Capítulo Cuatro: La Men-O-Pausia

- Ay nena –dijo Raúl-. No deberías contestar.
- No sé tía… -a lo mejor nos ha visto.
- Pues más motivo aún. Seguro que quiere asesinar a los únicos testigos de sus fechorías.

Descolgué el teléfono mientras Raúl soltaba un grito en silencio, como la loca del cuadro aquel que se llamaba… ¿cómo era? Ah sí, ¡El Grito!

- ¿Sí?... Hola tía… Vaya ¿en serio?... Aha… Aha… Aha… ¡Qué fuerte, meri!... ¿Qué dónde estoy? –miré a Raúl, que decía que no con la cabeza, con las manos y con todas las partes de su cuerpo con las que podía decir que no. Pestañas incluídas-. Pueees… estoy aquí… con Raúl. –Raúl volvió a poner su cara de cuadro expresionista-. ¿Dónde? Dónde… ¡qué buena pregunta tía!... ¿Dónde estamos Raúl?
- No lo sé nena –dijo Raúl, acercándose al teléfono-. En algún cuarto oscuro. Y no cabe nadie más.
- Jajajajajaja, qué simpática tía –reí mientras le pegaba una colleja a Raúl-. Sigue chupando ¡guarra! Jajajaja. Bueno tía, que te tengo que ir dejando… Ah… Ah… Uy… es que no sé si vamos a poder… porque estamos muy liadas y hemos quedado… con… con…
- ¡Un psiquiatra! –gritó Raúl.
- Con Hugo. Que está depre porque ha pillado a su novio follando con su mejor amiga…. Ya tía, súper heavy… Ya… ya… Pero oye tía que… Sí… Sí… Ay es que no sé si vamos a poder… Pero… Ya… te entiendo, te entiendo… pero es que…

Raúl me agarró el móvil.

- Oye Iván. No me seas tocahuevos. Que te queremos un montón pero que hoy no podemos quedar, joder.

Y colgó.

- Y ese, maricón, es el arte de decir que no –dijo Raúl.
- Me has dejado… boquiabierta, por no decir muerta, que está muy demodé –dije yo.
- Bueno ¿ahora qué hacemos?
- Hugo no va a querer salir de casa, es demasiado pronto.
- Pues yo a la Fnac no subo, que ahí no se puede robar – dijo Raúl.
- No se puede robar… más, querrás decir. Porque antes de que te pillaran mira que te habías llevado singles de la Naranjo ¡que con razón se agotan tan pronto!
- Oye maricón, que yo lo hago por vosotras, porque la cultura ha de ser gratuita.
- Pues a mí me apetece tomarme un café.

Así que comenzamos a andar por las Ramblas como extranjeras en nuestro propio hogar. Porque hay que ver cómo se ponen las Ramblas últimamente, que paseamos por ahí porque no nos queda más remedio, que yo creo que nos vamos a cualquier calle europea y me siento más en Barcelona que aquí mismo. Nos cruzamos con todo lo que te puedes cruzar un día cualquiera en mi ciudad: borrachos, estatuas vivientes, putas (una hasta me tocó el culo y yo lo primero que hice fue comprobar si no me había robado la cartera), viejos que escupían como si les fuera la vida en ello, extranjeros borrachos, extranjeros drogados, extranjeros medio borrachos y medio drogados, extranjeros que ya venían borrachos y drogados de casa y extranjeros, a secas. Pero iban de camino a emborracharse o a drogarse.

Al final, no sé cómo, acabamos metidos en un local muy mono y muy pequeñito de una calle paralela a la Rambla al que nunca va nadie y donde sirven unos granizados de café que ríete tú de Juan Valdés buscando al Yeti.

- Oye tía –le dije a Raúl-. ¿Sabes qué?
- ¿Qué?
- Que quiero enamorarme.
- Buenoooo… ya empiezas…
- ¿El qué? – pregunté.
- Pues que ya te ha venido…
- ¿De qué hablas nena?
- De tu Men-O-Pausia.
- ¿Mi qué?
- Tu Men, guión, o, guión, pausia. Es una etapa que te da… como mínimo dos veces al año, y que consiste en que te oímos quejarte durante un par de semanas de lo sola que te sientes y de las ganas que tienes de encontrar a alguien para compartir tu vida y esas cosas bonitas de cada día. Luego vas a Arena, te metes en el cuarto oscuro, te comes un par de pollas anónimas y se te pasa.
- O conozco a alguien interesante con el que comparto un romance apasionado…
- Que te acaba destrozando el corazón porque tú te crees que eres la Doctora Quinn y en realidad no eres ni la recepcionista de Hospital Central, que lo más interesante que le pasó en su vida fue cuando dejaron los lápices para usar bolis en los formularios del INSALUD.
- Tía, qué inspirada estás –elogié a Raúl.
- Es el granizado. A la gente normal el frío le para el cerebro, a mí me pone como una moto. Porque como está siempre en hibernación pues a la que lo enfrío se pone como una locomotora.
- ¡Nena! ¡Mira ese! – y señalé a un tío buenísimo que pasaba por la calle, junto al ventanal en el que estábamos sentadas.
- No tía no. Ése no.
- ¿Por qué no? Míralo… tan fibrado… con esa sonrisa de pillín… ¡y las piernas depiladas!
- Maricón, no se ha depilado. Es que aún ¡no le han salido los pelitos! ¡Debe tener siete años!
- ¡Exagerada! A lo mejor es un poco lampiño, pero es mayor de edad, tiene pelitos. Y si hay pelito no hay delito.
- No hay pelito ni nada de nada. Ay tía, no cambias nunca. ¿Quieres hacer el favor de centrarte y poner tu punto de mira en alguien que tenga algo entre oreja y oreja, para que no te pase lo de siempre?
- ¿Y qué quieres que le haga? ¡Soy la Ana Obregón del Gay-Xample!
- ¡Y así estás! –gritó Raúl.
- ¿Qué lo dices? ¿Por la separación monstruosa que hay entre mis dos pechos siliconados?
- No guapa, por tu Men-O-Pausia. Tú necesitas es un pollón bien maduro. Alguien que te trate como te mereces y no que haga y deshaga contigo a su antojo. ¡Que tienes veinticinco años ya! ¡Asaltacunas!
- Joder, lo dices de una forma que parece que tenga sesenta y cinco años, puta.
- Es que tienes una edad ya ¿eh? Mira, tu último rollete. Alberto. ¿Qué pasó con él?
- No me hables de Alberto tía…
- Sí, sí que te hablo de Alberto. El de “ay, cuánto te quiero, qué ganas tengo de compartir mi vida contigo” y ¡míralo! Nunca dejó a su novia del instituto y aún se la follaba mientras tú le recargabas el móvil para que pudiera mandarte mensajitos que nunca te mandaba ¡porque se lo gastaba en llamaditas para quedar con sus otras novietas!
- Pero Alberto fue diferente…
- Alberto fue un CABRÓN. Y punto.
- Vale. Pero no siempre ha sido así. Pedro era muy majo.
- ¿PEDRO? – gritó Raúl-. ¡¡NO ME HABLES DE PEDRO!!
- Y si lo vas a hacer –dijo la señora que había en la mesa de al lado- sería un detalle que lo hicierais en voz baja.
- Usted perdone, Mercè Rodoreda –dijo Raúl.

A mí me dio la risa y tuve que levantarme y salir del local porque no aguantaba la mirada de aquella dama de la burguesía catalana que nos acababa de llamar la atención. Que razón no le faltaba, pero es que Raúl tenía razón. Era la momia de Mercè Rodoreda.

- De algo tenían que servirme las clases de literatura ¿no? –dijo Raúl, al salir del bar.
- Qué fuerte tía –dije yo, al ver mi móvil.
- ¿Qué pasa? ¿Es Hugo?
- No tía ¡La Peligros! ¡¡Cinco llamadas perdidas!!
- ¿Cinco llamadas perdidas? ¿Y cómo coño puede ser que no las hayamos escuchado?
- Pero si con los gritos que pegabas no me oía ni yo ¿cómo coño iba a oír el móvil?
- ¿Y por qué cojones te llama tanto la energúmena esta?
- No sé tía… ¡mira! ¡Un mensaje suyo!
- A ver, a ver.

Las dos nos abalanzamos sobre el móvil para leer el mensaje que nos había mandado la Peligros:
“Tia, siento sr tn psada. Xo ncsito hblr cn vostrs. Stoy n Ls Rmbls. Xfavr, os ncsito. Sntda dlante d knlets. Ha hbido 1 accidnte. Toy mirando. Xfa,xfa,xfa. S imprtnte!!!”

Y se me acabó la batería del móvil.

- Hostia puta tía –dije yo-. Es gafe hasta en la distancia.