Capítulo Uno: Hijas de Bitch

Los seres humanos somos, por definición, unos hijos de puta. Durante miles de años hemos intentado luchar contra nuestros propios instintos, evitando aceptar que por más que nos esforcemos seguiremos siendo igual de hijos de puta que los de la Inquisición. Con los dientes más limpios, mejores cortes de pelo y sin torturas ni linchamientos en la plaza del pueblo, pero hijos de puta igualmente.

Así que a nadie debería sorprenderle que, por ejemplo, su pareja le sea infiel. Ni siquiera debería sorprenderle que su pareja le sea infiel con su mejor amiga. Y aún así cuando Hugo entró en su piso y se encontró a Mario, su novio desde hacía tres años, follándose por detrás a Laura, su mejor amiga desde hacía seis años, se sorprendió.

No dijo nada. Abrió la boca, sí. Pero no dijo nada. Quería decir cosas, muchas cosas, ¡muchísimas cosas! Pero no dijo nada. Se dio la vuelta y se fue de casa, dando un portazo, para asegurarse de que su exnovio y su exmejor-amiga se enteraran de que les había pillado.

- No me lo puedo creer –dije yo, mientras sorbía lentamente el frapuccino de frapu-fresa sentado en un cómodo sofá del Starbucks de Rambla Catalunya-. Mario follándose a Laura.
- Por el culo tía –dijo Hugo-. Follándosela por el culo. Que joder, si me va a poner los cuernos con una tía… ¡al menos que le coma el coño! Que para follarse un culo ya me tiene a mí.
- Pero… ¿Mario no era pasiva? –preguntó Raúl, mi otra mejor amiga.
- No me lo recuerdes, maricón. No me lo recuerdes –dijo Hugo-. Que aún no me había desabrochado el pantalón que ya estaba con el culo en pompa, esperando que lo pusiera mirando pa’ Cuenca.
- Qué bruta eres, nena –respondí.
- Javi, no me seas mojigata tía –me dijo Raúl-. Déjala que suelte todo lo que lleva dentro.
- No nena no, mejor que no –añadió Hugo-. Que como suelte todo lo que llevo dentro lo menos que nos va a pasar es que nos echen de aquí y nos denuncien por escándalo público.

En ese momento el móvil de Hugo, que estaba encima de la mesa, empezó a sonar. Nos acercamos al Nokia que se había puesto a cantar el Please don’t stop the music de la Rihanna y vimos que el que llamaba era Mario.

- Contesta –dije yo.
- No contestes –dijo Raúl-. Que le den por culo.
- ¿Podemos dejar de hablar de dar por culo? –dijo Hugo.
- Nena, somos gays. No nos pidas esas cosas. Contesta –dije yo.
- Tiene razón. En lo de los culos. No contestes –dijo Raúl.
- Iros a la mierda –Hugo cogió el teléfono y se alejó de la mesa. Salió a la calle y descolgó el aparato mientras Raúl y yo le observábamos atentamente.

- ¿Tú qué crees que va a pasar? –le pregunté a Raúl.
- Lo que pasa siempre, nena –dijo él-. Que por mucho que nos joda tenemos que aceptar que el amor verdadero no existe. Que no hay ningún Príncipe Azul esperándonos para compartir todas las cosas buenas que nos pasen. Que lo mejor que podemos hacer es salir el viernes por la noche, alegrarnos de que seguimos vivos, de que seguimos juntos, conocer gente nueva, vivir nuevas experiencias y olvidar el pasado sin olvidar lo que hemos aprendido de la gente que ha pasado por nuestras vidas.

Observé a Raúl atentamente.
- ¿Vas fumada?
- Sí ¿no te habías dado cuenta? –dijo ella.
- ¡Qué va tía! ¡No se te nota nada! –exclamé.
- Tantos años fumando porros… se me ha debido quedar la cara de fumada y ya no os dais cuenta.
- Qué puta –le dije.

La puerta del Starbucks se abrió y entró Hugo. No había llorado, y no sabíamos si eso era buena señal o no. Se acercó a la barra para pedir otro café con leche y cuando se lo sirvieron vino a nuestra mesa.

- Quiere hablar conmigo –dijo.
- Obviamente –dije yo-. Sino ¿pa’ qué iba a llamarte?
- Que quiere quedar, coño. Que dice que quiere contarme una cosa.
- Pero –dijo Raúl-. ¿Le has dicho que le has pillado dándole por culo a la puta esa?
- No.
- ¿Y por qué no? – pregunté.
- Porque no. Porque no sé… porque no me atrevo… osea… ¿y si se lo… pregunto…?
- Ay meri –dije yo-. Que le vas a perdonar.
- ¡Pero qué dices! ¡Si ni siquiera me lo he pensado todavía!
- ¡Es que no hay nada que pensar, maricón! –gritó Raúl-. Mira, yo no me voy a poner ahora aquí a dar sermoncitos ni nada sobre el amor y todas esas chorradas porque con lo puta que he sido y sigo siendo pues como que no tendría ningún valor. Pero ese tío ha estado tres años contigo y ahora le da por culo a tu mejor amiga. Lo único que tienes que pensar es cómo vas a descuartizarlo sin que te pillen.
- No sé tía… yo ya sabía que a Mario le pasaba algo raro… tal vez…
- ¡Tal vez nada! –dije yo-. Hugo cariño, te conozco desde hace mucho tiempo. No diré cuanto, porque es bonito mantener viva la ilusión de que somos jóvenes y aún nos queda tiempo para cumplir nuestros sueños, pero es mucho tiempo. Y sé que amas a Mario. Sé que habéis compartido cosas maravillosas. Cuando yo estuve con Alberto, tía, me pasó lo mismo…
- Hombre, lo mismo… lo mismo… no –me cortó Hugo-. A Alberto lo dejaste tú porque estabas harta de sus idas y venidas y porque no soportabas más su falta de atención. Yo he pillado a mi novio dándole por culo a mi mejor amiga.
- Ciertamente mari –me dijo Raúl-. Un huevo y una castaña.
- Bueno vale –dije-. No tiene nada que ver lo que ha pasado. Pero sé lo que es tener que afrontar de repente el hecho de que toda tu vida ha cambiado. De que lo que creías que era un proyecto con futuro y lleno de ilusión se va a tomar por el puto culo.
- En serio, ¿cuántas veces hemos hablado de dar y tomar por culo en la última media hora? –preguntó Raúl.
- Es verdad nena -dije yo-. Sobrepasamos la línea de ser gays y rozamos la de los enfermos.
- Mirad nenas, yo sé que me queréis. -dijo Hugo-. Y de verdad, que aprecio vuestra opinión y vuestro ánimo… Pero… no sé… algo en mi corazón me dice que Mario… no sé… tengo que escucharle ¿sabéis? Tengo que saber…
- Mari, no te comas la cabeza –dijo Raúl-. Quedarás con él. Te dirá que lo siente muchísimo, que se dejó llevar, que sólo ha pasado una vez. Seguramente hasta te dirá que iba bebido y no sabía lo que hacía. Que ella sólo ha sido un error y que con quien quiere estar es contigo porque te adora y bla, bla, bla.

Raúl puso su mano sobre la mesa y cogió la de Hugo, suavemente.

- Y tú le perdonarás y harás de tripas corazón para evitar el tema hasta que un día vuelvas a casa pronto de trabajar…

Los ojos de Hugo se llenaron de lágrimas. Estaba a punto de echarse a llorar. Y yo no soporto ver llorar a mis amigas.

- Y te encuentres una mujer dentro de un armario. Qué dolor, qué dolor –apuntillé.

Los tres estallamos en una sonora carcajada. Las lágrimas de Hugo terminaron por derrarmarse, pero ahora se estaba riendo. Ahora era diferente.

- ¿Sabéis qué os digo? –dijo Hugo, secándose las mejillas.
- ¿Qué? –preguntamos Raúl y yo a la vez.
- Que Mario es un hijo de puta. Y Laura es una hija de puta. Y yo soy un hijo de puta.
- ¿Tú? ¿Por qué dices eso nena? –le pregunté.
- Porque voy a quedar con él. Y le voy a hacer sentir igual de miserable, patético, ridículo y humillado que me siento yo ahora.
- Nena, tú no eres ni patética ni ridícula. Tú lo que pasa es que tienes que aprender a ser un poco más hija de puta –dijo Raúl.
- Di que sí. Esa es la clave. Si quieres conseguir algo en esta vida tienes que ser una auténtica hija de la gran puta –añadí.
- Nunca me ha gustado lo de “puta”. Prefiero “bitch” –dijo Hugo-. Es como más… no sé… más…
- De hija de puta –dijo Raúl-. Las hijas de puta no dicen puta: dicen bitch.
- Hija de bitch –dije yo.
- No suena mal nena –dijo Hugo-. Me gusta. Seré una hija de bitch.
- Por las hijas de bitch –dije yo, alzando mi Frapuccino.
- Por nosotras –dijeron Hugo y Raúl, alzando su café con leche y su vaso de agua, respectivamente.
- Nena –le dije a Raúl.
- ¿Qué?
- Deberías dejar de pedir vasos de agua cada vez que vamos a un bar. Además de quedar súper cutre, me das miedo. Pareces la niña de Señales. Y yo no estoy pa’ que me invadan los aliens ahora.