Pues la que toca. Porque en estos dos días hemos hecho muchas cosas… bueno, hemos hecho una cosa pero muchas veces… y yo no he querido preguntar por no liarla pero aún no me has explicado nada de qué ha pasado con tu boda…
- No me apetece hablar de eso ahora, Javi –me dijo, poniéndome su puta carita de cordero degollado.
- En algún momento tendrás que explicármelo. Vamos, digo yo.
- Sí, sí, te mereces una explicación. La tendrás. Y te agradezco mucho que me hayas acogido, ya lo sabes. Pero de verdad, prefiero no hablar del tema ahora.

Se acercó a mí y me dio un beso. ¿Me estaba tomando el pelo? ¿O realmente se sentía mal por todo lo que estaba pasando y aún no estaba preparado para explicarme el verdadero motivo por el que había reaparecido en mi vida así, de esa manera que uno no se da ni cuenta? Fuera como fuera, había una pregunta que tenía que hacerle y aquél era el momento. No porque la conversación fuera la adecuada sino porque estábamos en un sitio público y quería testigos por si le daba un parraque.

- Y… me sabe muy mal preguntarte esto pero… ¿vas a quedarte mucho tiempo más en mi casa?

A Alberto le cambió la cara. Imagino que él se pensaba que el ático de Paseo de Gracia era como un Hostal Royal Manzanares que siempre tenía las puertas abiertas para acoger a gays indefensos que huían de las garras del matrimonio heterosexual, pero la verdad es que yo al final de la anterior temporada (de mi vida, claro, que todo esto es real ¿vale?) había decidido ser un poco más puta y si en el tercer capítulo de ésta ya me toca cargar con mi ex como si fuera mi nuevo novio pues poco iba a ser. Y menudo chasco se iba a llevar Jorge, que ayer antes de irse a dormir me dijo que quería presentarme a un amigo suyo que estaba forrado.
Cualquiera entendería que lo que Jorge quería era que entre ese millonetis y yo surgiera el amor; pero yo sospechaba que Jorge estaba un poco harto de pagarme todos los caprichos y había decidido ponerme a trabajar. Follando, se entiende.
Así que, como comprenderéis, si mi compañero de piso amigo de toda-la-vida me amenaza sibilinamente con hacerme de proxeneta, lo último que necesito es un okupa en mi habitación.

- La verdad es que no lo había pensado… siento ser una molestia… -y otra vez la carita. El gato de Shrek estaría orgulloso de tener un alumno tan aventajado.
- No eres una molestia. Mira, no me expliques lo de la boda si no quieres pero dime al menos qué planes tienes. Si te vas a volver, si te vas a quedar, si vas a hacer un viaje por toda la geografía española con un bastón y una mochila como Labordeta…
- Volver no voy a volver. Eso seguro. La verdad es que pensaba instalarme en Barcelona.
- Pues me parece fenomenal. Pero claro, entiende que en mi casa no puedes instalarte.
- Ya… bueno…
- Uy, uy, uy, uy… Me da a mí que esto ha sido una cagada.
- ¿Por?
- Mira Alberto, voy a ser muy sincero contigo. Puede que te haga daño pero créeme si te digo que no es mi intención.
- Dispara.
- Eso esta noche. Alberto, yo no quiero tener una relación. Con nadie. Estoy muy bien como estoy. No quiero que pienses que por haberte acogido en casa y haberte penetrado con tanto cariño como te he penetrado –he de reconocer que la broma fue un poco brusca pero relajó el ambiente porque Al perfiló una sonrisa en su cara- esté yo dispuesto a tener una relación. Ya sé que es un tema complicado porque tú y yo tenemos un pasado. Pero es eso, un pasado. Y es algo que no se volverá a repetir.
- Ya…
- Niño, sabes que yo te tengo muchísimo cariño. Que te quise mucho y me volví un poco loco y tú fuiste un poco cabrón. Pero aún así te tengo mucho cariño y siempre te he dicho que podías contar conmigo para lo que quisieras. Y si decides instalarte en Barcelona y hacer tu vida yo te ayudo en lo que haga falta. Pero no puedes quedarte para siempre en mi casa.
- Lo entiendo, tranquilo.
- ¿Y entiendes lo de que podemos ser amigos?
- Sí. Será un poco raro ser amigo del único tío por el que he sentido algo pero sí, seremos amigos.
- Mira ¿a ti te molestaría verme follando con otro tío?
- Pues no.
- Entonces no vas a tener ningún problema.

Y dicho esto, le planté un beso en los morros, le metí la mano en el bañador, le puse la polla dura ante la mirada de todas las maricas envidiosas que había a nuestro alrededor y le dije:

- Vámonos a casa, que se ha ido el sol.

Y así, a las cuatro de la tarde del día más soleado de todo agosto, me dirigí a mi casa para follarme a mi ex por última vez.

Bueno, últimas veces.