Capítulo Seis: EL PLAN

Alejados ya de La Peligros y esperando estar completamente a salvo de los males de ojo de las gitanas adolescentes que pueblan los recuerdos de las vidas de nuestros amigos, Raúl y yo nos decidimos a irnos cada uno a nuestra casa.
Fue justo cuando emprendimos el camino al parking en el que Raúl había dejado el coche cuando la oí… era una voz conocida… que me llamaba desde la distancia… “Desátame… o apriétame más fuerte…”
Durante un instante dudé. Alcé la vista al cielo por si el Armagedón había comenzado y los jinetes del Apocalipsis venían entonando a Mónica. Pero no pasaba nada.
- Nena –dijo Raúl-. ¿Qué te pasa?
- Tía… tantos años de petardeo empiezan a pasarme factura… oigo el Desátame de la Naranjo en mi cabeza…
- ¿En tu cabeza?
- Sí tía… como una voz en mi interior.

Raúl, sin inmutarse, abrió su bolso, rebuscó un poco y sacó su movil. Estaba sonando y su tono, cómo no, Desátame.

- ¿¿¡¡Llevas un tono del Palabra de Mujer!!?? –le grité.
- Sí nena ¿qué pasa?
-Pues que si Europa ya está pasada de moda ¡¡¡imagínate eso!!! ¡¡¡Que lo presentó en el Sorpresa, Sorpresa nena!!!
- Calla coño, que llama Hugo –Raúl descolgó el teléfono-. Hugo cariño ¿qué pasa?... Aha… aha… sí… sí sí sí… ¿en serio?... claro… ¡anda que no!... sí… sí… claro que puedes contar con nosotras…

Yo intentaba descifrar de qué iba la conversación y qué era aquello para lo que Hugo podía contar con nosotros dos. Es más, no se me ocurría nada para lo que la loca del Desátame y yo pudiéramos ser útiles en absoluto. Pero él seguía…
- Claro tía, estoy totalmente de acuerdo. Y Javi también, que dice que está encantao… -Raúl me miró y me guiñó un ojo mientras asentía con la cabeza-. Pues entonces listo… claro meri, ya sabes que nosotros encantados. Veeeeenga… un besito…

Y colgó.

- ¿Qué? –pregunté.
- ¡Naaaah! Que Hugo nos ha pedido un favor y le he dicho que sí, claro. Bueno, pues me voy a mi casa…
- Y una mierda nena, dime qué te ha pedido.
- Pues nada… lo típico cuando estás en ese plan de cabreo con tu novio porque te ha puesto los cuernos con una mujer… Ayudarle a superarlo… sacarle de fiesta… presentarle chicos… que quememos el coche de Mario… lo típico, vamos.
- Espera. ¿Quemar el coche de Mario?
- Sí bueno… eso es en realidad lo único que nos ha pedido. Que le ayudemos a incendiar el coche de Mario.
- ¡¡Y qué más! –dije yo, estallando en una carcajada.
- Oye tía, es nuestra amiga y lo está pasando mal.
- Vale nena, pero no voy a quemar un coche en plena Barcelona.
- ¿Qué insinúas? ¿Qué si lo robamos y lo quemamos en un descampado a las afueras sí que nos ayudas?
- Mira Colombo, no me líes. Aquí nadie va a quemar nada. Ni coches, ni nada. Vamos a ir ahora mismo a casa de Hugo y nos va a abrir la puerta y le vamos a quitar la tontería a hostias si hace falta.

Raúl, sorprendido porque por una vez asumía yo el liderato de este dúo dinámico que nos habíamos montado, me siguió en mi camino a la casa de Hugo. Nos subimos al coche, conecté el iPhone y le di al play del HIJADEBITCH: Unstoppable, que nos iba mucho en ese momento.
Y es que nenas, en los días en que Hugo había estado llorando como una perra desconsolada en su casa, yo había contactado con un amigo de un amigo que nos dedicó unas cuantas sesiones de música house-dance y petarda de primerísima calidad (para que no os quejéis, os las he puesto todas aquí a la derecha del relato).
A lo que iba, que llegamos a casa de Hugo en tiempo récord y, esperando que esta vez Mario no volviera a aparecer por nuestra espalda, a traición (eso que se le da tan bien) hice sonar el timbre.
La puerta se abrió, y allí estaba Hugo. Duchado, peinado, bien vestido, perfumado. Ni cuando íbamos de caza a Arena en nuestros años mozos (él hacía mucho que no iba de caza, porque TENÍA novio) se arreglaba tanto.

- Nena –dijo Raúl, sorprendido-. ¿Follamos?
- ¿Estáis preparadas? –preguntó Hugo, como si fuera la mala de una peli de superhéroes.
- Anda, Lex Luthor, tira pa’ dentro que aún te voy a tener que dar una colleja –dije yo, y me metí en la casa. Fui directo al salón. Raúl me siguió con prisa y Hugo se quedó en el portal, boquiabierto y sin soltar la puerta.
- ¡¡Que entres, maricón!! –le grité. La puerta se cerró y Hugo llego al salón, donde yo le esperaba con los brazos cruzados y Raúl sentado en el sofá. Hugo miró a Raúl.
- Pero ¿no habías dicho que Javi estaba de acuerdo?
- ¡Y lo estaba! –dijo Raúl-. Hasta que le he dicho lo que querías hacer. Que entonces ha dicho que no. Que si sacamos el coche a un bosque a lo mejor…
- Calla, nena –corté a Raúl-. Vamos a ver Hugo. ¿Tú crees que es normal que vayas por ahí quemando coches?
- ¿Y tú crees que es normal que mi novio le comiera el coño a mi mejor amiga y luego me besara a mí?

Silencio incómodo. Los tres soltamos un “Grrrrrr” y nos estremecimos.

- Tía –dijo Raul-. La próxima vez no seas tan gráfica que ya sabes que yo soy muy de vomitar.
- Es verdad –dije yo-. Te has pasado.
- Vale, vale, lo reconozco. Pero poneros en mi lugar, coño.
- ¡Tía! ¡¡Vale ya!! –gritó Raúl.
- Mi novio me ha puesto los cuernos con mi mejor amiga. ¡¡MI MEJOR AMIGA MUJER!! Salí del Starbucks el otro día feliz y contento porque había encontrado en vosotros la fuerza necesaria para seguir adelante. Pero fue llegar a casa… contárselo a mi madre… que Marcos empezara a llamarme para decirme que pasaba la noche en casa de sus padres… y se me vino el mundo encima ¿sabes?
- Sí, lo sé –dije yo-. Y no sólo porque pueda imaginar cómo te has sentido, sino porque te he seguido en el Last.FM y tía, de verdad, si llegas a escuchar una vez más a Mariah habría llamado a los bomberos para que te rescataran antes de que se te comieran los gatos.

Hugo sonrió.
- Y después de pasar por la fase del dolor, la fase del ¿qué he hecho yo para merecer esto? y la fase de recordar cosas que te hacen daño…
- Y la fase de las pajas recordando los polvazos tía –dijo Raúl-. Que esa fase es la peor, porque te pones súper bruta recordando algo que tuviste y que no volverás a tener y no veas cómo jode cuando te has corrido.
Hugo y yo miramos a Raúl con tanta ternura en nuestra mirada…
- No me miréis así –dijo él-. Que sabéis que tengo razón.
- Pues pasadas todas esas fases –continuó Hugo-. ha llegado la fase del cabreo. Y ahora me apetece hacerle daño. Y como sé que Mario adora ese coche suyo que tiene… pues quería destrozarlo.
- Hugo… -le dije, mientras me acercaba a él-. Y lo vamos a hacer. Vamos a destrozar el coche ¡pero no lo vamos a quemar! Le pincharemos las ruedas cuando lo aparque delante de su trabajo y le pintaremos un “MARICÓN” bien grande en un lado, para que todos sus compañeros los del Opus sepan bien de qué pie cojea.
- ¡¡Un outing!! Me apunto. ¡¡Eso es mejor que quemar coches!!
- Y luego haremos más cosas, tranquilo –dije yo-. Para ella también habrá. Le cambiaremos el color del tinte en la peluquería, le gritaremos “PUTA” por la calle y publicaremos su número en un anuncio de masajes tailandeses.
- Tía, eres súper retorcida –dijo Raúl.
- Lo aprendí de Alberto –dije yo.
- A ti lo de Alberto te ha marcado mucho ¿eh? –comentó Hugo.
- Mira, a mí lo de Alberto me ha marcado MÁS. Y como con él lo que hice fue dejarlo pasar… y así me ha ido… ahora te voy a ayudar a ser una hija de la gran puta. Lo que no quiero, cariño mío, es que te lances a destrozar Barcelona en plan kamikaze y acabes en el calabozo.
- Jo… sois los mejores amigos que podría uno tener –dijo Hugo, que cogió a Raúl de la mano y le hizo levantarse para juntarnos los tres y darnos un abrazo.
- Oye tía –dijo Raúl-. ¿Y cómo vamos a hacer todo eso sin que nos pille la poli?
- Hay dos opciones. Una es mandar a la Peligros a la zona y que la Chari se encargue de todo.
- ¿Quién es la Chari? –preguntó Hugo.
- Luego te lo cuento cari –dije yo-. Y la otra opción es organizarlo todo muy bien y amenazar a Mario para que ni se le ocurra denunciarnos.
- ¿Sabes lo que haría yo? –dijo Hugo.

Raúl y yo le interrogamos con la mirada.
- Empezaría por ella. Ella acudirá a Mario en busca de protección. Y entonces vamos a por Mario. Y los dejamos a los dos destrozados, humillados…
- Y con un color de pelo horroroso –dijo Raúl, y los tres estallamos en una sonora carcajada.

Y así fue, entre risas y la colonia de Hugo (que me estaba mareando ya), como fuimos forjando poco a poco nuestro plan de venganza.
Las Hijas de Bitch no empezamos esta guerra… pero estábamos dispuestas a terminarla.

Capítulo Cinco: ¡Ave Satani!

Si tenéis un poco de cultura musical, cosa que dudo, seguro que conocéis las bandas sonoras que Jerry Goldsmith hizo para la saga La Profecía. Pues el tema principal de la tercera parte era una versión súper decadente de la melodía de la primera parte. Las trompetas del Apocalipsis dan paso a una marcha fúnebre con coro y orquesta que da un mal rollo que lo flipas.

Pues esa era la música que sonaba en mi cabeza mientras caminábamos por calle Pelayo dirección Ramblas para encontrarnos con La Peligros. No sabíamos qué le pasaba, pero estaba claro que era algo muy gordo y que nos iba a poner en peligro de muerte a todos. Y cuando digo todos no me refiero a Raúl y a mí: me refiero a TODOS LOS SERES HUMANOS.

El espectáculo en las Ramblas no podía ser más dantesco. Un mogollón de gente se apelotonaba junto a la fuente de Canaletes. Yo di por hecho que el Barça habría ganado algo pero era martes y eran las ocho y cuarto de la tarde y a esa hora no se suelen celebrar estas cosas. Junto a la fuente, en el carril de bajada, había un autobús parado, lo único que se podía ver sobre las cabezas de los mirones.

Raúl y yo nos abrimos paso como pudimos y descubrimos con estupefacción lo que había ocurrido. Un autobús había frenado en seco y tres coches se habían estampado, a lo efecto dominó, contra él. ¿Por qué había frenado el autobús? Porque justo delante de él otro coche estaba bocabajo. No entiendo (ni, seguramente, entenderé jamás) cómo pudo ese coche haber quedado bocabajo de forma tan perfecta; si es que parecía que lo habían dejado ahí a propósito.

Raúl me cogió de la mano y me acercó al coche volcado. El Ave Satani cobraba más fuerza en mi cabeza. Sentí un escalofrío recorriendo mi espalda y noté cómo el terror se apoderaba de mí cuerpo. Y es que nada podía prepararme para lo que estaba a punto de ver y oír: en el interior del coche volcado estaba el conductor, un tío con rastas, fumándose un porro bocabajo mientras un perro ladraba sobre el techo del asiento trasero y en la radio no dejaba de sonar la terrorífica melodía del último single de Melendi.

- Nena –me dijo Raúl-. Hippies y accidentes. La Peligros está cerca.

Y así era. La Peligros estaba sentada al otro lado de las ramblas, justo delante del teatro. Aunque hacía un día tremendamente soleado, una nube parecía haberse colocado sobre ella porque el banco en el que estaba sentado estaba sumido en la más oscura de las sombras. Raúl me cogió de la mano, se santiguó y caminamos hacia ella. ¡Ave Satani! ¡¡Ave Satani!!

Al vernos caminar hacia ella La Peligros se levantó. No ocurrió nada.

- Hola tías –nos dijo, mientras nos daba dos besos.
- Hola nena –dije yo, con voz temblorosa. Raúl no habló. Asintió con la cabeza mientras se esforzaba por ocultar su mueca de terror y me dejaba la mano sin circulación.
- No os podéis imaginar el día que he tenido hoy. Me han despedido del curro –dijo La Peligros.
- ¡Qué me estás contando! –exclamé yo-. ¿Y por qué?
- Pues porque había una estantería mal colgada ¿sabes? Que se ve que la montaron mal en su momento. Y estaba yo poniendo unos bolsos que nos acababan de llegar en ella y la estantería se ha soltado y le ha dado a una clienta y mira, a la puta calle.
- Y ¿ya está? –preguntó Raúl-. ¿Sólo ha pasado eso?
- Claro… -contestó La Peligros, disimulando-. Si es que me tenían manía desde el primer día ¿sabes? Como soy maricón…
- Ya tía –dije yo-. Si es que todo el mundo sabe que las tiendas de ropa es lo que tienen, son un ambiente súper homófono. ¿Verdad Raúl?
- Uy sí –contestó apresuradamente-. Homófobo que te mueres.
- Pues es que joder tías, todo me sale mal últimamente ¿sabes? –dijo Iván, La Peligros.
- ¿Por qué dices eso? –le pregunté. ¡Como si no lo supiera ya!
- Pues mira… porque estoy maldita ¿sabes?
- Maldita –dijo Raúl.
- Sí, maldita.
- Pero ¿maldita, maldita? –pregunté yo.
- Sí tía, maldita maldita.
- Pero ¿rollo maldición de libro de Stephen King o qué? –volví a preguntar.
- Es que verás, cuando yo tenía 14 años en el colegio me peleé con la Chari.
- ¿LA CAMARERA DEL STRASS? –exclamó Raúl.
- ¡No tía! –contestó La Peligros-. La Chari era la gitana del barrio. Se enfadó conmigo porque dije que su novio, el Eusebio, me había querido besar en el baño.
- ¿Y era verdad? –pregunté yo.
- ¡Pues claro que era verdad! El caso es que la Chari juró por toda su raza que me iba a acordar de ese día. Y me echó un mal de ojo. Y desde ese día todo me sale mal. Mis padres me abandonaron y me fui a vivir con mi abuela…
- ¿Murieron tus padres? Lo siento mucho tía –dije yo.
- No no, mis padres no murieron. Me abandonaron. Hicieron la maleta y se fueron.
- ¿Te abandonaron con 14 años? –preguntó Raúl-. Ahora entiendo tantas cosas…
- Pues luego fui a vivir con mi abuela. Y tuve que cuidar de ella un montón de años y dejé los estudios y me puse a trabajar en lo primero que pillaba y siempre me echaban. Si hasta tuve que prostituirme, tías.
- Joder tía –dije yo, poniéndole una mano en la rodilla-. No sabía que lo habías pasado tan mal.
- La vida me ha tratado fatal ¿sabes?
- ¿Y el Eusebio? – preguntó Raúl.
- ¿Qué pasa con él? –dijo la Peligros.
- ¡Coño, cuéntanos, qué pasó en los lavabos!
- Joder tía, te estoy contando lo mal que me ha tratado la vida y tú sólo quieres saber los detalles morbosos –dijo Iván, indignado.
- A ver nena –dijo Raúl, levantándose el banco y arremangándose, lo cual significa que va a sentar sentencia y punto en boca-. Tu vida ha sido una mierda desde los 14 años. De eso hace ¿cuánto? ¿tres semanas? ¡¡Pero si tienes veintitrés, meri!! Que no es como si se te hubieran acabado las oportunidades. Y según tú todo esto te pasa porque un tío te metió mano en el lavabo del colegio y su novia te echó un mal de ojo. Mira, si funcionaran todos los males de ojo que me han hecho las tías a mí por chupársela a su novio en un lavabo hace mucho que estaría muerto y enterrado. A ti lo que te pasa es que te encanta ir de víctima por la vida y justificar lo mal que te va todo con esa historia tuya de telefilm de Multicine de Antena 3. Así que haz el puto favor de madurar, de dejar de quejarte, de coger la poca dignidad que te queda y comportarte como un hombre. Vuelve a tu puto trabajo y dile al gilipollas de tu jefe que si la estantería estaba mal colgada no es culpa tuya, que a quién se le ocurre poner una estantería en una pared con tuberías y que, además, le vas a denunciar a C.C.O.O. por hacer que te subas a una escalera que está hecha una mierda; y como se ponga tonto le amenazas con enseñar ciertas fotos que tienes en tu móvil.

Dicho lo cual Raúl se volvió a sentar bajo nuestra atónita mirada. La Peligros no dijo ni mú y yo no sabía si darle un abrazo, soltar una carcajada o ponerme a aplaudir.
Iván se levantó, caminó unos pasos, se dio la vuelta y nos miró.

- Mirad tías. Cuando me ha pasado todo esto no sabía a quién llamar. Y he pensado en vosotras porque siempre habéis estado ahí cuando os he necesitado.
“Ahora viene cuando nos manda a la mierda”, pensé yo.
- Y ahora entiendo por qué os sigo teniendo tanto aprecio. No sólo habéis sabido animarme, sino que habéis conseguido que recupere mi confianza en mí mismo. Así que voy a recuperar mi puto trabajo, voy a recuperar mi dignidad y lo que es mejor, voy a poder comprarle a mi abuela la primera temporada de Amar en Tiempos Revueltos en DVD.

Y se dio la vuelta y se fue.

Yo no me lo podía creer. Miré a Raúl, que se estaba haciendo le interesante con la mirada perdida en la nada.

- Nena ¿pero qué coño ha sido eso?
- Eso, meri, ha sido lo que se llama “hacer lo que hay que hacer”. ¿Tú te crees ese rollo de la maldición de la Chari?
- Pues no… pero no sé… has sido como súper bruta, tía.
- Lo sé. Pero es que con gente como Iván no se puede ser de otra manera. O les pegas tres gritos y los dejas tontos o les das tiempo a pensarse otra excusa y seguir siendo miserables.
- ¡Cuidao que vuelve!

La Peligros había dado la vuelta y volvía hacia nosotros. Se paró frente al banco.
- Oye tías, ahora que lo pienso ¿yo os había explicado lo de la escalera, lo del agua y lo de la mamada en los probadores?
- ¿Qué mamada? –pregunté yo.
- La que me hizo mi jefe el otro día mientras yo le sacaba fotos.
- Pues no –respondí yo, sin saber dónde meterme.
- Ah, ¿y cómo lo sabíais?
- Pues porque somos amigas, meri – contestó Raúl, con firmeza-. Y las amigas saben esas cosas. Además, lo de la escalera y la estantería nos lo ha contado… pues… una amiga que lo ha visto todo. Y lo de la mamada… pues mira, eso no lo sabíamos. Yo lo de las fotos en el móvil te lo he dicho para que te tiraras un farol. Pero como eres un poco puta, pues mira.
- Ah… vale…

Y así fue cómo La Peligros volvió decidida a recuperar su trabajo en el Pull&Bear que acababa de inundar. Obviamente no lo recuperó. Pero sí que consiguió que una mujer se cayera por las escaleras del metro, que un ciclista se resbalara y se diera contra una farola y que atracaran a un hombre.
Y es que otra cosa no, pero el mal de ojo de la Chari (la gitana, no la camarera) funciona. ¡Vamos que si funciona!

¡Ave La Chari!