Capítulo Trece: De repente, dos extraños. Y un jodido planeta.

Habían pasado dos semanas desde la escena del restaurante. Aquella escena funcionó un poco como mid-season de serie americana. O, lo que es lo mismo, cuando los guionistas se dan cuenta de que van por mal camino y finiquitan una trama de la peor forma posible para poder abrir una nueva etapa que salve los resultados de audiencia y no les cancelen.
Por suerte para mí, esto no es una serie americana. Por desgracia para mí, esto era mi vida y era real.

- ¿Y se puede saber por qué coño has estado así de desaparecida? – preguntaba Raúl, al otro lado del teléfono.
- No he estado desaparecido… - contesté yo. Mentí yo, más bien.

Claro que había estado desaparecido. La primera semana me la pasé intentando decidir por qué quería ver a B y si realmente quería decirle lo que quería decirle. Y la segunda semana la pasé intentando hablar con él sin tener cerca de La Peligros. Porque estaba claro que decirle a alguien que te gusta (sin estar pasando por la Men-O-Pausia, osea, que iba en serio) con La Peligros cerca era una condena a muerte de tu vida sentimental, amorosa y sexual en los siguientes setenta años.

- ¿Qué no has estado desaparecida? Meri, que celebramos el cumpleaños de la Omni y estaba ahí todo el mundo menos tú.
- Mira Raúl, aunque no hubiera estado desaparecido no habría ido a celebrar el cumpleaños de semejante hija de la gran bitch.
- Cómo eres meri ¡CÓMO ERES!

Hablar por teléfono con Raúl es lo que tiene: él decide cuando acaba una conversación. Yo no le había explicado todo lo que tenía que explicarle, pero él había decidido que la conversación había terminado y así era. Yo, que había quedado con B una hora más tarde, en el centro y (¡por fin!) sin La Peligros cerca, decidí que era momento de ponerme guapo. Me fui al baño, me desnudé me puse cachondo al verme en el espejo y me pajeé) y me di una ducha.

Al salir del baño oí ruidos en la escalera. Me acerqué a la mirilla porque si una cosa tengo es que si oigo ruidos en la escalera tengo que mirar (herencia de mi madre), no sea que alguna vecina antigua (que no vieja) se haya caído y se haya hecho daño. ¿Qué las voces que oigo son de dos jóvenes posiblemente atléticos y bien fornidos? Bueno, tal vez ELLOS han tirado a la anciana y le han robado el bolso.

Pero allí no había ni ancianas ni nada. La puerta del piso de enfrente estaba abierta. ¡Nuevos vecinos! Hacía ya dos meses que se habían ido los antiguos inquilinos (el Jona, la Juani, sus dos perros y la madre que los parió a todos) y creo que jamás me había alegrado tanto de perder a alguien de vista. Era consciente de que estaba viviendo un momento histórico y lo estaba haciendo en pelota picada delante de la puerta de mi casa.
Del interior del umbral inexplorado del tercero A emergió una figura. Era grande. MUY grande. Debía medir como un metro sesenta y debía pesar unos setecientos setenta y seis kilos. ¡¡Y era una mujer!! ¡¡ERA MONSTRUOSO!! Recordé la película y lo que el bicho le hizo a todo Manhattan y pensé en lo que me haría a mí si se daba cuenta de que estaba allí mirando.
Mi esperanza de que una adorable (y abierta) pareja de gays musculosos y cultos (y abiertos) se instalara era aplastada por la madre de Gilbert Grape, así que dejé de chafardear y me fui a lo mío. Ciertamente aquella mujer no iba a vivir sola (¡hasta Jabba el Hut tenía compañeros de piso) pero viéndola a ella ya tenía suficiente: nada interesante (again) en el tercero A.

Tardé un buen rato en elegir qué me iba a poner para aquella cita con B (que él no sabía que era una cita), pero dejé que el amor de Kylie guiara mis manos en el armario y acabé vestido para matar. Ya estaba listo, podía irme.

Al abrir la puerta entendí mi primer error: no utilizar la mirilla para asegurarme de que no había nadie en el descansillo. Pero ya no había marcha atrás. La mejor forma de no encontrarme con nadie era hacerme el tonto y aunque aún no le había dado al play llevaba los cascos puestos y podía hacerme el tonto. Así que caminé unos pasos con la cabeza gacha, simulando que buscaba algo en los bolsillos.

Y ahí se materializó mi segundo error: si vives delante de la persona más grande del mundo y vas mirando hacia abajo, es de esperar que te incrustes contra ella.

Y así fue. Aquello fue como si el meteorito de Armaggedon me cayera encima con Ben Affleck, Bruce Willis y todos los Aerosmith encima gritando como condenadas. Cuando me recuperé del soberano golpe y pude centrar la mirada me quité los cascos y oí su voz:

- ¡Niiiiiiiño! ¡A ver si miras por dónde vas! –dijo ella. Pongo que lo dijo, pero en realidad lo gritó a los cuatro vientos. Lo que pasa es que ahora sé que ella todo lo dice así, y paso de estar diciendo que gritó esto y gritó lo otro: ella habla MUY fuerte.
- Perdón, perdón –dije yo, disimulando-. Estaba despistado.
- Ya ya… despistado… Osea que tú eres el mariquita que vive en el B ¿no?
- Pues… ya veo que ha estado hablando con Mercedes, la portera.
- Pues claro niño, lo primero que he hecho nada más bajarme del coche ha sido ponerme al día de la escalera mientras mi marido y mis hijos descargan las cosas. JJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA –y es que si hablando se la oye desde la estación espacial internacional imagínate lo que deben pensar en la otra punta del universo cuando la oyen reírse.
Yo me la quedé mirando, sin saber exactamente qué hacer. Pero una palabra rondaba mi mente: “hijos”. Pero nada, olvídate nena. Mira a la madre, seguro que son como el primo de Harry Potter.

- Pero qué maleducada soy –dijo ella-. Me llamo Dolores. Pero llámame Lola.
- ¡Anda! ¡Cómo la canción!
- ¿El qué?
- La canción. No me llames Dolores, llámame Lola.
- ¿Eso es una canción?
- Sí bueno… se hizo famosa hace unos años…
- Niño, si no ha salido en Operación Triunfo a mí no me preguntes. JAJAJAJAJAJAJA –y volvió a reírse y en Pakistán hubo un terremoto y unos niños pastores murieron sepultados junto a sus rebaños. Pero una cabra sobrevivió y fue noticia dos días después en la CNN.
- Pues yo soy Javi. Y ya conocerá a mis padres, que también viven aquí. Ha sido un placer conocerla, Lola. Pero es que he quedado con un amigo y tengo un poco de prisa…
- Di que sí, hay que cuidar a los amigos. No como mi hijo Manuel, que no da un palo al agua, todo el día enganchado a la consolita de los cojones y no sale de casa para nada.

Lo dicho, el primo de Harry Potter.

- Menos mal que mi pequeño, el Paco, me ha salido más listo. Ése si no está estudiando está en el gimnasio y sino está por ahí con los amigotes.

Espera, espera, ESPERA. Paco. Pequeño. GIMNASIO. Mmmm…

- Así que… ¿tiene dos hijos? –le pregunté a Lola.
- Sí. Manuel y Paco. Pero no tienes nada que hacer que estos tienen de maricones lo que yo de Claudia Schiffer. JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA –y una sacudida hizo que el último trasbordador de la NASA tuviera que abortar su lanzamiento-. Pero ve ve, que llegarás tarde y tu amigo se enfadará.
- Ay sí. Encantado de conocerle Lola.
- Igualmente.

Y me fui, dejando a Lola detrás. Saqué el iPhone del bolsillo y deslicé el dedo por el cover-flow hasta encontrar el Womanizer y darle al play. Bajé los tres pisos por las escaleras mientras oía cómo el ascensor subía hacia mi planta. Una vez en la portería me encontré con Mercedes, mi adorada Mercedes.
- Buenas tardes –me dijo ella y yo le respondí con mi famosa mirada “te saludo por cortesía, vieja cotilla ¡de mierda!”.

Y entonces les vi. Ni en mis peores fantasías sexuales había podido esperar vivir un momento como aquél.

Junto al portal del edificio se agolpaban un montón de cajas. Y dos Dioses del Olimpo se disponían a cogerlas. Antes de que las cargaran pude observar sus maravillosos torsos desnudos y di gracias a Dios por haber hecho que llegara por fin el calor y poder contemplar esos pectorales y esos abdominales. Al coger unas cajas todas las venas existentes en esos cuatro brazos se hincharon más que la de María Patiño en una mala noche. Uno de ellos empujó al otro y sonrió, y el otro tuvo un pequeño traspiés y se giró, también sonriendo.

Gracias, Señor, por meterme en una película de Bel Ami.
Entonces dejaron las cajas, se bajaron los pantalones y se chuparon las pollas el uno al otro. En mi imaginación, claro.

En la realidad los dos pasaron junto a mí soltando un débil “Buenas” y yo les contesté con mi boca abierta “no te saludo porque estás demasiado bueno y bastante tengo con evitar empalmarme”.

Al pasar junto a Mercedes ella les dijo:
- Es maricón.

Yo me giré, mirando a la puta vieja pensando si darle las gracias o mandarla a la mierda. Ellos se pararon a esperar el ascensor y se me quedaron mirando. Uno de ellos (hasta ese momento eran prácticamente imposibles de diferenciar) se me quedó mirando con cara de mala hostia.
El otro, sin embargo, me sonrió.