CAPÍTULO CINCO: ¡¡¡¡AAAAARRRRRRRRTE!!!!

Allí estábamos. Alberto y yo, los dos solitos, en mi habitación. Él a un lado de la cama y yo al otro. Mirándonos fijamente. Yo estaba tan nervioso por lo que acababa de pasar con Jorge que no sabía qué decir y él… bueno, él nunca ha sabido qué decir así que tampoco esperaba que hablara. Me lancé.

- Bueno. Tienes mucho que contarme.
- Sí. Pero antes… ¿te importa que me dé una ducha? Es que estoy hecho un asco del viaje y…
- Ah… bueno, sí. Date una ducha. Esa puerta de ahí da al baño. Hay toallas y todo lo que necesit…

Y para qué iba a acabar la frase si él ya estaba medio desnudo ante mí. Seguía estando igual de bueno que siempre, con sus pectorales, sus abdominales, sus boxers de mercadillo deslizándose por sus piernas…

- Te dejo que te duches tranquilamente –dije yo, dándome la vuelta y agarrando el pomo de la puerta.
- Javi –dijo él, que se abalanzó sobre la cama y dio un salto para acabar estampado contra mi espalda-. No te vayas…
- Ay Alberto –dije yo, con la cara contra la puerta y su polla, que estaba cada vez más dura, contra mi culo-. Esto no puede pasar…
- ¿Por qué? –me abrazó y comenzó a deslizar sus manos por mi estómago y a introducirlas en mis pantalones.
- ¿Por qué? ¿Por qué? ¡Porque no! Porque yo no… Porque tú… Porque yo yo… tú tú… Ay, ¡fóllame!

Me di la vuelta y empecé a comerle la boca.

- Prefiero que me folles tú a mí… -dijo él, lo que provocó que mi polla reaccionara inmediatamente y casi nos sacara un ojo a los dos.

Y entonces sonó el móvil. Mi móvil. Mi queridísimo móvil. Me cagué en el progreso, en la tecnología inalámbrica, en Graham Bell y en Bill Gates, que no sé qué tiene que ver con los teléfonos pero siempre me ha caído mal.

A Alberto le daba igual que Kylie me llamara desde mis pantalones, deseosa de ponerme en comunicación con algún ser querido que… dios mío, Alberto me estaba lamiendo el cuello y yo así no puedo contestar… pero ¿y si era importante? Dejé de acariciarle la espalda y metí la mano en el pantalón para sacar el móvil, mirar la pantalla y ver quién llamaba.

- ¡AAAAAAH! –grité yo
- ¿Qué? ¿Qué? ¿Te he hecho daño?
- No no, espera, espera –empujé a Alberto, que cayó sobre la cama y contesté al teléfono-. ¡¡¡NENAAAAAAAAAAAAA!!!
- ¡¡¡MEEEEEEEERI!!! –gritó Raúl, cuya voz hacía semanas que no oía-. ¿Qué taaaaaaaaaaal?
- Pues tú sabrás maricón, que hace semanas que no me llamas ni nada.
- Oye guapa, que tú tampoco me llamas a mí ¿eh? –contestó él, indignado.
- Porque estoy enfadada –dije yo, indignado.
- ¿Enfadada tú? ¿Por qué? Bueno mira me da igual. Que tenemos que vernos.
- Sí claro, ahora voy yo corriendo como una perra a tu llamada.
- A mi llamada no, pero al evento social de la temporada sí.
- ¿Qué evento social? –pregunté yo, intrigado.
- Una exposición. Esta noche, en un local nuevo y modernísimo que han abierto por el Borne.
- ¿Y qué coño hago yo en una exposición? Si a mí me aburre hasta el Museo Erótico.
- Son fotos guarras. Que las ha hecho la Picassssssa –así, pronunciada con muchas eses.
- ¿La Picassssssa? ¿Pero esa no se dedicaba a pintar maricones?
- Sí nena, pero como no vendía una mierda se ha pasado a las fotos, que se venden más.

De repente me acordé. Alberto. Seguía en la cama, mirándome con cara de susto por culpa de aquella mariconada de conversación que estábamos teniendo Raúl y yo.

- Oye nena –dije yo-. Mira… que es que ahora estoy liado… Osea, ya te contaré… Mándame un Whatsapp con la hora y la dirección y…
- ¿Qué estás follando?
- Bueno… casi… Estoy en ello…
- Vale, vale… pues te lo mando. Pero date prisa con el polvo porque la exposición es en media hora.
- ¡Serás zorra! –y colgué.

Alberto me miró sonriendo pícaramente.

- Borra esa cara, Padre Apeles, que nos vamos.
- ¿Nos vamos? Pero ¿a dónde?
- A una exposición.
- ¿Y qué hago yo en una exposición? ¿No podemos quedarnos aquí… tú y yo…?
- Mira Alberto. Yo tengo unos compromisos sociales que no puedo evitar. Y por más ganas que tenga de… de… de que me cuentes qué haces aquí, tengo que ir a esa exposición porque el artista es amigo mío y tengo que mostrarle mi apoyo. Eso y que me debe 100 euros y en público seguro que me los devuelve.
- Vale, vale… ¿te espero aquí?
- No, no… será mejor que…

De repente la puerta de la habitación se abrió y apareció Jorge en el umbral. Parecía que estaba al tanto de todo lo que había pasado en la habitación porque su mirada fue directa a la cama donde Alberto estaba totalmente desnudo. Éste, asustado, intentó agarrar la colcha para taparse, pero estaba tan bien metida (mi Belinda es una Diosa haciendo camas) que la única solución que le quedaba para esconderse era rodar y caer al otro lado de la cama. Y así lo hizo.
Jorge trató de contener la risa y me miró.

- Exposición de la Picassssssa en media hora en un local nuevo que ha abierto un amigo mío. Cámbiate que nos vamos.
- Sí sí, le estaba ayudando a Alb… Alan, Alan… a elegir qué ponerse…
- Llévatelo así. Causará sensación –dijo Jorge, lanzándome una mirada sospechosa mientras cerraba la puerta.

Media hora más tarde estábamos en “Revolver”, un local de estos modernos tan del Borne que no sabías si era un bar, una sala de exposiciones, una sauna griega o un taller de costura para jubiladas. Todo es posible en un local del Borne. Biblioteca de día, mazmorra sadomaso de noche.

Jorge saludaba a unos a otros mientras yo trataba de pasar disimulado con Alberto a mi lado. Y creedme que era extremadamente difícil pasar desapercibido en una fiesta de ese tipo si tu acompañante lleva unos tejanos rotos, una camiseta de los Mojinos Escozíos y una cazadora tejana que debió ser lo único que sobrevivió del hundimiento de un ferry en Indonesia.

De entre la multitud vi cómo aparecía Raúl, que me saludaba con una mano mientras en la otra sujetaba una cerveza y se acercaba a nosotros.

- Ése es Raúl –le dije a Alberto-. Recuerda que te llamas Alan y eres fotógrafo y que nos hemos conocido hace poco.
- Aún no entiendo por qué no le cuentas a tus amigos que soy…
- ¡¡¡NEEEEEEEEENA!!! –gritó Raúl y se lanzó a darme dos besos. Luego se apartó y miró a Alberto.
- ¿Éste quién es?
- Es Alan, un amigo fotógrafo al que he conocido hace poco.
Raúl se lanzó a darle dos besos a Alberto, que trató de disimular el susto como pudo.
- Encantado –dijo Alberto.
- Igualmente.
- Oye nena –dije yo-. ¿A ti quién te ha peinado hoy? ¿Calatrava?
- ¡Qué ataque más gratuito! Esto es lo último en moda capilar.
- ¿Moda capilar? –preguntó Alberto.
- Sí. Se lleva mogollón en Milán –contestó Raúl, alzando la mano para enmarcar aquél extraño montón de pelos-pincho que tenía en la cabeza.
- No quiero quitarte la ilusión de vivir –dije yo-. Pero esto no es Milán.
- Gracias a Dios –dijo Raúl-. Sólo estoy disimulando. Esto es una mierda de peinado que me ha hecho mi prima, que está estudiando peluquería y estética en Llongueras. Le he dicho que tenía una exposición y ella se ha empeñado en que fuera que harían prácticas conmigo y mírame. Antes he oído cómo aquél viejo del fondo decía “Fíjate, ha venido Espinete y todo”.
- Pero ¿por qué no te lo quitas? -le pregunté a la bestia surgida de los siete mares que habitaba la cabeza de mi amigo.
- Porque le he prometido a la hija de la gran puta que me haría fotos, y quién me iba a decir que a una exposición fotográfica NADIE TRAÍA CÁMARAS PARA HACÉRMELAS.
- ¿Y por qué no te las haces con el móvil? –preguntó Alberto.
- Porque todas estas van de modernas y me dicen que si no es con una réflex no hacen fotos, que las fotos con los móviles han devaluado el no sé qué y que son todas unas putas.
- A ver, trae –saqué el móvil del bolsillo y Raúl posó para que le hiciera la foto. Al instante toda la gente a nuestro alrededor nos miró con cara de desaprobación y alguno hasta se preparó para escupirnos-. Hala, ya está. Foto hecha.
- Gracias meri. Voy al baño a librarme del engendro.

Raúl se alejó por donde había venido. No sé cuánto rato llevaba allí pero era evidente que había visitado los baños más de una vez. Y no sólo por lo bien que se conocía el camino de ida sino por lo colocadísima que iba.

- ¿Qué te parecen las fotos, Alan? –preguntó Jorge, que apareció por detrás nuestro acompañado de La Picasssa (de la que ya os hablaré en otro momento) y de un marica random (ya sabes, ropa ajustada, rapado y con barba).
- Pues estábamos comentando ahora mismo que son maravillosas –dije yo.
- Ya, ya. A ti todo te parece maravilloso Javi. Pero me interesa saber la opinión de otro fotógrafo. Porque Alan es fotógrafo ¿sabéis? –les explicó a sus dos acompañantes.

Alberto me miró aterrado y yo sonreí y le hice un ligero gesto con la cabeza que era una mezcla de “vamos, tú puedes” y de “este marrón te lo comes tú sólo, mari´con”.

- Pues no sé… -comenzó a decir Alberto mientras se acercaba a una fotografía en la que se veía a un tiarrón de dos metros eyacular en la cara de dos nenazas disfrazadas de Lady Gaga-. Son… muy fuertes. Mucho. Osea, molan.
- Osea, molan –dijo Jorge, soltando una risa maliciosa.
- Sí vamos… que son guays. Y molan.

Agarré a Jorge por el brazo y me acerqué a su oído para gritar en silencio, como los Indignados.

- ¿Se puede saber qué coño haces?
- Nada chica, sólo quiero saber su opinión sobre el arte de la Picasssssa.
- Pero… pero… pero…
- Pero ¿qué? Que no es fotógrafo ya lo sé. Sólo estoy presionándote para que me digas qué coño está pasando aquí, porque ya te dije que sé que me ocultas algo y pienso averiguarlo.
- ¡Que no te oculto nada!
- Mira Javi, a ese tío lo he visto yo antes pero no caigo ahora quién es.
- Te lo habrás follado.
- Ni de coña, a mí no me gustan así.
- ¿Ah no? Pues bien que te lo has quedado mirando antes cuando has entrado por sorpresa en la habitación.
- Uy, hola Jorge –oí decir a Raúl, a mis espaldas.

Los dos se miraron un momento y se saludaron cortésmente con un ligero cabeceo. Era evidente que no se soportaban.

- Bueno nena –dijo Raúl-. Hace mucho que no nos vemos y tienes mucho que contarme. ¿Qué tal todo?
- Pues bien… bien…
- Todo le va bien, sí –dijo Jorge, tratando de darse protagonismo a si mismo la muy puta.
- ¿Y estás trabajando? –preguntó Raúl.
- Ahora mismo no, pero no me estoy quieto ¿eh? –contesté.
- ¡Ah! ¿Y qué pasó con la boda? –exclamó Raúl, mientras Alberto dejaba de mirar la foto de la corrida y se acercaba a nosotros justo para escuchar la pregunta.
- ¿Qué boda? –dije yo, haciéndome el tonto.
- La del cabrón de tu ex –continuó Raúl-. Que estaba a punto de casarse y te había invitado.
- Ah… no… no… -empecé a balbucear, mientras el pánico se apoderaba de mi mirada, que estaba fija en Alberto. Algo de lo que Jorge se dio cuenta.
- No, no ¿qué? –preguntó Raúl-. ¿Al final fuiste o no fuiste?
- Eso Javi, al final no fuiste… -dijo Jorge, y por su tono de voz comprendí que estaba empezando a atar cabos.
- Con el coñazo que nos has dado con lo de que ibas a ir y le ibas a reventar la boda al hijo de la gran puta –dijo Raúl, y pude notar cómo Alberto comenzaba a poner su carita de cordero degollado.
- Es verdad –dijo Jorge-. Y habíamos quedado en que íbamos a ir los dos para sacarle del armario y liarla parda…
- Hija, no hay quién te entienda –dijo Raúl-. Tanto tiempo con que si Alberto esto, Alberto lo otro y ahora vas y…
- ¡¡ALBERTO!! –gritó Jorge, que se llevó una mano a la boca y con la otra señaló fijamente a Alberto. Toda la galería se quedó en silencio-. ¡¡Ya decía yo que me sonaba!! ¡¡ES TU EX!!

A Raúl se le cayó la copa al suelo del susto, a Jorge se le engarrotó el dedo de tanta fuerza con la que señalaba, a la Picassssa le dio un desmayo (ya le preguntaré por qué) y a mí sólo me salió gritar:

- ¡¡CORRE, ALBERTO, CORRE!!

CAPÍTULO CUATRO: Nunca digas de este agua no beberé, este tío no es mi ex ni esta polla no me cabe.


- ¿En serio vives aquí? –dijo Alberto, que se había quedado boquiabierto frente al portal de mi edificio.
- Ya te dije que me han pasado muchas cosas en todo este tiempo.
- Pero no me dijiste que te habías hecho rico.
- El rico es mi compañero de piso –apuntillé, mientras abría la puerta y me disponía a cruzar el hall.
- Bueno, pero tú también tendrás que pagar algo ¿no?
- Ehhhm…. Claaaaaaro, claaaaaaaro –dije yo, mientras llamaba al ascensor. Con cierto miedo tras la aventura de hacía unas horas pero tranquilo al pensar que La Peligros no andaba cerca (o eso esperaba)
- Espera ¿es tu novio? ¡Te has casado! –exclamó Alberto, y me pareció notar cierto tono de decepción en su voz al pronunciar aquello.
- No, no me he casado –el ascensor llegó y nos metimos en él-. ¿Tú te acuerdas de mi amigo Jorge?
- Sí… tu amigo de toda la vida que se fue a Madrid a vivir ¿no?
- El mismo. Pues se ha vuelto a Barcelona y me propuso vivir con él y… vivir como él.
- Joder, yo también quiero amigos así –dijo Alberto, poniendo esa carita de niño de pueblo que acaba de ver un avión volar por primera vez y no se puede creer las maravillas del mundo moderno. Y yo me derretí, por supuesto. Me lo habría follado allí mismo.
- Bueno –comencé a decir, con cierto tono picarón-. Me tienes a mí.

  Al entrar en el piso la cara de niño de pueblo que descubre que en el mundo hay otros seres vivos además de sus padres, las cabras y la abuela que Alberto llevaba desde hacía cinco minutos se pronunció aún más. Dejó caer su mochila en el recibidor y se adentró en el salón sin decir ni una sola palabra. Yo me dediqué a verle curiosear todo el ático respetando con mi silencio aquella epifanía que estaba viviendo mi ex. Bueno, y por qué no decirlo, con una sonrisa de oreja a oreja mientras por mi mente circulaba fugaz el pensamiento que todos tenemos cuando le demostramos a nuestros exes que estamos DE PUTA MADRE sin ellos.

Mi historia con Alberto fue bastante estrambótica, y por ello mismo fue preciosa. Cuando yo tenía 22 años conocí en una discoteca de Barcelona de cuyo nombre no quiero acordarme (porque con la de veces que ha cambiado de nombre sería perder demasiado tiempo) a un chavalín de mi misma edad, guapo cómo él solo, con unos ojos verdes preciosos, unos labios que invitaban a arrancárselos y hacerse un sello para estampar en todas tus felicitaciones navideñas y un pelo largo algo desgarbado que le daba un look de chico malo tremendamente atractivo. Eso era lo único bueno que tenía, porque entre lo mal que bailaba, la borrachera que llevaba y la ropa que tenía puesta parecía que acababa de ser teletransportado desde el bar de rockeros y heavys con peor pinta de toda la zona de Marina. 

Pero inexplicablemente él se fijó en mí, inexplicablemente yo me fijé en él; previsiblamente Raúl me dijo que qué hacía yo mirando a un súcubo infernal como ése y surgió el amor. Esa noche me lo llevé a casa (yo en esa época vivía con mis padres pero se habían ido fuera el fin de semana) y mientras subíamos en el ascensor pronunció LA FRASE:

- ¿Sabes? Nunca había hecho esto.
- Yo tampoco –contesté nervioso-. Normalmente me voy yo a casa del otro tío pero aprovecho que no están mis padres.
- No, no… me refiero a “esto”… -contestó Alberto, haciendo un gesto circular con el dedo apuntando hacia el suelo.
- ¿Subir en ascensor?
- No… bueno… que nunca he estado con… con otro tío. Soy hetero.

Fue ahí, y no antes, cuando comenzó mi trauma. Dos años y medio de relación intermitente con un chico heterosexual que vivía a cuatrocientos kilómetros de Barcelona, que me hizo recorrer varias veces (y con paradas para visitar los monumentos turísticos) el Camino de la Amargura; que se comportaba como una puta en la cama cuando estábamos a solas (sí, muy hetero, muy hetero pero menuda pasivorra me fui a encontrar) y que me trataba como una mierda cuando había gente delante; que lo mismo un día me llamaba sollozando y pidiéndome que no le dejara nunca porque era lo mejor que le había pasado en la vida, que me quería con locura y que moría de ganas por dejar su vida atrás y comenzar una nueva etapa conmigo; como me decía que lo nuestro no era nada especial, que prefería no ponerse etiquetas y que además había conocido a una chica muy maja hija de una amiga de su madre con la que estaba pensando empezar una relación seria porque ya estaba cansado de estar soltero.

Y ahora, como cinco años después, tengo a ese chico soltero de sexualidad confusa dando vueltas por el céntrico ático que comparto con Jorge alucinando con cada una de las cosas que ve; seguramente preguntándose cómo coño he llegado a vivir de esta forma y haciendo tiempo para no explicarme por qué dejó plantada a su novia en el altar y por qué de repente había sentido la imperiosa necesidad de venir a contármelo.

Miré su mochila. Ahí, en el suelo, estaba todo. Todo lo que no quería que estuviera ahí. O tal vez sí. Durante todo el tiempo que estuvimos de tira y afloja lo que más deseaba era verle instalándose en Barcelona. Y ahora que lo tenía ahí no estaba tan seguro de quererle en mi vida. Entiéndelo, han pasado muchos años y yo ahora mismo no estoy para historias raras.
Pasara lo que pasara, era hora de preguntarle a Dora la Exploradora (porque no veas la aventura que supuso para él descubrir los dos pisos de la casa) qué coño hacía ahí y, lo más importante, si íbamos a follar o no.

Caminé hacia el salón y le llamé como quien llama al perro de Scottex. Apareció en lo alto de la escalera, mirándome con cara de alucine.

- Tío, ¡este piso es increíble!
- Me alegro de que te guste.
- ¿Pero cuánto pagáis por esto?
- No lo sé. No quiero saberlo. Nunca se lo he preguntado a Jorge, ya te he dicho que lo paga todo él.
- Joder ¿y a qué se dedica?
- Pues… es periodista –y puta de lujo, iba a decir, pero creí que eso habría sido demasiada información y conociéndole como le conocía Alberto no estaba preparado para procesarlo todo.
- ¿Y un periodista gana tanta pasta? Me he equivocado tío, en vez de lampista tenía que haber estudiado periodismo.

Oí el ruido de la cerradura de la casa abriéndose y me giré asustado. No pensaba que Jorge iba a volver a casa tan pronto y no había tenido tiempo ni para hablar con Alberto sobre los motivos de su visita (bueno, los motivos estaban claros pero yo quería saber todos los detalles, ¡TODOS!), ni había podido avisar a Jorge de que mi ex Alberto, el Hijodelagranputa como lo conoce él, estaba en casa y seguramente se iba a quedar un tiempo a vivir con nosotros. Bueno, conmigo. Pero venía a ser lo mismo.

- ¡Javi! –gritó Jorge desde el recibidor-. ¿De quién es esta cosa espantosa que hay en el suelo del recibidor?
- Jorge… emmm… ven un momento, ven –dije yo.
- No me digas que Belinda ha vuelto a traer a ese demonio que tiene como hijo.
- No, no… Belinda ha venido esta mañana…
Jorge entró en el salón y se quedó mirando a Alberto con cara de intriga. Pude entender por su expresión que reconocía aquella cara (cómo para no reconocerla, con la de fotos suyas que le mandé –aunque solía estar sin ropa así que era normal que no lo reconociera así vestido como iba-).
- Menos mal, ya pensé que me había vuelto a dejar la mochila del cole por ahí en medio… ¿Y tú eres?
- Al… -comenzó a decir Alberto.
- ¡Alan! –grité yo y le lancé una mirada a Alberto para que cerrara la boca si no quería salir volando por el ventanal.
- ¿Alan? –preguntó Jorge-. Pues encantado –y se lanzó a darle dos besos a Alberto, que se puso tan nervioso que parecía que estaba dándole dos besos a la mismísima Virgen de Almatosa.
- Es un amigo… que venía de trabajar y nos… nos… hemos encontrado aquí al lado y le he invitado a… a… a follar.

Alberto me lanzó una mirada ojiplática.

- Chico, no me mires así ¡hombre! Que ya sabes que lo de “sube a tomar un café” es sólo una excusa ¿eh? ¿EH? Anda, coge tu bolsa y ve a mi cuarto y espérame ahí que ahora subo… es el primero a la izquierda.
- ¿El del armario negro? –preguntó Alberto.
- Uy –dijo Jorge-. Qué bien se conoce la casa ¿eh? Ya decía yo que me sonaba tu cara, Alan. Seguro que has estado por aquí más de una vez.
- Ehh… sí… bueno… -intentó contestar Alberto.
- Sí, sí, ha estado ya antes. Venga va, sube de una vez que se nos hace tarde y nos quedamos sin luz.
Alberto subió la escalera confuso y se mentió en mi dormitorio mientras yo miraba a Jorge intentando aparentar normalidad, aunque él, que será muy puta pero no es tonta, sabía que allí pasaba algo raro.
- ¿Qué os quedáis sin luz? –preguntó.
- Sí… es que… me quiere hacer unas fotos y necesita luz natural –contesté.
- ¿Unas fotos? ¿Y desde cuando eres tú modelo?
- Es que… mira, quiero actualizarme las fotos de los perfiles y la del Grindr y como él es… es… fotógrafo pues cuando le he visto en la calle así de casualidad ¿eh? Pues digo ¡mira! ¡Hazme unas fotos chulas y a cambio te dejo que me folles!
- Javi, deja ya de decir gilipolleces.

Miré a Jorge con cara de confusión. Fingida. Y autoinfligida también. Todo lo que acabara en –gida. Sabía que si Jorge se enteraba de que Alan era en realidad mi ex Alberto se iba a liar la de Dios.

- No sé qué está pasando aquí, pero me voy a enterar –dijo Jorge-. Y por tu patética reacción ante esta situación intuyo que me ocultas algo y no me va a gustar nada cuando me entere. Así que te recomiendo que subas a follarte a Alan antes de que recuerde de qué le conozco realmente y sepa qué coño pasa aquí.

- Lo que tú digas –contesté. 

Y me fui a mi habitación.