Capítulo Dos: Shrek

Lo lógico habría sido empezar con las presentaciones. Deciros quién soy yo, cómo soy, a qué me dedico y cómo es un día de cada día en mi vida. Luego os presento a mis dos mejores amigos, Raúl y Hugo, y os cuento lo mismo que os he contado sobre mí pero de forma más resumida que por algo el que escribe esto soy yo.

Pero no lo voy a hacer. Primero porque no me apetece absolutamente nada ponerme ahora a contaros cosas que ni a mí me interesan. Segundo porque así esto queda como más original y tengo más posibilidades de que algún editor se ponga en contacto conmigo para publicar mi vida (o echarme un polvo, que también me sirve). Y tercero… porque no somos tan especiales como para ir presentándonos por la vida.

Entiéndase. Claro que somos especiales. Todos somos especiales, que diría Dolly Parton. Pero lo cierto es que Raúl, Hugo y yo somos como cualquier amigo/conocido/folla-amigo que tengas. Pero tranquilas nenas, si algún día necesitáis saber algo para entender por qué coño nos pasan las cosas que nos pasan, os lo explicaré.

Por cierto. Ni Raúl, ni Hugo ni Javi son nuestros nombres verdaderos. Ningún nombre es real. Ni siquiera el de los personajes que me invente. Algunas de las cosas que os contaré sí que son reales (por desgracia) y otras no lo son (por desgracia también). Y sin nombres reales ni hechos reales pensarás: "¿Y pa' qué coño me leo yo esto?" Pues porque sí. Y punto.

Y ahora seguramente os estéis preguntando qué coño pasó con Hugo y Mario. Sé que os dio la sensación de que a Hugo tampoco le afectó tanto descubrir que su pareja, el hombre con el que había compartido su vida durante tres años, le estaba poniendo los cuernos con su mejor amiga. Eso, nena, es lo peor que te puede pasar. Porque si tu novio se lía con un desconocido, pues no importa. Si tu novio se folla a un desconocido tampoco, pero luego te lo follas para dejarle claro quién manda. Si tu novio se lía con un conocido, sospechas. Si se folla a un conocido, le dejas. Si se folla a tu mejor amigo, es el apocalipsis.

Pero si tu novio hace cualquiera de esas cosas con una mujer, sea conocida, amiga, desconocida o la mismísima Penélope Cruz… entonces es una novela de Stephen King.

Hugo estuvo llorando unos días sin querer saber nada de nadie. Lógico. Pasó por su casa a recoger algunas cosas mientras Mario trabajaba y se fue a casa de su madre. No le llamábamos al móvil porque no queríamos molestarle (y porque sabemos cómo es Hugo y si le llamas cuando no quiere que le llames lo menos que hace es lanzarte una maldición gitana para que se te caiga la picha a trozos). Sólo le veíamos conectarse al Messenger de vez en cuando y en el Last.FM podíamos ver que estaba escuchando toda la discografía de Death Cab for Cutie. Era la única forma que teníamos de saber que estaba vivo: las listas de reproducción del Last. Hasta sabíamos cuando se hacía las pajas, cuando entre la canción 3 y 4 de un cd habían pasado más de 20 minutos.

Una tarde, sonó un móvil. Era Mario. No era ninguna novedad que Mario llamara: desde la tarde del Starbucks Mario había estado llamando a Hugo cada 3 horas. Ininterrumpidamente. La novedad era que Mario me llamaba a mí.

Yo acababa de volver del trabajo, estaba agobiadísimo y con ganas de meterme en la ducha. Me había sentado delante del ordenador para hacerme una paja viendo la última película de bisexuales que se me había descargado (sí ¿qué pasa? Últimamente me ha dado por descargar porno bi) y justo en ese momento en que empiezas a pillarle el gusto al tema, llamó Mario. Obviamente no descolgué. Intenté terminar lo que tenía entre manos, pero ver su nombre en la pantalla de mi móvil (“Mario novio Hugo”, que conozco muchos Marios) me hizo recordar lo mal que lo estaba pasando mi amiga y me cortó el rollo

Aún sin rollo me terminé la paja (¡hombre no! a mí ya me puedes enseñar fotos de Karmele Marchante después de su paso por Supervivientes que no vas a evitar que me corra, ¡bonita!) y me fui a la ducha. Allí, bajo el agua, enjabonándome, me di cuenta de que el drama de Hugo se pasaba de castaño oscuro y había que ponerle fin. También me di cuenta de que necesitaba follar enjabonado. Así que en cuanto terminé y me vestí llamé a Raúl.

- ¿Diga?
- Nena, soy yo.
- Dime meri, ¿qué pasa?
- Oye, me ha llamado Mario.
- ¡Ooooh! ¡¿Qué me estás contando?!
- Lo que oyes.
- ¿Y qué te ha dicho?
- Nada, no he hablado con él.
- Ah. ¿Y entonces pa’ qué coño me llamas, maricón?
- ¿No crees que ya es hora de perpetrar un secuestro exprés?
- Pues sí. Podríamos llevarnos un hijo de la Infanta tía, que voy fatal de pasta.
- No es mala idea… pero yo estaba pensando en Hugo. ¿Sabes algo de él?
- Que como no deje de escuchar la música que escucha acabará como Erika, tía.
- ¿Qué Erika, tía?
- La hermana de la Leti, tía.
- ¡Ah! Qué jeby, tía.
- Ya te digo, tía.
- ¿Y qué es lo último que ha escuchado, por cierto? ¿Sigue con los Death Cab?
- ¡Qué va! Ahora se ha pasado a la Naranjo. Alterna el “Europa” con “Tú y yo volvemos al amor”
- Por el amor de Dior. ¡Está peor de lo que pensaba!

Y gritado esto, colgué. A Raúl no le importa que le cuelguen; de hecho le encanta, porque le da a todo un tono como muy dramático así en plan culebrón venezolano y hace tiempo que nos enganchamos a uno y decidimos que vivir como en los culebrones es mucho más divertido.

A lo que iba: media hora más tarde Raúl estaba aparcada delante de mi casa, con las ventanillas del Focus bajadas y el cd de Kylie ambientando el barrio. Cuando salí de mi portal y me acerqué al coche comenzaba a sonar el In My Arms. Sincronicé mi llegada a la puerta del copiloto para que coincidiera justo con el how do you describe a feeling? y Raúl me respondió lo de I’ve only ever dreamed of this… y las dos gritamos lo de Oh! y me subí al coche a ritmo de la canción y Raúl arrancó.

La panadera pensó que el numerito fue muy simpático. Los borrachos del bar no pensaron nada porque no les daba la cosa para tanto. Los cholos que estaban sentados en el parque de enfrente liándose porros sintieron ganas de pegarnos una paliza salvo uno, que pensó que seguro que la chupábamos mejor que su novia y pensó que, algún día que se cruzara conmigo por la noche, me tiraría la caña.

Poco después (aún no habíamos llegado al Nu-di-ty, gracias a Dios) estábamos parados en doble fila delante del portal de la madre de Hugo.
- Vale nena –dijo Raúl-. ¿Ahora qué hacemos?
- No sé tía… ¿le picamos?
- Sí, como que va a bajar.
- Pues tú me dirás. Porque yo el ariete me lo he dejado en casa.
- ¿Y si primero le llamamos y le decimos que nos hemos ido de viaje a London y luego le decimos que no, que es broma, y que mire por la ventana, le saludamos y le decimos que baje?
- ¿Y por qué deberíamos hacer eso? –pregunté.
- No sé tía... estoy fumada.
- ¿Otra vez? Oye nena, que si sigues así no me llegas viva al season finale.
- Viva llego seguro. Pero no me enteraré de nada.
- Bueno maricón, yo creo que lo mejor es que nos colemos en el edificio y luego piquemos directamente a la puerta de su casa.
- Eso, y ponemos el dedo en la mirilla para que no nos vea.
- Ahí le has dado. ¡Vamos allá!

Cuarenta y seis minutos más tarde (el rato que tardamos en encontrar sitio para aparcar, que nos lo quitara un cincuentón, volver a buscar sitio, intentar aparcar en un espacio demasiado pequeño, seguir dando vueltas, pelearnos con una mujer que se coló entre dos coches y casi la atropellamos, volver a dar vueltas, llegar al mismo sitio donde estaba el cincuentón que ahora se iba y nos dejaba el espacio libre y se despedía de nosotros con un bonito dedo cincuentón levantado –y nosotros insultándole como dos perras-) estábamos delante del portal.

- Oye tía –dijo Raúl-. Este portal ¿no es el de la peli esa de… Play?
- ¿Play?
- Sí nena, la de miedo esa que vimos en el cine.
- No es Play nena, es REC.
- ¡La del ogro no coño! ¡La de miedo que sale la tía esa corriendo por un edificio y están todos infectados!
- ¡Que ya lo sé coño! Pero que no se llama Play hostias, que se llama REC. De grabar. REC. El botón.
- Ay tía, no me rayes.

Una mujer muy simpática salía en ese momento del edificio y aprovechamos para colarnos en el portal. Mientras subíamos en el ascensor me sonó el móvil.
- ¡Nena! –exclamé-. ¡Es Mario!
- ¡Cógelo cógelo!
Descolgué.
- ¿Diga?... Ah… Hola… Sí sí… Ya… Ya… Me lo imagino… claro…
- ¿Qué coño quiere?

El ascensor llegó al piso de Hugo.

- Pues no sé… puedo intentarlo pero… -dije yo, mientras abría la puerta del ascensor-. No te prometo nada.
- Ya está, quiere que hables con él. Qué típico.
- Calla coño. No tú no Mario, es que estoy con Raúl… ¿Dónde? … Pues por ahí dando una vuelta… ¿Y dónde estás tú que se oye tanto eco?

Caminamos hasta la puerta de la casa de la madre de Hugo. Raúl acercó un dedo al timbre y otro a la mirilla.

- ¿Dónde dices, que no te oigo bien?

Raúl hizo sonar el timbre.

- ¡En casa de la madre de Hugo! –exclamó la voz de Mario, que acababa de plantarse en el rellano tras subir por las escaleras.

- Ay coño –dijo Raúl, al verle.

Y yo colgué el teléfono en el momento en que la puerta se abría. En el umbral estaba Hugo, vestido con una bata de boatiné que imagino que le había robado a la madre de su madre. Primero vio a Raúl, tapando la mirilla. Luego me vio a mí, con el móvil en la mano. Y luego se fijó en Mario, que se acercaba a la puerta. Paseó su mirada durante un tenso momento por cada una de nuestras caras y finalmente se detuvo en la mía y en la de Raúl, a la vez. No sé cómo coño lo hizo, pero sabíamos que hablaba con nosotros cuando dijo:

- Hijas de la gran puta…