Capítulo Tres: El Vacío y todo lo demás

Tras sobrevivir de milagro a la última aparición de Iván (a.k.a.: La Peligros) en mi vida, allí estaba yo, paseando por Passeig de Gràcia con aquella desgracia humana a mi lado mientras buscaba un taxi que me llevara a mi antigua casa para recoger al zarrapastroso de mi ex que se había presentado en Barcelona para contarme no sé qué historia.

- ¿En serio?
- Sí, he hablado con una vidente para que me ayude a revertir el mal de ojo que me echó la Chari en el instituto y dejar de provocar tanto mal a mi alrededor.
- Eso está bien, nena –le dije- El primer paso para dejar de ser gafe es reconocerlo. Cosa que no hizo nunca la Pantoja. Claro que lo tuyo más que ser gafe es ser homicida involuntario.
- En realidad llevo días intentando aislarme mientras los trabajos de la vidente surten efecto pero es que tenía que hablar contigo de algo importante.
- Todo el mundo tiene que hablar conmigo de algo importante, ni que fuera yo la EFE.
- De verdad Javi, necesito tu consejo.
- Iván, yo ahora mismo tengo prisa y no puedo entretenerme, no puedo.
- Sé que estás ocupado Javi, pero de verdad que necesito tu ayuda.
- ¿Y por qué la mía? ¿No te puede ayudar nadie más?
- Es que Raúl no me coge el teléfono y Hugo está fuera de la ciudad. Y no quiero hacerle daño a nadie.
- ¿Y a mí sí? ¡Qué hija de puta! –exclamé.
- ¡No, no! A ti tampoco. Pero como eres el único que sabe por qué me pasan las cosas que me pasan pensé que lo comprenderías.
- Bueno nena, yo voy a coger un taxi. Dame un titular.
- Me he enamorado.
- ¿Contra quién? –pregunté, parándome en seco y levantado una ceja; temiéndome lo peor.
- Del Vacío.
- ¿Del Vacío? ¿En serio?
- Sí.
- ¿Pero cómo te has podido enamorar de ese tío? ¡Si no es nada!
- ¡Es que tú no le conoces!
- ¡Es que nadie le conoce! ¡Es imposible conocer a alguien como él!

El vacío es un personaje habitual en el ambiente barcelonés al que bautizamos así el día que, tras acostarnos todos con él de forma casual, descubrimos que salvo una bonita polla y un culo bien puesto en ese cuerpo no habita nada. Ni nadie. No hay alma ni pensamientos ni sentimientos bajo esa piel y bajo esa carne y tras esos ojos azules como el mar azul. Ni siquiera habla. Ni siquiera gime cuando se la metas, aunque lo hagas a traición. Está total y absolutamente vacío.

- En serio Javi, he podido conocerle y hablar con él y he descubierto un ser humano increíble tras esa máscara de…
- Tras esa máscara de nada nena ¡ahí no hay nada! ¡Pero si la vez que me lo tiré me corrí sin querer en su ojo y ni siquiera se quejó! ¿Y tú sabes lo que escuece eso?
- Sí, lo sé. Me pasa mucho.
- Olvidaba con quién estoy hablando.
- Pero es que de verdad, creo que puede ser el hombre de mi vida.
- Te sale más barato enamorarte de un muñeco hinchable. El otro día fui a un sex-shop con Jorge y vimos algunos fantásticos que eran más guapos que la mitad de los tíos que se mueven por esta ciudad.
- ¡Javi, basta! –gritó La Peligros, indignada-. Pedro es un tío genial y me gustaría que le conocieras.
- ¡Pero si ya le conozco! ¡Que me lo he tirado! Como el 99% de los maricas que alguna vez han pisado Arena.
Hubo un incómodo silencio.
- Me duele que hables así de él –dijo Iván.
- Y a mí me duele el culo del hostión que me he pegado en ese ascensor carísimo que has destrozado sólo por venir a contarme esto.
- Javi, me estás decepcionando. Creí que podría contar contigo.
- Iván, de verdad, que tengo mucha prisa.

La Peligros me miró con cara de pena. Era como mirar al gatito de Shrek, con los ojos llorosos y todo. La diferencia era que este gatito era capaz de asesinarte con el simple hecho de saludarte por la calle.

- Vale Iván –le dije-. Me he pasado. Me encantaría que me contaras cómo has conseguido arrancar una palabra a ése individuo y cómo has descubierto la arrebatadora personalidad que esconde. Pero sinceramente, me cuesta pensar que el hombre al que llamábamos “Mudito” antes de oírle pedir un Ballantine’s con RedBull en la Metro puede tener palabras o personalidad en su interior.
- Pues la tiene Javi, la tiene. Y por eso necesito que me ayudes. Me da miedo hacerle daño.
- Pero tía, eres La Peligros. Todo el mundo en la comarca sabe que para acercarse a ti antes hay que contratar un seguro de vida.
- Por eso mismo Javi, por eso mismo. Necesito que hables con él y le expliques lo que me pasa y por qué no puedo quedar con él otra vez hasta que consiga librarme de mi mal de ojo.
- ¿Qué hable yo con él? ¿Pero tú te has vuelto loco?
- ¡Es que a ti seguro que te escuhará! ¡Tú tienes mucha labia!
- ¡Sí! ¡Y no me trae más que problemas!
- Te lo pido por favor Javi, por la amistad que nos une.
- Está bien Iván, hablaré con él. Pero hoy no. No puedo. Tengo un marrón encima que no te puedes imaginar. Aunque sinceramente, no me extrañaría que todo lo que me está pasando sea culpa tuya. Porque muy tranquilo estaba yo hasta que has entrado por la puerta de mi edificio.
- ¿Es tuyo? ¿Todo el edificio?
- Pero qué tonta eres. Mira nena, cojo un taxi. Te llamo cuando pueda y me cuentas con calma.

Me despedí de Iván a la altura de la calle Valencia y me subí en un taxi. Durante el viaje no pude dejar de pensar en cómo coño era posible que La Peligros hubiera conseguido lo que nadie había conseguido antes: hacer hablar a El Vacío. O Pedro, como lo había llamado él. ¿Era posible que la influencia negativa de Iván hubiera despertado algo en el interior de aquel trozo de carne que hubiera provocado que su alma y su cerebro se activaran de repente y comenzara a hablar y a sentir cosas? Madre mía, pero si aún me acordaba de su casa. Blanca. Sin televisión, sin equipo de música, sin decoración en las paredes y sin un atisbo de vida en ninguna parte. Pero si aún recuerdo que al meterme en aquella habitación me sentí como Delores Van Cartier al llegar al convento en Sister Act. ¡Si hasta pensé que El Vacío debía ser seminarista por la cantidad de nada que había a su alrededor! Pero como no vi ningún crucifijo por las paredes me di cuenta de que me equivocaba y de que aquel hombre (por llamarlo de alguna manera) no era más que un súcubo infernal. Eso o una especie de Pinocho sexual: un muñeco hueco que sólo servía para fornicar. Porque mira que hace años que le conocemos y nadie, ABSOLUTAMENTE NADIE, sabía ni su nombre ni su profesión ni sus gustos ni nada de nada. Hasta que va y conoce a La Peligros. Manda huevos.

Diez minutos después estaba en el portal de mi antiguo edificio. Me bajé del taxi intentando hacerme el interesante, pero el pie me tonteó al ponerlo sobre el asfalto y casi me abro la cabeza contra el monovolumen aparcado frente a mí.

Junto a la puerta, sentado junto a una mochila de esas que usa la gente cuando se va acampada o a conquistar el Himalaya o a cruzarse el país para protestar por los recortes en el cultivo del arroz negro, estaba Alberto. Y he de reconocer que en cuanto le vi, a pesar de todo lo que había pasado (que nunca os lo conté pero no fue moco de pavo), recordé por qué había estado tanto tiempo tan enamorado (y agilipollado) de él.

Alberto se levantó y esbozó una sonrisa al verme. Yo no sabía si sonreír o poner cara de cabreo, así que imagino que la expresión resultante de ese ir y venir de sensaciones acabó siendo la misma que pondría Mila Ximènez si mordiera un limón. Me acerqué a él y en cuanto estuve lo suficientemente cerca Alberto abrió sus brazos y me rodeó, apretándome tan fuerte que casi podía notar su corazón atravesando mi pecho y aplastándose contra el mío. Todo aquello sí podía considerarse un señor ataque al corazón. Sobretodo porque al separarse me miró fijamente a los ojos y me besó. Juntó sus labios con los míos y forcejeó con su lengua hasta metérmela bien adentro, como sabe que me gusta que me besen.

Me separé como pude de él y, con mi cara de Mila agriada, no pude más que decirle:
- Pero qué maricón eres.
- Lo sé Javi. Ahora lo sé –contestó él-. Por eso estoy aquí.

Sí, yo también lo sé: decir que eso era previsible es quedarse corto.