CAPÍTULO SEIS: Cuando calienta el sol, aquí en la playa

La playa. Mira, a no ser que estés en una playa privada de un resort perdido en las islas Fiji o en la parcela exclusiva de tu mansión de Malibú la playa es uno de los sitios más espantosos y horteras del universo. Todo son inconvenientes. ¡Todo! Para empezar te puedes encontrar con cualquier cosa. Y cuando digo cosa me refiero a gente muy rara. Rara de ser y de ver. A eso súmale los vendedores ambulantes; las chinas de los masajes; las abuelas en top-less; las sombrillas de colores; las toallas de promoción que te regalan en el súper; los que se llevan la guitarra o los altavoces del MP3 y se ponen a dar por culo y, lo peor, algunos bañadores que deberían pasar a formar parte de la selección de vestuario de la casa del Terror que cualquier feria de pueblo.
A todo eso súmale lo incómodo que es caminar por la arena, quemarte por el sol y que se te acartone la piel como a un mal concursante de Supervivientes por culpa del salitre.
Ahora es cuando me decís que para eso están las playas gays, que ahí no hay yayas enseñando las ubres ni bañadores que queden mal. Pero a esas playas no se puede ir porque es peor que meterse en un documental del National Geographic sobre la supervivencia del más fuerte. Los gays en las playas gays toman el sol de pie, luciendo palmito, no se meten en el agua por encima del bañador porque entonces no se les ven los abdominales y, sobretodo, no hacen nada que pueda hacer creer al resto que son (o han podido ser) heteros. Así que imagínate el panorama.
Aún así, tras dos días de estar follando como cosacos (que seguro que los cosacos follaban mucho), decidí llevarme a Alberto a la playa para que cogiera un poco de color porque empezaba a darme bastante grima penetrar a un clon de Sophie Ellis-Bextor.
Y allí estaba yo, en mi toalla tomando el sol tranquilamente mientras él se daba un baño dando saltos y tirándose de cabeza y chapoteando como si fuera la primera vez que se meteía en el mar. Claro que probablemente lo era. A su alrededor un grupo de musculocas con el agua por las rodillas (que de vez en cuando se salpicaban entre ellas y se reían como sólo las musculocas saben reírse: tensando todos los músculos del cuerpo menos los de la cara para que no les salgan arrugas) lo miraban espantados y yo me hacía el tonto.
Y claro, otra cosa mala de las playas es que cuando estás tirado en una toalla no puedes hacerte el sueco cuando ves a alguien que se acerca a saludarte porque allí no hay donde esconderse. Puedes vivir un momento Película de Destape y salir corriendo con la toalla en ristre llenando de arena a todo lo que se te ponga por delante; pero ni yo soy Fernando Esteso ni esto es el 73. Así que allí me quedé, con los cascos puestos mientras escuchaba una sesión de música veraniega que me había bajado de internet, mientras veía como Juanma venía hacia mí haciéndose la fantástica.
No llevaba ni 40 segundos hablando con él cuando vi aparecer a Alberto, con el pelo empapado y el bañador que le había comprado aquella mañana marcando más que el tonto de tu primo Paco llamando al Call-Show de Aída Nízar. Juanma le miró, me preguntó si nos conocíamos, le dije que era un amigo que estaba de visita en Barcelona y mientras Alberto ocupaba sitio en su toalla junto a al mía Juanma se despidió y se fue.
- ¿Quién es? –preguntó Alberto en cuanto el otro se dio la vuelta.
- La ING, el ex de Raúl –contesté.
- ¿La ING?
- Sí, porque era su novio y cada día el de más gente.
- ¿Le ponía los cuernos?
- No. Bueno sí. Pero eso es lo normal –ante la cara de susto de Alberto tuve que afinar la explicación-. Digamos que eran una pareja abierta pero éste la abrió a demasiadas cosas. Vamos, que si le apetecía echar un polvo con otro a Raúl le daba igual. Pero cuando aquí la amiga empezó a llevarse a los polvos de cena, de teatros, de cines y de viaje a Nueva York durante dos semanas… pues a Raúl no le hizo ni puta gracia.
- Tío –me dijo Alberto-. Sólo llevo aquí un par de días y cada vez flipo más con lo raros que sois los gays.
- ¿Sois? ¿Hace falta que te recuerde lo que hemos estado haciendo antes de venir a la playa?
- No, no… bueno… ya sabes a lo que me refiero.
- Pues no, no lo sé. A ver, tú y yo estuvimos medio liados a distancia durante dos años largos y ahora te hospedas en mi casa y follamos cada dos por tres. ¿Y aún así no te aludes a ti mismo al hablar de lo raros que somos los gays?
- Joder Javi… ya sabes que yo…
- ¿Eres bisexual? ¡Mis cojones!
- Que no. A ver, que siempre te lo he dicho. Yo no podría estar con otro tío que no fueras tú.
- Qué romántico eres, Amador Mohedano.
- Vamos, que a mí me gustas tú. Pero no me gustan otros tíos. Prefiero a las tías.
- ¿Y eso entonces cómo se llama?
- No lo sé. Pero mira tío yo soy así, cuando te conocí me di cuenta de que yo no me enamoro del sexo, me enamoro de la persona.
- Ya. Y dime una cosa, poeta del amor –le interrumpí, algo preocupado por lo que acababa de decir-. ¿Tú estás enamorado de mí?
- Vaya pregunta…
- Pues la que toca. Porque en estos dos días hemos hecho muchas cosas… bueno, hemos hecho una cosa pero muchas veces… y yo no he querido preguntar por no liarla pero aún no me has explicado nada de qué ha pasado con tu boda…
- No me apetece hablar de eso ahora, Javi –me dijo, poniéndome su puta carita de cordero degollado.
- En algún momento tendrás que explicármelo. Vamos, digo yo.
- Sí, sí, te mereces una explicación. La tendrás. Y te agradezco mucho que me hayas acogido, ya lo sabes. Pero de verdad, prefiero no hablar del tema ahora.

Se acercó a mí y me dio un beso. ¿Me estaba tomando el pelo? ¿O realmente se sentía mal por todo lo que estaba pasando y aún no estaba preparado para explicarme el verdadero motivo por el que había reaparecido en mi vida así, de esa manera que uno no se da ni cuenta? Fuera como fuera, había una pregunta que tenía que hacerle y aquél era el momento. No porque la conversación fuera la adecuada sino porque estábamos en un sitio público y quería testigos por si le daba un parraque.

- Y… me sabe muy mal preguntarte esto pero… ¿vas a quedarte mucho tiempo más en mi casa?

A Alberto le cambió la cara. Imagino que él se pensaba que el ático de Paseo de Gracia era como un Hostal Royal Manzanares que siempre tenía las puertas abiertas para acoger a gays indefensos que huían de las garras del matrimonio heterosexual, pero la verdad es que yo al final de la anterior temporada (de mi vida, claro, que todo esto es real ¿vale?) había decidido ser un poco más puta y si en el tercer capítulo de ésta ya me toca cargar con mi ex como si fuera mi nuevo novio pues poco iba a ser. Y menudo chasco se iba a llevar Jorge, que ayer antes de irse a dormir me dijo que quería presentarme a un amigo suyo que estaba forrado.
Cualquiera entendería que lo que Jorge quería era que entre ese millonetis y yo surgiera el amor; pero yo sospechaba que Jorge estaba un poco harto de pagarme todos los caprichos y había decidido ponerme a trabajar. Follando, se entiende.
Así que, como comprenderéis, si mi compañero de piso amigo de toda-la-vida me amenaza sibilinamente con hacerme de proxeneta, lo último que necesito es un okupa en mi habitación.

- La verdad es que no lo había pensado… siento ser una molestia… -y otra vez la carita. El gato de Shrek estaría orgulloso de tener un alumno tan aventajado.
- No eres una molestia. Mira, no me expliques lo de la boda si no quieres pero dime al menos qué planes tienes. Si te vas a volver, si te vas a quedar, si vas a hacer un viaje por toda la geografía española con un bastón y una mochila como Labordeta…
- Volver no voy a volver. Eso seguro. La verdad es que pensaba instalarme en Barcelona.
- Pues me parece fenomenal. Pero claro, entiende que en mi casa no puedes instalarte.
- Ya… bueno…
- Uy, uy, uy, uy… Me da a mí que esto ha sido una cagada.
- ¿Por?
- Mira Alberto, voy a ser muy sincero contigo. Puede que te haga daño pero créeme si te digo que no es mi intención.
- Dispara.
- Eso esta noche. Alberto, yo no quiero tener una relación. Con nadie. Estoy muy bien como estoy. No quiero que pienses que por haberte acogido en casa y haberte penetrado con tanto cariño como te he penetrado –he de reconocer que la broma fue un poco brusca pero relajó el ambiente porque Al perfiló una sonrisa en su cara- esté yo dispuesto a tener una relación. Ya sé que es un tema complicado porque tú y yo tenemos un pasado. Pero es eso, un pasado. Y es algo que no se volverá a repetir.
- Ya…
- Niño, sabes que yo te tengo muchísimo cariño. Que te quise mucho y me volví un poco loco y tú fuiste un poco cabrón. Pero aún así te tengo mucho cariño y siempre te he dicho que podías contar conmigo para lo que quisieras. Y si decides instalarte en Barcelona y hacer tu vida yo te ayudo en lo que haga falta. Pero no puedes quedarte para siempre en mi casa.
- Lo entiendo, tranquilo.
- ¿Y entiendes lo de que podemos ser amigos?
- Sí. Será un poco raro ser amigo del único tío por el que he sentido algo pero sí, seremos amigos.
- Mira ¿a ti te molestaría verme follando con otro tío?
- Pues no.
- Entonces no vas a tener ningún problema.

Y dicho esto, le planté un beso en los morros, le metí la mano en el bañador, le puse la polla dura ante la mirada de todas las maricas envidiosas que había a nuestro alrededor y le dije:

- Vámonos a casa, que se ha ido el sol.

Y así, a las cuatro de la tarde del día más soleado de todo agosto, me dirigí a mi casa para follarme a mi ex por última vez.

Bueno, últimas veces.

CAPÍTULO CINCO: ¡¡¡¡AAAAARRRRRRRRTE!!!!

Allí estábamos. Alberto y yo, los dos solitos, en mi habitación. Él a un lado de la cama y yo al otro. Mirándonos fijamente. Yo estaba tan nervioso por lo que acababa de pasar con Jorge que no sabía qué decir y él… bueno, él nunca ha sabido qué decir así que tampoco esperaba que hablara. Me lancé.

- Bueno. Tienes mucho que contarme.
- Sí. Pero antes… ¿te importa que me dé una ducha? Es que estoy hecho un asco del viaje y…
- Ah… bueno, sí. Date una ducha. Esa puerta de ahí da al baño. Hay toallas y todo lo que necesit…

Y para qué iba a acabar la frase si él ya estaba medio desnudo ante mí. Seguía estando igual de bueno que siempre, con sus pectorales, sus abdominales, sus boxers de mercadillo deslizándose por sus piernas…

- Te dejo que te duches tranquilamente –dije yo, dándome la vuelta y agarrando el pomo de la puerta.
- Javi –dijo él, que se abalanzó sobre la cama y dio un salto para acabar estampado contra mi espalda-. No te vayas…
- Ay Alberto –dije yo, con la cara contra la puerta y su polla, que estaba cada vez más dura, contra mi culo-. Esto no puede pasar…
- ¿Por qué? –me abrazó y comenzó a deslizar sus manos por mi estómago y a introducirlas en mis pantalones.
- ¿Por qué? ¿Por qué? ¡Porque no! Porque yo no… Porque tú… Porque yo yo… tú tú… Ay, ¡fóllame!

Me di la vuelta y empecé a comerle la boca.

- Prefiero que me folles tú a mí… -dijo él, lo que provocó que mi polla reaccionara inmediatamente y casi nos sacara un ojo a los dos.

Y entonces sonó el móvil. Mi móvil. Mi queridísimo móvil. Me cagué en el progreso, en la tecnología inalámbrica, en Graham Bell y en Bill Gates, que no sé qué tiene que ver con los teléfonos pero siempre me ha caído mal.

A Alberto le daba igual que Kylie me llamara desde mis pantalones, deseosa de ponerme en comunicación con algún ser querido que… dios mío, Alberto me estaba lamiendo el cuello y yo así no puedo contestar… pero ¿y si era importante? Dejé de acariciarle la espalda y metí la mano en el pantalón para sacar el móvil, mirar la pantalla y ver quién llamaba.

- ¡AAAAAAH! –grité yo
- ¿Qué? ¿Qué? ¿Te he hecho daño?
- No no, espera, espera –empujé a Alberto, que cayó sobre la cama y contesté al teléfono-. ¡¡¡NENAAAAAAAAAAAAA!!!
- ¡¡¡MEEEEEEEERI!!! –gritó Raúl, cuya voz hacía semanas que no oía-. ¿Qué taaaaaaaaaaal?
- Pues tú sabrás maricón, que hace semanas que no me llamas ni nada.
- Oye guapa, que tú tampoco me llamas a mí ¿eh? –contestó él, indignado.
- Porque estoy enfadada –dije yo, indignado.
- ¿Enfadada tú? ¿Por qué? Bueno mira me da igual. Que tenemos que vernos.
- Sí claro, ahora voy yo corriendo como una perra a tu llamada.
- A mi llamada no, pero al evento social de la temporada sí.
- ¿Qué evento social? –pregunté yo, intrigado.
- Una exposición. Esta noche, en un local nuevo y modernísimo que han abierto por el Borne.
- ¿Y qué coño hago yo en una exposición? Si a mí me aburre hasta el Museo Erótico.
- Son fotos guarras. Que las ha hecho la Picassssssa –así, pronunciada con muchas eses.
- ¿La Picassssssa? ¿Pero esa no se dedicaba a pintar maricones?
- Sí nena, pero como no vendía una mierda se ha pasado a las fotos, que se venden más.

De repente me acordé. Alberto. Seguía en la cama, mirándome con cara de susto por culpa de aquella mariconada de conversación que estábamos teniendo Raúl y yo.

- Oye nena –dije yo-. Mira… que es que ahora estoy liado… Osea, ya te contaré… Mándame un Whatsapp con la hora y la dirección y…
- ¿Qué estás follando?
- Bueno… casi… Estoy en ello…
- Vale, vale… pues te lo mando. Pero date prisa con el polvo porque la exposición es en media hora.
- ¡Serás zorra! –y colgué.

Alberto me miró sonriendo pícaramente.

- Borra esa cara, Padre Apeles, que nos vamos.
- ¿Nos vamos? Pero ¿a dónde?
- A una exposición.
- ¿Y qué hago yo en una exposición? ¿No podemos quedarnos aquí… tú y yo…?
- Mira Alberto. Yo tengo unos compromisos sociales que no puedo evitar. Y por más ganas que tenga de… de… de que me cuentes qué haces aquí, tengo que ir a esa exposición porque el artista es amigo mío y tengo que mostrarle mi apoyo. Eso y que me debe 100 euros y en público seguro que me los devuelve.
- Vale, vale… ¿te espero aquí?
- No, no… será mejor que…

De repente la puerta de la habitación se abrió y apareció Jorge en el umbral. Parecía que estaba al tanto de todo lo que había pasado en la habitación porque su mirada fue directa a la cama donde Alberto estaba totalmente desnudo. Éste, asustado, intentó agarrar la colcha para taparse, pero estaba tan bien metida (mi Belinda es una Diosa haciendo camas) que la única solución que le quedaba para esconderse era rodar y caer al otro lado de la cama. Y así lo hizo.
Jorge trató de contener la risa y me miró.

- Exposición de la Picassssssa en media hora en un local nuevo que ha abierto un amigo mío. Cámbiate que nos vamos.
- Sí sí, le estaba ayudando a Alb… Alan, Alan… a elegir qué ponerse…
- Llévatelo así. Causará sensación –dijo Jorge, lanzándome una mirada sospechosa mientras cerraba la puerta.

Media hora más tarde estábamos en “Revolver”, un local de estos modernos tan del Borne que no sabías si era un bar, una sala de exposiciones, una sauna griega o un taller de costura para jubiladas. Todo es posible en un local del Borne. Biblioteca de día, mazmorra sadomaso de noche.

Jorge saludaba a unos a otros mientras yo trataba de pasar disimulado con Alberto a mi lado. Y creedme que era extremadamente difícil pasar desapercibido en una fiesta de ese tipo si tu acompañante lleva unos tejanos rotos, una camiseta de los Mojinos Escozíos y una cazadora tejana que debió ser lo único que sobrevivió del hundimiento de un ferry en Indonesia.

De entre la multitud vi cómo aparecía Raúl, que me saludaba con una mano mientras en la otra sujetaba una cerveza y se acercaba a nosotros.

- Ése es Raúl –le dije a Alberto-. Recuerda que te llamas Alan y eres fotógrafo y que nos hemos conocido hace poco.
- Aún no entiendo por qué no le cuentas a tus amigos que soy…
- ¡¡¡NEEEEEEEEENA!!! –gritó Raúl y se lanzó a darme dos besos. Luego se apartó y miró a Alberto.
- ¿Éste quién es?
- Es Alan, un amigo fotógrafo al que he conocido hace poco.
Raúl se lanzó a darle dos besos a Alberto, que trató de disimular el susto como pudo.
- Encantado –dijo Alberto.
- Igualmente.
- Oye nena –dije yo-. ¿A ti quién te ha peinado hoy? ¿Calatrava?
- ¡Qué ataque más gratuito! Esto es lo último en moda capilar.
- ¿Moda capilar? –preguntó Alberto.
- Sí. Se lleva mogollón en Milán –contestó Raúl, alzando la mano para enmarcar aquél extraño montón de pelos-pincho que tenía en la cabeza.
- No quiero quitarte la ilusión de vivir –dije yo-. Pero esto no es Milán.
- Gracias a Dios –dijo Raúl-. Sólo estoy disimulando. Esto es una mierda de peinado que me ha hecho mi prima, que está estudiando peluquería y estética en Llongueras. Le he dicho que tenía una exposición y ella se ha empeñado en que fuera que harían prácticas conmigo y mírame. Antes he oído cómo aquél viejo del fondo decía “Fíjate, ha venido Espinete y todo”.
- Pero ¿por qué no te lo quitas? -le pregunté a la bestia surgida de los siete mares que habitaba la cabeza de mi amigo.
- Porque le he prometido a la hija de la gran puta que me haría fotos, y quién me iba a decir que a una exposición fotográfica NADIE TRAÍA CÁMARAS PARA HACÉRMELAS.
- ¿Y por qué no te las haces con el móvil? –preguntó Alberto.
- Porque todas estas van de modernas y me dicen que si no es con una réflex no hacen fotos, que las fotos con los móviles han devaluado el no sé qué y que son todas unas putas.
- A ver, trae –saqué el móvil del bolsillo y Raúl posó para que le hiciera la foto. Al instante toda la gente a nuestro alrededor nos miró con cara de desaprobación y alguno hasta se preparó para escupirnos-. Hala, ya está. Foto hecha.
- Gracias meri. Voy al baño a librarme del engendro.

Raúl se alejó por donde había venido. No sé cuánto rato llevaba allí pero era evidente que había visitado los baños más de una vez. Y no sólo por lo bien que se conocía el camino de ida sino por lo colocadísima que iba.

- ¿Qué te parecen las fotos, Alan? –preguntó Jorge, que apareció por detrás nuestro acompañado de La Picasssa (de la que ya os hablaré en otro momento) y de un marica random (ya sabes, ropa ajustada, rapado y con barba).
- Pues estábamos comentando ahora mismo que son maravillosas –dije yo.
- Ya, ya. A ti todo te parece maravilloso Javi. Pero me interesa saber la opinión de otro fotógrafo. Porque Alan es fotógrafo ¿sabéis? –les explicó a sus dos acompañantes.

Alberto me miró aterrado y yo sonreí y le hice un ligero gesto con la cabeza que era una mezcla de “vamos, tú puedes” y de “este marrón te lo comes tú sólo, mari´con”.

- Pues no sé… -comenzó a decir Alberto mientras se acercaba a una fotografía en la que se veía a un tiarrón de dos metros eyacular en la cara de dos nenazas disfrazadas de Lady Gaga-. Son… muy fuertes. Mucho. Osea, molan.
- Osea, molan –dijo Jorge, soltando una risa maliciosa.
- Sí vamos… que son guays. Y molan.

Agarré a Jorge por el brazo y me acerqué a su oído para gritar en silencio, como los Indignados.

- ¿Se puede saber qué coño haces?
- Nada chica, sólo quiero saber su opinión sobre el arte de la Picasssssa.
- Pero… pero… pero…
- Pero ¿qué? Que no es fotógrafo ya lo sé. Sólo estoy presionándote para que me digas qué coño está pasando aquí, porque ya te dije que sé que me ocultas algo y pienso averiguarlo.
- ¡Que no te oculto nada!
- Mira Javi, a ese tío lo he visto yo antes pero no caigo ahora quién es.
- Te lo habrás follado.
- Ni de coña, a mí no me gustan así.
- ¿Ah no? Pues bien que te lo has quedado mirando antes cuando has entrado por sorpresa en la habitación.
- Uy, hola Jorge –oí decir a Raúl, a mis espaldas.

Los dos se miraron un momento y se saludaron cortésmente con un ligero cabeceo. Era evidente que no se soportaban.

- Bueno nena –dijo Raúl-. Hace mucho que no nos vemos y tienes mucho que contarme. ¿Qué tal todo?
- Pues bien… bien…
- Todo le va bien, sí –dijo Jorge, tratando de darse protagonismo a si mismo la muy puta.
- ¿Y estás trabajando? –preguntó Raúl.
- Ahora mismo no, pero no me estoy quieto ¿eh? –contesté.
- ¡Ah! ¿Y qué pasó con la boda? –exclamó Raúl, mientras Alberto dejaba de mirar la foto de la corrida y se acercaba a nosotros justo para escuchar la pregunta.
- ¿Qué boda? –dije yo, haciéndome el tonto.
- La del cabrón de tu ex –continuó Raúl-. Que estaba a punto de casarse y te había invitado.
- Ah… no… no… -empecé a balbucear, mientras el pánico se apoderaba de mi mirada, que estaba fija en Alberto. Algo de lo que Jorge se dio cuenta.
- No, no ¿qué? –preguntó Raúl-. ¿Al final fuiste o no fuiste?
- Eso Javi, al final no fuiste… -dijo Jorge, y por su tono de voz comprendí que estaba empezando a atar cabos.
- Con el coñazo que nos has dado con lo de que ibas a ir y le ibas a reventar la boda al hijo de la gran puta –dijo Raúl, y pude notar cómo Alberto comenzaba a poner su carita de cordero degollado.
- Es verdad –dijo Jorge-. Y habíamos quedado en que íbamos a ir los dos para sacarle del armario y liarla parda…
- Hija, no hay quién te entienda –dijo Raúl-. Tanto tiempo con que si Alberto esto, Alberto lo otro y ahora vas y…
- ¡¡ALBERTO!! –gritó Jorge, que se llevó una mano a la boca y con la otra señaló fijamente a Alberto. Toda la galería se quedó en silencio-. ¡¡Ya decía yo que me sonaba!! ¡¡ES TU EX!!

A Raúl se le cayó la copa al suelo del susto, a Jorge se le engarrotó el dedo de tanta fuerza con la que señalaba, a la Picassssa le dio un desmayo (ya le preguntaré por qué) y a mí sólo me salió gritar:

- ¡¡CORRE, ALBERTO, CORRE!!

CAPÍTULO CUATRO: Nunca digas de este agua no beberé, este tío no es mi ex ni esta polla no me cabe.


- ¿En serio vives aquí? –dijo Alberto, que se había quedado boquiabierto frente al portal de mi edificio.
- Ya te dije que me han pasado muchas cosas en todo este tiempo.
- Pero no me dijiste que te habías hecho rico.
- El rico es mi compañero de piso –apuntillé, mientras abría la puerta y me disponía a cruzar el hall.
- Bueno, pero tú también tendrás que pagar algo ¿no?
- Ehhhm…. Claaaaaaro, claaaaaaaro –dije yo, mientras llamaba al ascensor. Con cierto miedo tras la aventura de hacía unas horas pero tranquilo al pensar que La Peligros no andaba cerca (o eso esperaba)
- Espera ¿es tu novio? ¡Te has casado! –exclamó Alberto, y me pareció notar cierto tono de decepción en su voz al pronunciar aquello.
- No, no me he casado –el ascensor llegó y nos metimos en él-. ¿Tú te acuerdas de mi amigo Jorge?
- Sí… tu amigo de toda la vida que se fue a Madrid a vivir ¿no?
- El mismo. Pues se ha vuelto a Barcelona y me propuso vivir con él y… vivir como él.
- Joder, yo también quiero amigos así –dijo Alberto, poniendo esa carita de niño de pueblo que acaba de ver un avión volar por primera vez y no se puede creer las maravillas del mundo moderno. Y yo me derretí, por supuesto. Me lo habría follado allí mismo.
- Bueno –comencé a decir, con cierto tono picarón-. Me tienes a mí.

  Al entrar en el piso la cara de niño de pueblo que descubre que en el mundo hay otros seres vivos además de sus padres, las cabras y la abuela que Alberto llevaba desde hacía cinco minutos se pronunció aún más. Dejó caer su mochila en el recibidor y se adentró en el salón sin decir ni una sola palabra. Yo me dediqué a verle curiosear todo el ático respetando con mi silencio aquella epifanía que estaba viviendo mi ex. Bueno, y por qué no decirlo, con una sonrisa de oreja a oreja mientras por mi mente circulaba fugaz el pensamiento que todos tenemos cuando le demostramos a nuestros exes que estamos DE PUTA MADRE sin ellos.

Mi historia con Alberto fue bastante estrambótica, y por ello mismo fue preciosa. Cuando yo tenía 22 años conocí en una discoteca de Barcelona de cuyo nombre no quiero acordarme (porque con la de veces que ha cambiado de nombre sería perder demasiado tiempo) a un chavalín de mi misma edad, guapo cómo él solo, con unos ojos verdes preciosos, unos labios que invitaban a arrancárselos y hacerse un sello para estampar en todas tus felicitaciones navideñas y un pelo largo algo desgarbado que le daba un look de chico malo tremendamente atractivo. Eso era lo único bueno que tenía, porque entre lo mal que bailaba, la borrachera que llevaba y la ropa que tenía puesta parecía que acababa de ser teletransportado desde el bar de rockeros y heavys con peor pinta de toda la zona de Marina. 

Pero inexplicablemente él se fijó en mí, inexplicablemente yo me fijé en él; previsiblamente Raúl me dijo que qué hacía yo mirando a un súcubo infernal como ése y surgió el amor. Esa noche me lo llevé a casa (yo en esa época vivía con mis padres pero se habían ido fuera el fin de semana) y mientras subíamos en el ascensor pronunció LA FRASE:

- ¿Sabes? Nunca había hecho esto.
- Yo tampoco –contesté nervioso-. Normalmente me voy yo a casa del otro tío pero aprovecho que no están mis padres.
- No, no… me refiero a “esto”… -contestó Alberto, haciendo un gesto circular con el dedo apuntando hacia el suelo.
- ¿Subir en ascensor?
- No… bueno… que nunca he estado con… con otro tío. Soy hetero.

Fue ahí, y no antes, cuando comenzó mi trauma. Dos años y medio de relación intermitente con un chico heterosexual que vivía a cuatrocientos kilómetros de Barcelona, que me hizo recorrer varias veces (y con paradas para visitar los monumentos turísticos) el Camino de la Amargura; que se comportaba como una puta en la cama cuando estábamos a solas (sí, muy hetero, muy hetero pero menuda pasivorra me fui a encontrar) y que me trataba como una mierda cuando había gente delante; que lo mismo un día me llamaba sollozando y pidiéndome que no le dejara nunca porque era lo mejor que le había pasado en la vida, que me quería con locura y que moría de ganas por dejar su vida atrás y comenzar una nueva etapa conmigo; como me decía que lo nuestro no era nada especial, que prefería no ponerse etiquetas y que además había conocido a una chica muy maja hija de una amiga de su madre con la que estaba pensando empezar una relación seria porque ya estaba cansado de estar soltero.

Y ahora, como cinco años después, tengo a ese chico soltero de sexualidad confusa dando vueltas por el céntrico ático que comparto con Jorge alucinando con cada una de las cosas que ve; seguramente preguntándose cómo coño he llegado a vivir de esta forma y haciendo tiempo para no explicarme por qué dejó plantada a su novia en el altar y por qué de repente había sentido la imperiosa necesidad de venir a contármelo.

Miré su mochila. Ahí, en el suelo, estaba todo. Todo lo que no quería que estuviera ahí. O tal vez sí. Durante todo el tiempo que estuvimos de tira y afloja lo que más deseaba era verle instalándose en Barcelona. Y ahora que lo tenía ahí no estaba tan seguro de quererle en mi vida. Entiéndelo, han pasado muchos años y yo ahora mismo no estoy para historias raras.
Pasara lo que pasara, era hora de preguntarle a Dora la Exploradora (porque no veas la aventura que supuso para él descubrir los dos pisos de la casa) qué coño hacía ahí y, lo más importante, si íbamos a follar o no.

Caminé hacia el salón y le llamé como quien llama al perro de Scottex. Apareció en lo alto de la escalera, mirándome con cara de alucine.

- Tío, ¡este piso es increíble!
- Me alegro de que te guste.
- ¿Pero cuánto pagáis por esto?
- No lo sé. No quiero saberlo. Nunca se lo he preguntado a Jorge, ya te he dicho que lo paga todo él.
- Joder ¿y a qué se dedica?
- Pues… es periodista –y puta de lujo, iba a decir, pero creí que eso habría sido demasiada información y conociéndole como le conocía Alberto no estaba preparado para procesarlo todo.
- ¿Y un periodista gana tanta pasta? Me he equivocado tío, en vez de lampista tenía que haber estudiado periodismo.

Oí el ruido de la cerradura de la casa abriéndose y me giré asustado. No pensaba que Jorge iba a volver a casa tan pronto y no había tenido tiempo ni para hablar con Alberto sobre los motivos de su visita (bueno, los motivos estaban claros pero yo quería saber todos los detalles, ¡TODOS!), ni había podido avisar a Jorge de que mi ex Alberto, el Hijodelagranputa como lo conoce él, estaba en casa y seguramente se iba a quedar un tiempo a vivir con nosotros. Bueno, conmigo. Pero venía a ser lo mismo.

- ¡Javi! –gritó Jorge desde el recibidor-. ¿De quién es esta cosa espantosa que hay en el suelo del recibidor?
- Jorge… emmm… ven un momento, ven –dije yo.
- No me digas que Belinda ha vuelto a traer a ese demonio que tiene como hijo.
- No, no… Belinda ha venido esta mañana…
Jorge entró en el salón y se quedó mirando a Alberto con cara de intriga. Pude entender por su expresión que reconocía aquella cara (cómo para no reconocerla, con la de fotos suyas que le mandé –aunque solía estar sin ropa así que era normal que no lo reconociera así vestido como iba-).
- Menos mal, ya pensé que me había vuelto a dejar la mochila del cole por ahí en medio… ¿Y tú eres?
- Al… -comenzó a decir Alberto.
- ¡Alan! –grité yo y le lancé una mirada a Alberto para que cerrara la boca si no quería salir volando por el ventanal.
- ¿Alan? –preguntó Jorge-. Pues encantado –y se lanzó a darle dos besos a Alberto, que se puso tan nervioso que parecía que estaba dándole dos besos a la mismísima Virgen de Almatosa.
- Es un amigo… que venía de trabajar y nos… nos… hemos encontrado aquí al lado y le he invitado a… a… a follar.

Alberto me lanzó una mirada ojiplática.

- Chico, no me mires así ¡hombre! Que ya sabes que lo de “sube a tomar un café” es sólo una excusa ¿eh? ¿EH? Anda, coge tu bolsa y ve a mi cuarto y espérame ahí que ahora subo… es el primero a la izquierda.
- ¿El del armario negro? –preguntó Alberto.
- Uy –dijo Jorge-. Qué bien se conoce la casa ¿eh? Ya decía yo que me sonaba tu cara, Alan. Seguro que has estado por aquí más de una vez.
- Ehh… sí… bueno… -intentó contestar Alberto.
- Sí, sí, ha estado ya antes. Venga va, sube de una vez que se nos hace tarde y nos quedamos sin luz.
Alberto subió la escalera confuso y se mentió en mi dormitorio mientras yo miraba a Jorge intentando aparentar normalidad, aunque él, que será muy puta pero no es tonta, sabía que allí pasaba algo raro.
- ¿Qué os quedáis sin luz? –preguntó.
- Sí… es que… me quiere hacer unas fotos y necesita luz natural –contesté.
- ¿Unas fotos? ¿Y desde cuando eres tú modelo?
- Es que… mira, quiero actualizarme las fotos de los perfiles y la del Grindr y como él es… es… fotógrafo pues cuando le he visto en la calle así de casualidad ¿eh? Pues digo ¡mira! ¡Hazme unas fotos chulas y a cambio te dejo que me folles!
- Javi, deja ya de decir gilipolleces.

Miré a Jorge con cara de confusión. Fingida. Y autoinfligida también. Todo lo que acabara en –gida. Sabía que si Jorge se enteraba de que Alan era en realidad mi ex Alberto se iba a liar la de Dios.

- No sé qué está pasando aquí, pero me voy a enterar –dijo Jorge-. Y por tu patética reacción ante esta situación intuyo que me ocultas algo y no me va a gustar nada cuando me entere. Así que te recomiendo que subas a follarte a Alan antes de que recuerde de qué le conozco realmente y sepa qué coño pasa aquí.

- Lo que tú digas –contesté. 

Y me fui a mi habitación.

Capítulo Tres: El Vacío y todo lo demás

Tras sobrevivir de milagro a la última aparición de Iván (a.k.a.: La Peligros) en mi vida, allí estaba yo, paseando por Passeig de Gràcia con aquella desgracia humana a mi lado mientras buscaba un taxi que me llevara a mi antigua casa para recoger al zarrapastroso de mi ex que se había presentado en Barcelona para contarme no sé qué historia.

- ¿En serio?
- Sí, he hablado con una vidente para que me ayude a revertir el mal de ojo que me echó la Chari en el instituto y dejar de provocar tanto mal a mi alrededor.
- Eso está bien, nena –le dije- El primer paso para dejar de ser gafe es reconocerlo. Cosa que no hizo nunca la Pantoja. Claro que lo tuyo más que ser gafe es ser homicida involuntario.
- En realidad llevo días intentando aislarme mientras los trabajos de la vidente surten efecto pero es que tenía que hablar contigo de algo importante.
- Todo el mundo tiene que hablar conmigo de algo importante, ni que fuera yo la EFE.
- De verdad Javi, necesito tu consejo.
- Iván, yo ahora mismo tengo prisa y no puedo entretenerme, no puedo.
- Sé que estás ocupado Javi, pero de verdad que necesito tu ayuda.
- ¿Y por qué la mía? ¿No te puede ayudar nadie más?
- Es que Raúl no me coge el teléfono y Hugo está fuera de la ciudad. Y no quiero hacerle daño a nadie.
- ¿Y a mí sí? ¡Qué hija de puta! –exclamé.
- ¡No, no! A ti tampoco. Pero como eres el único que sabe por qué me pasan las cosas que me pasan pensé que lo comprenderías.
- Bueno nena, yo voy a coger un taxi. Dame un titular.
- Me he enamorado.
- ¿Contra quién? –pregunté, parándome en seco y levantado una ceja; temiéndome lo peor.
- Del Vacío.
- ¿Del Vacío? ¿En serio?
- Sí.
- ¿Pero cómo te has podido enamorar de ese tío? ¡Si no es nada!
- ¡Es que tú no le conoces!
- ¡Es que nadie le conoce! ¡Es imposible conocer a alguien como él!

El vacío es un personaje habitual en el ambiente barcelonés al que bautizamos así el día que, tras acostarnos todos con él de forma casual, descubrimos que salvo una bonita polla y un culo bien puesto en ese cuerpo no habita nada. Ni nadie. No hay alma ni pensamientos ni sentimientos bajo esa piel y bajo esa carne y tras esos ojos azules como el mar azul. Ni siquiera habla. Ni siquiera gime cuando se la metas, aunque lo hagas a traición. Está total y absolutamente vacío.

- En serio Javi, he podido conocerle y hablar con él y he descubierto un ser humano increíble tras esa máscara de…
- Tras esa máscara de nada nena ¡ahí no hay nada! ¡Pero si la vez que me lo tiré me corrí sin querer en su ojo y ni siquiera se quejó! ¿Y tú sabes lo que escuece eso?
- Sí, lo sé. Me pasa mucho.
- Olvidaba con quién estoy hablando.
- Pero es que de verdad, creo que puede ser el hombre de mi vida.
- Te sale más barato enamorarte de un muñeco hinchable. El otro día fui a un sex-shop con Jorge y vimos algunos fantásticos que eran más guapos que la mitad de los tíos que se mueven por esta ciudad.
- ¡Javi, basta! –gritó La Peligros, indignada-. Pedro es un tío genial y me gustaría que le conocieras.
- ¡Pero si ya le conozco! ¡Que me lo he tirado! Como el 99% de los maricas que alguna vez han pisado Arena.
Hubo un incómodo silencio.
- Me duele que hables así de él –dijo Iván.
- Y a mí me duele el culo del hostión que me he pegado en ese ascensor carísimo que has destrozado sólo por venir a contarme esto.
- Javi, me estás decepcionando. Creí que podría contar contigo.
- Iván, de verdad, que tengo mucha prisa.

La Peligros me miró con cara de pena. Era como mirar al gatito de Shrek, con los ojos llorosos y todo. La diferencia era que este gatito era capaz de asesinarte con el simple hecho de saludarte por la calle.

- Vale Iván –le dije-. Me he pasado. Me encantaría que me contaras cómo has conseguido arrancar una palabra a ése individuo y cómo has descubierto la arrebatadora personalidad que esconde. Pero sinceramente, me cuesta pensar que el hombre al que llamábamos “Mudito” antes de oírle pedir un Ballantine’s con RedBull en la Metro puede tener palabras o personalidad en su interior.
- Pues la tiene Javi, la tiene. Y por eso necesito que me ayudes. Me da miedo hacerle daño.
- Pero tía, eres La Peligros. Todo el mundo en la comarca sabe que para acercarse a ti antes hay que contratar un seguro de vida.
- Por eso mismo Javi, por eso mismo. Necesito que hables con él y le expliques lo que me pasa y por qué no puedo quedar con él otra vez hasta que consiga librarme de mi mal de ojo.
- ¿Qué hable yo con él? ¿Pero tú te has vuelto loco?
- ¡Es que a ti seguro que te escuhará! ¡Tú tienes mucha labia!
- ¡Sí! ¡Y no me trae más que problemas!
- Te lo pido por favor Javi, por la amistad que nos une.
- Está bien Iván, hablaré con él. Pero hoy no. No puedo. Tengo un marrón encima que no te puedes imaginar. Aunque sinceramente, no me extrañaría que todo lo que me está pasando sea culpa tuya. Porque muy tranquilo estaba yo hasta que has entrado por la puerta de mi edificio.
- ¿Es tuyo? ¿Todo el edificio?
- Pero qué tonta eres. Mira nena, cojo un taxi. Te llamo cuando pueda y me cuentas con calma.

Me despedí de Iván a la altura de la calle Valencia y me subí en un taxi. Durante el viaje no pude dejar de pensar en cómo coño era posible que La Peligros hubiera conseguido lo que nadie había conseguido antes: hacer hablar a El Vacío. O Pedro, como lo había llamado él. ¿Era posible que la influencia negativa de Iván hubiera despertado algo en el interior de aquel trozo de carne que hubiera provocado que su alma y su cerebro se activaran de repente y comenzara a hablar y a sentir cosas? Madre mía, pero si aún me acordaba de su casa. Blanca. Sin televisión, sin equipo de música, sin decoración en las paredes y sin un atisbo de vida en ninguna parte. Pero si aún recuerdo que al meterme en aquella habitación me sentí como Delores Van Cartier al llegar al convento en Sister Act. ¡Si hasta pensé que El Vacío debía ser seminarista por la cantidad de nada que había a su alrededor! Pero como no vi ningún crucifijo por las paredes me di cuenta de que me equivocaba y de que aquel hombre (por llamarlo de alguna manera) no era más que un súcubo infernal. Eso o una especie de Pinocho sexual: un muñeco hueco que sólo servía para fornicar. Porque mira que hace años que le conocemos y nadie, ABSOLUTAMENTE NADIE, sabía ni su nombre ni su profesión ni sus gustos ni nada de nada. Hasta que va y conoce a La Peligros. Manda huevos.

Diez minutos después estaba en el portal de mi antiguo edificio. Me bajé del taxi intentando hacerme el interesante, pero el pie me tonteó al ponerlo sobre el asfalto y casi me abro la cabeza contra el monovolumen aparcado frente a mí.

Junto a la puerta, sentado junto a una mochila de esas que usa la gente cuando se va acampada o a conquistar el Himalaya o a cruzarse el país para protestar por los recortes en el cultivo del arroz negro, estaba Alberto. Y he de reconocer que en cuanto le vi, a pesar de todo lo que había pasado (que nunca os lo conté pero no fue moco de pavo), recordé por qué había estado tanto tiempo tan enamorado (y agilipollado) de él.

Alberto se levantó y esbozó una sonrisa al verme. Yo no sabía si sonreír o poner cara de cabreo, así que imagino que la expresión resultante de ese ir y venir de sensaciones acabó siendo la misma que pondría Mila Ximènez si mordiera un limón. Me acerqué a él y en cuanto estuve lo suficientemente cerca Alberto abrió sus brazos y me rodeó, apretándome tan fuerte que casi podía notar su corazón atravesando mi pecho y aplastándose contra el mío. Todo aquello sí podía considerarse un señor ataque al corazón. Sobretodo porque al separarse me miró fijamente a los ojos y me besó. Juntó sus labios con los míos y forcejeó con su lengua hasta metérmela bien adentro, como sabe que me gusta que me besen.

Me separé como pude de él y, con mi cara de Mila agriada, no pude más que decirle:
- Pero qué maricón eres.
- Lo sé Javi. Ahora lo sé –contestó él-. Por eso estoy aquí.

Sí, yo también lo sé: decir que eso era previsible es quedarse corto.

Capítulo Dos: La Peligros (Bis)

Tras colgar el teléfono estuve un par de minutos en estado de shock. Miraba por la ventana preguntándome cómo era posible que hubiera ocurrido aquello; que mi exnovio Alberto estuviera en Barcelona, en la puerta de mi antiguo edificio, esperando a que me presentara para explicarme por qué no se había casado con la mujer por la que me había dejado. ¿Qué? ¿Te parece poco? Pues espérate.

Fui directo a la ducha, me vestí y llegué al recibidor justo en el momento en que Belinda, la asistenta, entraba por la puerta.

- ¿Dónde vas con tanta prisa? –me preguntó, con el mismo acento que Sofia Vergara en Modern Family.
- Ay Belinda, cuando te lo cuente te vas a quedar muerta –respondí yo, poniéndome el abrigo.
- Mira, más muerta de lo que me quedé cuando me explicaste lo que era una sauna de esas vuestras, no creo que me quede.
- Pues ahí ahí, ya verás. Ah, perdona por el desastre de mi habitación, no te asustes de lo que te puedas encontrar.
- A ver si algún día en vez de un condón usado me dejas un buen hombretón en la cama esperándome.
- Ay Belinda cariño… que los hombres que me traigo yo no te sirven!! ¡Que tienen una tara!

A Belinda le dio esa risa histérica suya que tan hartos nos tiene (pero a la que tanto cariño le hemos cogido) y yo crucé la puerta. Al cerrarla el abrigo se me quedó enganchado entre el marco y la puerta y del tirón acabé empotrado contra la pared. Miré a mi alrededor por si alguien me había visto, pero no, estaba a salvo. Los otros dos vecinos del rellano seguramente estaban trabajando. Otro día os hablo de ellos: la pareja ejecutiva de la puerta A y el soltero de oro de la puerta B. De ellos y de las peleas entre Jorge y yo para tirarnos al del B.

Justo cuando llamé al ascensor comenzó a sonar mi móvil. Miré la pantalla, era Jorge:

- Dime nena –contesté.
- ¿Qué? ¿Se te ha corrido en el ojo?
- No, no lo ha hecho.
- Puta. Te odio.
- Yo a ti más.
- ¿Qué haces?
- No te vas a creer a donde voy.
- ¿A la Sauna? ¿A estas horas?
- No maricón, voy a mi antigua casa.
- ¿A tu antigua casa? ¿Aún tienes cosas que recoger allí?
- Podría decirse así.

El ascensor llegó a mi piso, las puertas se abrieron y yo entré. En ese momento me arrepentí de necesitar oxígeno.

- ¡Qué asco, por favor! –exclamé
- ¿Qué pasa nena? –preguntó Jorge.
- No veas lo mal que huele el ascensor.
- Habrán tirado una bomba fétida. Bueno ¿qué pasa con tu casa?
- Pues pasa… pues pasa… pasa que hace un rato me ha llamado… joder qué mal huele aquí, de verdad… que me ha llamado mi ex, Alberto, que dice que no se ha casado y que me está esperando en el portal.
- ¡¡¿¿QUÉ??!!
- Lo que oyes, que dice que es una larga historia y que esperaba poder contármela y por eso ha ido a buscarme.
- Pero ¿POR QUÉ NO SE HA CASADO? Es más ¿¿POR QUÉ NO ME DIJISTE QUE ERA YA LA BODA Y NOS PRESENTAMOS ALLÍ PARA REVENTARLA?
- Porque yo seré muy puta y muy mantenida, pero soy buena persona. Dios mío, qué ascensor más lento, me estoy quedando sin oxí… ¡ME CAGO EN LA PUTA!
- ¿Qué pasa, nena? –preguntó Jorge, asustado.
- Que se ha parado el ascensor. Y se han apagado las luces.
- Nena ¡eso es el demonio que viene a por ti!
- ¡Pero si estoy sólo! Que esto no es como en la peli esa, aquí no hay nadie más.
- Da igual. Vas a morir. Y todo por culpa de tu ex. Te lo dije. Ese hombre es tu perdición.
- Oye, una cosa –dije yo -. ¿Es normal que tenga cobertura en el ascensor?
- Nena, con el pastizal que estoy pagando por el alquiler del dúplex espero que haya cobertura hasta en el culo del portero.
- Más quisieras tú probar el culo del portero…
- Ay sí… qué tremendo está el tío…
- Pero si debe tener sesenta años.
- Javi, que ya sabes que a mí me gustan de todas las edades y tamaños.
- Jorge, para. Te lo pido por lo que más quieras. Porque entre el calor que tengo, el pestazo, que me está faltando el oxígeno y tú hablando de eso me está dando un mareo que no es normal.
- ¡Qué reina del drama! Seguro que no huele tan mal. ¿Has apretado el botón de emergencia?
- ¿Qué si lo he apretado? ¡¡Me lo he cargado de tanto darle!!
- ¿Y no te habla nadie?
- Hombre, me hablas tú, pero no te veo muy por la labor de sacarme de aquí.
- Nena, te cuelgo, que tengo que entrar a un sitio.
- Me da una rabia que siempre me hables con tales imprecisiones.
- ¿Y qué quieres que te diga? ¿Qué he llegado al trabajo de mi cliente y tengo que subir a la planta quince de la torre del Banco Sabadell para practicarle una felación a un hombre casado y con siete hijos, y que luego me tengo que ir a comer con una topmodel, mujer de un futbolista, que me ha contratado para que le enseñe a proporcionar placer oral?
- Ok, hasta luego.
- Adiós.

Y colgamos. Hace tiempo decidí saber lo menos posible del trabajo de Jorge (bueno, del segundo trabajo de Jorge) y así iba a seguir.

Y hablando de seguir: ahí seguía yo, encerrado en aquel ascensor sin oír ningún tipo de movimiento fuera, ninguna escuadra de bomberos que viniera a rescatarme ni policías atractivos que quisieran dar su vida por protegerme y servirme; y encima aquel olor. Aquel olor que se me estaba incrustando en la nariz y que no iba a poder sacarme en años.

Abrí mi bolso y saqué el pequeño bote de Fahrenheit que siempre llevo conmigo. Vaporicé un poco en la bufanda y me la pegué a la nariz. Me miré en el espejo. Parecía una imitación barata (bueno, no TAN barata) de Gadafi, con aquel abrigo y la bufanda tapándome media cabeza. Y al ir a guardar el bote de perfume en el bolso se me resbaló de las manos y estalló contra el suelo.

- ¡Mierda! –exclamé.

Mira el lado bueno, pensé, al menos ahora el ascensor huele bien. De repente el ascensor se puso en marcha, a una velocidad extrema. Pero en vez de bajar, subía. Yo di un pequeño grito del susto y me agarré al pasamanos recordando a la pobre Phoebe Cates en Gremlins 2.

Y de golpe el ascensor paró en seco y me fallaron las piernas y me caí al suelo. Y ahora se volvió a poner en marcha, aún más rápido que antes, pero bajando. Yo creía que estaba en caída libre porque aquello no era normal.

Estaba aterrorizado, gritando como una loca, sentado en un rincón y abrazando el bolso como si me fuera la vida en ello. Veía pasar ante mí toda mi vida. Mis amigos, mi familia, mi primera comunión, mi primer beso, la polla del tío de la noche anterior dándome golpes en la cara.

Grité aún más fuerte, pensando que mis gritos podrían detener la caída libre del ascensor, pero estaba claro que no. O sí, porque de repente ¡PUM! Parecía que alguien tensaba el cable del ascensor y se detuvo tan fuerte que di un salto en el aire y me estampé contra el pasamanos, provocándome un dolor agudo (y un chichón horrible) en la cabeza.

Allí, parado en vete tú a saber qué piso, me puse de pie como pude (porque mis piernas temblaban más que cuando me bajé por primera vez del Dragon Khan) y me acerqué a las puertas del ascensor. Apreté el botón que las abría y éstas, milagrosamente, comenzaron a deslizarse hacia los lados, dejándome ver la recepción del edificio. Donde todo el mundo parecía ajeno al drama que acababa de vivir.

Y allí, sentada en uno de los sillones que hay situadios frente a los ascensores,jugando con el móvil mientras el portero le daba manotazos a la televisión que parecía perder la señal (seguro que por el influjo de aquella hija de puta satánica) estaba LA PELIGROS.

- Tenías que estar cerca, cabrona –le dije.

Iván sonrió, se levantó y se guardó el móvil en el bolsillo.

- ¡He venido a verte! –exclamó.
- YA LO SÉ YA. Ahora entiendo todo; lo de la puerta, la peste, el ascensor, la colonia y su puta madre.
- ¿Qué ha pasado con el ascensor? –dijo Iván, mirando el interior de la cabina-. Uy, se te ha roto la colonia, qué rabia…

Me giré y pude ver cómo las puertas comenzaban a cerrarse y me despedía de mi bote de colonia roto contra el suelo. Y en cuanto las puertas se cerraron se oyó un chasquido, una corriente de aire, un estruendo y el ascensor en el que acababa de bajar se desplomó cuatro pisos provocando un escándalo sin precedentes en cuanto se estampó en el fondo del foso.

- ¡Tía! –gritó La Peligros-. ¡Qué se ha caído el ascensor y podrías haber muerto!
- ¡¡HABERLO PENSADO ANTES DE VENIR A VERME, HIJA DE LA GRAN PUTA!!

Capítulo Uno: The Right Life

Llevaba una hora en la cama despierto, sin ganas de levantarme. Tenía tan pocas ganas de hacerlo que ni siquiera había abierto aún los ojos. Intentaba alargar el sueño todo lo posible. Me puse en todas las posiciones posibles intentando volver a quedarme frito pero no había manera, como mucho una cabezada que me traía pequeños fragmentos de sueños exprés de lo más absurdo.

Al final me rendí y decidí abrir los ojos y en cuanto lo hice me arrepentí de mi mala memoria, de mi borrachera de anoche y de haberme olvidado de bajar las persianas anoche cuando me metí en la cama. Para evitar que el sol de invierno abrasara mis pupilas me giré y me encontré con una nuca. Un cuello ancho, con una cabellera morena rapada a la perfección, ni un pelo suelto, ni un trasquilón mal hecho. Una de esas nucas que, al verlas, te dan ganas de pegarle un bocado como a una jugosa manzana.

Manzanas. Tengo hambre. Pero no me iba a ir de la cama sin saber quién era ese maromo que roncaba ligeramente a mi lado. ¿Era posible que llevara una hora en la cama y no me hubiera dado cuenta de que tenía un hombre a mi lado? Sí, lo era.

El misterioso hombre se dio la vuelta suavemente y se colocó boca arriba. Le reconocí. Era el moreno de ojos profundamente verdes que se había pasado toda la noche cruzando miraditas con Jorge la noche anterior. Espera, si estaba ligando con Jorge ¿qué hacía en mi cama? ¿Me he convertido en Jorge? ¿Qué es esto? ¿Una peli de esas de cambios de papeles en las que he de aprender una estúpida lección sobre la vida para volver a mis zapatos?

Me levanté con mucho cuidado para no despertar al maromo, me puse unos boxers que encontré en el suelo y fui al baño de mi habitación. Me miré en el espejo. Seguía siendo yo. Un yo despeinado, con ojeras y un poco de semen reseco en el pecho, pero seguía siendo yo. Estaba claro que me lo había pasado bien anoche.

Salí de la habitación y cerré la puerta con cuidado. Bajé las escaleras hasta el salón y me acerqué al LCD para leer la nota que Jorge había dejado pegado a ella.

“Me debes un morenazo de ojos verdes, puta. Espero que se te corriera en un ojo, zorra. Te lo escribo para cuando te levantes y lo leas: ZORRA”.

Sonreí y acto seguido crucé el salón para ir hasta la barra americana que lo separaba de la cocina y puse una cápsula en la Nespresso. Me senté en uno de los taburetes de la barra y alargué la mano para alcanzar una manzana. Quería escuchar música. Pero no quería despertar al maromo. Bueno sí. Quería despertarlo y que se fuera lo antes posible.

Pero no me hizo falta ponerle música para eso. Desde el taburete vi cómo en el piso de arriba la puerta de mi habitación se abría y aparecía él en el umbral. Llevaba los pantalones y la camisa desabrochados. Me lanzó una mirada y sonrió. Mientras tanto mi mente no paraba de funcionar, tratando de recordar si en algún momento de anoche me dijo su nombre. Pero el café estaba listo y eso sí merecía toda mi atención.

El maromo bajó las escaleras haciendo ruido con sus zapatos sobre el parquet. Iba poco a poco, pero cada una de sus pisadas se clavaban en mis tímpanos como si te perforaran la cabeza con un consolador tamaño Nacho Vidal. Sí: necesitaba un Espidifen. Pero primero, el café. Y el maromo, que estaba frente a la tele leyendo el post-it de Jorge.

- No me extraña que tu amigo se haya enfadado –dijo él.
- ¿Por? –pregunté yo, curioso. Y de verdad tenía curiosidad, no recordaba nada de la noche anterior.
- Se pasó toda la noche tirándome la caña… pero yo te prefería a ti.
- Vaya, es muy halagador.
- No es un cumplido, realmente me gustas más que él.
- Gracias, tú a mí también me gustas más que él.
- Me llamo Norberto, por cierto.
- ¿Qué eres? ¿Hijo de Gloria Fuertes?
- ¿Perdona? –dijo él, con un punto de curiosidad que denotaba cierta irritación por no haber entendido la broma que interpretó como ofensiva.
- Es igual.
- ¿Me invitas a un café?
- Pues la verdad es que tengo mucha prisa. Tengo que ducharme y salir pitando al trabajo –dije yo, pegándole un enorme bocado a la manzana que tenía entre mis manos.
- ¿A las doce y media de la mañana?
- Es que soy mi propio jefe. Pero tengo que ir igualmente a la oficina, he de dar ejemplo.
- ¿Y a qué te dedicas?
- Mira Norberto, de verdad, tengo mucha prisa –me levanté del taburete, terminé el café y le di otro bocado a la manzana-. Si te parece deja tu teléfono apuntado en la pizarra que hay en el recibidor y otro día te cuento a qué me dedico, qué busco en la vida, qué me gusta hacer…
- Ya sé lo que te gusta hacer –dijo él, pasando su mano por mi pecho.
- Esto lo hago por vicio, no por gusto.

A él se le escapó una carcajada y yo fui directo al recibidor. Agarré el mango de la puerta y le sonreí. Sin decir una palabra se acercó a mí miró a su derecha, cogió un rotulador que había sobre el mueble del recibidor y apuntó un teléfono móvil en la pizarra.

- Si no pones también tu nombre no sabré de quién es –le dije.

Me lanzó una mirada pícara que denotaba cierta irritación por la forma en que le estaba tratando, pero que a la vez dejaba claro que disfrutaba con aquél juego de cabrones. Terminó de abrocharse la camisa (adiós a esos abdominales perfectos) y se acercó a mí. Me cogió del paquete y me comió la boca.

- No creo que te olvides de mí

Abrí la puerta, él salió sonriéndome y cuando vi que llamaba al ascensor (hay que asegurarse de esas cosas, que luego pasa como en Alien y reaparecen cuando menos te lo esperas) la cerré.

- Eso dicen todos –dije yo, mientras abría el cajón del mueble que había bajo la pizarra y sacaba el borrador. Justo cuando borré el primer 6 del teléfono me quedé pensativo. Iba a guardar el teléfono. Al fin y al cabo unos abdominales así no se ven todos los días. Bueno, yo sí.

Una hora más tarde me había dado una ducha, había recogido un poco mi habitación (para que cuando viniera la asistenta no se muriera del susto al ver los condones por el suelo) y estaba en el sofá escribiendo algunos mails desde el Macbook Air que Jorge me había regalado por Reyes.
Entre todas las notificaciones de Facebook y los mails del Bakala, el Manhunt y no sé cuántas páginas más avisándome de que tenía mensajes nuevos, encontré un mail de Hugo. Entre un montón de insultos me contaba lo bien que se lo estaba pasando en Tenerife, donde estaba pasando unos días de vacaciones, y detallaba lo bien dotados que estaban los maricas tinerfeños. Me reí al ver las fotos absurdas que se había hecho en los locales de ambiente de la zona y le contesté como nosotros solemos hacerlo: insultándonos como perras.

Viendo las fotos y leyendo su mail me entró un poco de morriña. Mi vida había cambiado mucho en los últimos seis meses, todo gracias a Jorge. Y tenía suerte; porque estaba viviendo la vida que llevaba años queriendo vivir. Lo único malo es que había cierto aspecto que se resentía un poco: Raúl. No se llevaba bien con Jorge y no estaba demasiado contento con el estilo de vida que, según él, me había contagiado. Tanta fiesta, lujos y hombres no podían ser buenos; me decía. Y para que Raúl dijera eso es que mucha fiesta, mucho lujo y muchos hombres debían haber en mi vida.

Me acerqué al ventanal del salón para disfrutar de las vistas. El Paseo de Gracia en plena ebullición, la Barcelona más viva y colorida que había visto nunca; acostumbrado como estaba a mi antiguo piso, con unas magníficas vistas al platanero que había plantado delante de mi portal y, en invierno, al edificio de enfrente.

Sonreí. Ya encontraría la forma de arreglar las cosas con Raúl (y así llevaba ya tres meses, postergando una charla que me daba mucha pereza tener en aquel momento). Y mientras divagaba sobre mi vida actual y mi vida pasada sonó mi teléfono móvil. Me acerqué al sofá y miré la pantalla. Número privado. Por un momento estuve tentado de colgar, pero por algún extraño impulso contesté a la llamada.

- ¿Javi? –preguntó una voz muy familiar al otro lado de la línea-. Javi, soy Alberto.
- ¿Alberto?
- Sí, es que me he cambiado de número… es una historia muy larga… es que… bueno… al final no me he casado…
- Ah… ¿y te has cambiado de número para que tu ex no te localice?
- Algo así… pero oye, que es que me gustaría contarte todo… con calma…
- Pues me pillas en el trabajo, la verdad es que no tengo tiempo ahora…
- Estoy delante de tu casa.
Del susto corrí al ventanal, como si desde esa altura pudiera llegar a ver la calle. Y entonces me di cuenta de algo.
- ¿De qué casa?
- Pues de tu casa ¿cuántas casas tienes?
- Es que me he mudado –contesté, algo nervioso.
- ¿En serio? Pues vaya putada… ¿Y ahora qué hago?
- ¿Y qué coño haces en la puerta de mi casa? –pregunté.
- ¿Tú qué crees? Bueno ¿a dónde te has mudado?
- Ehm… bueno… es una historia muy larga.
- Pues parece que vamos a estar un rato entretenidos contándonos batallitas ¿no?
- Oye Alberto… no es que no me guste que me llames… osea… no sé… verás, es que estoy flipando un poco con todo esto.
- Pues imáginate yo, que hace dos días tenía que estar casándome en Huesca y aquí estoy, delante de la puerta de la que ya no es tu casa.
- Ya… ya… qué paranormal es todo ¿eh?
- Oye Javi… sé que no tengo derecho a pedirte esto pero necesito verte. ¿Podemos quedar?

Maldita la hora en la que contesté que sí.

Capítulo Veinte: La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad

Jorge me apartó suavemente y se sentó bien para seguir hablando.

- Cariño –me dijo, cogiéndome una mano- Cuando yo me fui a Madrid a vivir con Eduardo, era la persona más feliz del mundo. Y “feliz” implicaba “bueno”. Y “bueno” implicaba “permisivo” y “comprensivo”. Y se las pasé todas hasta que me dejó por uno de los mil tíos con los que se acostó mientras salía conmigo. Y encima mi jefe, que se había estado aprovechando de mi buena voluntad durante meses, me denegó un pequeño aumento cuando le expliqué que mi pareja me había dejado con una mano delante y otra detrás y además me acusó de haber bajado el rendimiento y me amenazó con echarme si no hacía más horas.
- Ya, eso ya lo sé.
- ¿Sabes cómo sobreviví?
- Te buscaste un curro en otro sitio y te pusiste a estudiar.
- No. Esto que te voy a contar no se lo he contado nunca a nadie. Lo que hice para salir de esa situación tan jodida fue coger las riendas de mi vida.
- A mí me hablas de coger las riendas y me imagino una orgía con jockstraps y mucho leather, tía.
- Pues no vas muy desencaminada… Me pasé toda una tarde llorando en casa, en el piso vacío que Eduardo me había dejado porque se fue a vivir con unos amigos suyos que decía que no le agobiaban y le dejaban vivir la vida que él quería. Yo por aquel entonces tenía un equipo de música del año de la picor que a veces se encendía solo y de repente, a las diez de la noche, oí que se ponía en marcha él solito y sonó LA canción.
- ¿Se encendía solo?
- Sí. Iba fatal.
- ¿No estaría poseído? Tía, que a lo mejor eres como la de Paranormal Activity y me has traído un demonio a casa. Tú por si acaso no te compres nunca una cámara de vídeo.
- Calla coño. Que te he dicho que sonó LA canción.
- ¿Cuál era?
- El Jump de Madonna.
- Cómo no.
- Y me di cuenta en ese momento de que estar ahí sentado llorando no iba a solucionar nada. Que seguir siendo el saco de boxeo del Universo no me había traído más que problemas, y que ya estaba bien de aguantar la mierda de los demás. Me bajé a la calle, me compré un paquete de tabaco…
- Pero si tú no fumas.
- Ya, pero no puedes ir a patear por Chueca a ritmo del Confessions sin llevar un cigarro en la mano. Y me paré en Vázquez de Mella a ver pasar a los maricas hasta que vi uno que me hizo gracia y no le quité la vista de encima. El tío me vio. Me sonrió. No le devolví la sonrisa. Sólo le miré. Se me acercó y me pidió un cigarro. Se lo di sin mediar palabra. Me preguntó “¿Por qué estás tan serio?” y le dije “Porque todos los problemas que tengo han empezado con una sonrisa”
- ¡Tía! ¡Pero si eso lo he pensado yo al final del anterior capítulo!
- El tío me dijo que tenía razón. Empezó a contarme que a él le pasaba lo mismo, que era muy amable con los demás y muy optimista y siempre le puteaban. A mí lo que me contaba me importaba una mierda no, lo siguiente así que le dije: “¿Has venido a pedirme el cigarro para que te psicoanalice o para que te eche un polvo?”. Me miró sorprendido y se quedó callado. Yo me levanté, le miré y le hice un gesto para que me siguiera. El tío ni se despidió de sus amigos y diez minutos después estábamos en mi piso. Me dijo que era activo, pero lo empotré contra la pared y me lo follé como nunca me había follado a nadie.
- Meri, yo sé que tú quieres decirme algo pero no te entiendo, no sé a dónde vas.
- Al día siguiente fui al trabajo. Yo seguía escuchando el Confessions. Entré en el despacho de mi jefe sin picar a la puerta. Le dije que se podía ir a la mierda y que si no me subía el sueldo me despidiera, pero que yo irme no me iba a ir, y que como se pasara de listo me iba a sanidad y le sacaba las vergüenzas.
- ¿Y lo hiciste?
- Se pasó una semana putéandome. Pero yo no hice ni una hora más de las que me tocaban. Como no me hizo ni puto caso, días después vino sanidad gracias a un soplo… anónimo… -dijo, señalándose a si mismo- y le clausuró el local por insalubre. Tuvo que pagar una multa de las que hacen época y se arruinó.
- Y tú te fuiste sin cobrar un duro.
- Morir matando nena.
- ¿Y el piso?
- Alquilé las dos habitaciones que tenía libres. Fíjate que yo estaba cagado de miedo por haber puesto el contrato a mi nombre cuando nos fuimos a vivir, pero al final realquilé a dos heteros que no se atrevían a soplarme por la mala leche que desprendía yo. A uno me lo follé. La casera me montó el pollo y le dije que los tres éramos pareja.
- Qué valor… ¿y tu ex?
- Apareció unas semanas después a buscar sus cosas. Pero fíjate, ya no estaban en el piso. Le dije que habían entrado a robar y que como vieron las cajas (que yo había preparado para dejar sitio a mis heteros) pues se las llevaron porque era lo más fácil. No se lo creyó.
- ¿Qué hiciste con sus cosas?
- Las dejé en la puerta de un convento. Como cuando te quedabas embarazada en el siglo dieciséis. Un amigo me contó que al gilipollas de Eduardo lo detuvieron por amenazar a un indigente que llevaba su cazadora D&G. 400 euros que le costó. Entre el paro y lo que me sacaba de los realquileres tenía para ir tirando. Estuve así un par de meses hasta que un día en una fiesta high-class a la que me invitó un amigo conocí a un señor de mucho renombre que me propuso echar un polvo en el baño. Lo hice. No me gustaba, pero el billete de 500 que me soltó al terminar me hizo sentir mucho mejor.
- Qué fuerte tía. ¿Te prostituiste?
- Si te gusta hacer algo y lo haces bien ¿por qué hacerlo gratis?
- Pues tienes razón.
- El tío se apuntó mi teléfono y me presentó a varios famosillos interesados en follar sin que se enteraran ni sus mujeres ni el Sálvame. Y de repente vi que podía echar a los heteros, pagarme el piso yo sólo y pasarme el día escribiendo en casa. Envié un artículo a un montón de revistas hasta que me contrataron en la que estoy ahora y ¡mírame!
- ¿Sigues siendo chapero?
- Yo no soy chapero. Yo soy acompañante. Tampoco es que tenga muchos clientes ¿eh? Con pocos y buenos me apaño. Muy bien, además. Y sé que no tendré problemas porque si me hacen alguna putada al día siguiente tienen a Jorge Javier en la puerta de su casa sacándoles las vergüenzas y a su mujer en el juzgado sacándoles la pasta.
- Tía… ¿qué ha sido del Jorge inocentón y medio alelado que dejé cuando te fuiste a Madrid?
- Sigue ahí. Una persona no puede cambiar de la noche a la mañana. Ni en dos años. Pero el Jorge bonachón que conociste antes de ir a Madrid sólo se lo presento a los que realmente se lo merecen. Y ahora mismo muy poca gente lo hace. Hoy en día no puedes ir por la vida siendo la Agrado, la gente se aprovecha de ti y te engaña y te manipula y te deja vacío por dentro y te trata como una mierda. Hoy en día hay que ser… un poco más… hija de bitch –y me guiñó un ojo.
- Ay tía no sé… yo no me veo siendo tan cabrón con los demás…
- Pero si ya lo eres. ¿Has llamado a los gemelos?
- No. De hecho ni me los cruzo en el ascensor.
- ¿Y sigues pensando en B?
- No.
- Y tu ex, Alberto, ¿qué?
- ¿Qué?
- ¿Tienes ganas de ir a la boda?
- ¿A la boda con el chocho? Ni de coña. Yo no me presento ahí ni borracho. Que seguro que le monto un cristo.
- Bueno, bien que te los montó él cuando estaba contigo ¿no?
- Sí, pero ahora ya no tenemos relación y no vendría a cuento montarle un numerito.
- Nena, sigues sin entenderlo. Cuando te digo que seas un poco más hija de bitch no me refiero a que montes planes maléficos para destrozar la vida de los demás. Has de ser muy sibilino. No quemes el coche de tu ex ni le hagas pintadas para sacarle del armario como queríais hacer con el exnovio de Hugo. Son los actos sutiles de desprecio los que hacen que la gente realmente te tema. Si les montas una escena les da igual, se apiadan de ti igualmente y te excusan con un “pobrecito, lo está pasando mal”. Tienes que ir a esa boda y ser el mejor invitado del mundo. Tienes que ser amable y simpático, tienes que ser cariñoso con él. Muy cariñoso. Y dejar a todos con la duda de quién coño eres tú y por qué sales tocándole el culo en esa foto tan rara que os han hecho junto a la puerta del baño.
- ¿Me estás diciendo que de verdad debería ir a esa boda?
- Te estoy diciendo que DEBERÍAMOS ir a la boda.
- ¿En serio?
- Nena. Tus amigos Raúl y Hugo no son una buena influencia. Son divertidos, son excéntricos, son muy putas. Y eso es fenomenal. Pero tú necesitas a tu lado a una hija de la gran puta con todas las letras y créeme, yo lo soy.
- Pero si tú vives en Madrid, ¿cómo vas a ser mi adláter maligno si vives a 500 kilómetros?
- Javi… vivo en Madrid porque me da la gana. No veo por qué no podría decirles a los de la revista que a partir de ahora mis artículos serán sobre Barcelona. Y por mis clientes no me preocupo, la mitad se pasan la vida en el puente aéreo y además por aquí también hay mucho famoso maricón armarizado.
- ¿Me lo estás diciendo en serio?
- Totalmente. En realidad hasta me hace ilusión. Hay cierto vestuario de cierto equipo de fútbol del que me han hablado maravillas…
-No me jodas que te tiras a algún futbolista. Nena no juegues con mis ilusiones que eso sí que sería muy cruel ¿eh?
- Pobrecico mío… cuánto tienes que aprender…

Y Jorge volvió a mirar la película y me abrazó aún más fuerte. Pasaron varios minutos de silencio. Básicamente porque yo pensaba que él iba a hablar pero no lo hacía.

- Nena, no me dejes con esta intriga coño, dime algo. Que a ver si te has pensado que esto es un capítulo de Mad Men y tú te vas a poner a mirar por la ventana y a dejar al espectador con la intriga.
- Javi… va a ser MUY divertido vivir contigo.


- ¿Y ya está? ¿Eso es todo lo que me vas a decir?
- ¡Ay coño! Que quiero ver la película, hostia.
- ¡Pero dime qué va a pasar ahora! ¿Qué vamos a hacer? ¿Qué? ¿Qué? ¡Dime algo!
- Anda, ve a la cocina y prepárame un cubata. Y ve haciendo las maletas porque nos vamos de esta mierda de piso. Tú y yo a vivir en un ático en el centro.
- ¿Un ático? ¿En el centro? ¿Y cómo lo pago, cariño?
- Tú eso déjamelo a mí. Que no tienes ni puta idea de cómo va a cambiar tu vida. Te vas a cagar.

Y así fue.
Pero eso ya os lo cuento otro día.