CAPÍTULO CUATRO: Nunca digas de este agua no beberé, este tío no es mi ex ni esta polla no me cabe.


- ¿En serio vives aquí? –dijo Alberto, que se había quedado boquiabierto frente al portal de mi edificio.
- Ya te dije que me han pasado muchas cosas en todo este tiempo.
- Pero no me dijiste que te habías hecho rico.
- El rico es mi compañero de piso –apuntillé, mientras abría la puerta y me disponía a cruzar el hall.
- Bueno, pero tú también tendrás que pagar algo ¿no?
- Ehhhm…. Claaaaaaro, claaaaaaaro –dije yo, mientras llamaba al ascensor. Con cierto miedo tras la aventura de hacía unas horas pero tranquilo al pensar que La Peligros no andaba cerca (o eso esperaba)
- Espera ¿es tu novio? ¡Te has casado! –exclamó Alberto, y me pareció notar cierto tono de decepción en su voz al pronunciar aquello.
- No, no me he casado –el ascensor llegó y nos metimos en él-. ¿Tú te acuerdas de mi amigo Jorge?
- Sí… tu amigo de toda la vida que se fue a Madrid a vivir ¿no?
- El mismo. Pues se ha vuelto a Barcelona y me propuso vivir con él y… vivir como él.
- Joder, yo también quiero amigos así –dijo Alberto, poniendo esa carita de niño de pueblo que acaba de ver un avión volar por primera vez y no se puede creer las maravillas del mundo moderno. Y yo me derretí, por supuesto. Me lo habría follado allí mismo.
- Bueno –comencé a decir, con cierto tono picarón-. Me tienes a mí.

  Al entrar en el piso la cara de niño de pueblo que descubre que en el mundo hay otros seres vivos además de sus padres, las cabras y la abuela que Alberto llevaba desde hacía cinco minutos se pronunció aún más. Dejó caer su mochila en el recibidor y se adentró en el salón sin decir ni una sola palabra. Yo me dediqué a verle curiosear todo el ático respetando con mi silencio aquella epifanía que estaba viviendo mi ex. Bueno, y por qué no decirlo, con una sonrisa de oreja a oreja mientras por mi mente circulaba fugaz el pensamiento que todos tenemos cuando le demostramos a nuestros exes que estamos DE PUTA MADRE sin ellos.

Mi historia con Alberto fue bastante estrambótica, y por ello mismo fue preciosa. Cuando yo tenía 22 años conocí en una discoteca de Barcelona de cuyo nombre no quiero acordarme (porque con la de veces que ha cambiado de nombre sería perder demasiado tiempo) a un chavalín de mi misma edad, guapo cómo él solo, con unos ojos verdes preciosos, unos labios que invitaban a arrancárselos y hacerse un sello para estampar en todas tus felicitaciones navideñas y un pelo largo algo desgarbado que le daba un look de chico malo tremendamente atractivo. Eso era lo único bueno que tenía, porque entre lo mal que bailaba, la borrachera que llevaba y la ropa que tenía puesta parecía que acababa de ser teletransportado desde el bar de rockeros y heavys con peor pinta de toda la zona de Marina. 

Pero inexplicablemente él se fijó en mí, inexplicablemente yo me fijé en él; previsiblamente Raúl me dijo que qué hacía yo mirando a un súcubo infernal como ése y surgió el amor. Esa noche me lo llevé a casa (yo en esa época vivía con mis padres pero se habían ido fuera el fin de semana) y mientras subíamos en el ascensor pronunció LA FRASE:

- ¿Sabes? Nunca había hecho esto.
- Yo tampoco –contesté nervioso-. Normalmente me voy yo a casa del otro tío pero aprovecho que no están mis padres.
- No, no… me refiero a “esto”… -contestó Alberto, haciendo un gesto circular con el dedo apuntando hacia el suelo.
- ¿Subir en ascensor?
- No… bueno… que nunca he estado con… con otro tío. Soy hetero.

Fue ahí, y no antes, cuando comenzó mi trauma. Dos años y medio de relación intermitente con un chico heterosexual que vivía a cuatrocientos kilómetros de Barcelona, que me hizo recorrer varias veces (y con paradas para visitar los monumentos turísticos) el Camino de la Amargura; que se comportaba como una puta en la cama cuando estábamos a solas (sí, muy hetero, muy hetero pero menuda pasivorra me fui a encontrar) y que me trataba como una mierda cuando había gente delante; que lo mismo un día me llamaba sollozando y pidiéndome que no le dejara nunca porque era lo mejor que le había pasado en la vida, que me quería con locura y que moría de ganas por dejar su vida atrás y comenzar una nueva etapa conmigo; como me decía que lo nuestro no era nada especial, que prefería no ponerse etiquetas y que además había conocido a una chica muy maja hija de una amiga de su madre con la que estaba pensando empezar una relación seria porque ya estaba cansado de estar soltero.

Y ahora, como cinco años después, tengo a ese chico soltero de sexualidad confusa dando vueltas por el céntrico ático que comparto con Jorge alucinando con cada una de las cosas que ve; seguramente preguntándose cómo coño he llegado a vivir de esta forma y haciendo tiempo para no explicarme por qué dejó plantada a su novia en el altar y por qué de repente había sentido la imperiosa necesidad de venir a contármelo.

Miré su mochila. Ahí, en el suelo, estaba todo. Todo lo que no quería que estuviera ahí. O tal vez sí. Durante todo el tiempo que estuvimos de tira y afloja lo que más deseaba era verle instalándose en Barcelona. Y ahora que lo tenía ahí no estaba tan seguro de quererle en mi vida. Entiéndelo, han pasado muchos años y yo ahora mismo no estoy para historias raras.
Pasara lo que pasara, era hora de preguntarle a Dora la Exploradora (porque no veas la aventura que supuso para él descubrir los dos pisos de la casa) qué coño hacía ahí y, lo más importante, si íbamos a follar o no.

Caminé hacia el salón y le llamé como quien llama al perro de Scottex. Apareció en lo alto de la escalera, mirándome con cara de alucine.

- Tío, ¡este piso es increíble!
- Me alegro de que te guste.
- ¿Pero cuánto pagáis por esto?
- No lo sé. No quiero saberlo. Nunca se lo he preguntado a Jorge, ya te he dicho que lo paga todo él.
- Joder ¿y a qué se dedica?
- Pues… es periodista –y puta de lujo, iba a decir, pero creí que eso habría sido demasiada información y conociéndole como le conocía Alberto no estaba preparado para procesarlo todo.
- ¿Y un periodista gana tanta pasta? Me he equivocado tío, en vez de lampista tenía que haber estudiado periodismo.

Oí el ruido de la cerradura de la casa abriéndose y me giré asustado. No pensaba que Jorge iba a volver a casa tan pronto y no había tenido tiempo ni para hablar con Alberto sobre los motivos de su visita (bueno, los motivos estaban claros pero yo quería saber todos los detalles, ¡TODOS!), ni había podido avisar a Jorge de que mi ex Alberto, el Hijodelagranputa como lo conoce él, estaba en casa y seguramente se iba a quedar un tiempo a vivir con nosotros. Bueno, conmigo. Pero venía a ser lo mismo.

- ¡Javi! –gritó Jorge desde el recibidor-. ¿De quién es esta cosa espantosa que hay en el suelo del recibidor?
- Jorge… emmm… ven un momento, ven –dije yo.
- No me digas que Belinda ha vuelto a traer a ese demonio que tiene como hijo.
- No, no… Belinda ha venido esta mañana…
Jorge entró en el salón y se quedó mirando a Alberto con cara de intriga. Pude entender por su expresión que reconocía aquella cara (cómo para no reconocerla, con la de fotos suyas que le mandé –aunque solía estar sin ropa así que era normal que no lo reconociera así vestido como iba-).
- Menos mal, ya pensé que me había vuelto a dejar la mochila del cole por ahí en medio… ¿Y tú eres?
- Al… -comenzó a decir Alberto.
- ¡Alan! –grité yo y le lancé una mirada a Alberto para que cerrara la boca si no quería salir volando por el ventanal.
- ¿Alan? –preguntó Jorge-. Pues encantado –y se lanzó a darle dos besos a Alberto, que se puso tan nervioso que parecía que estaba dándole dos besos a la mismísima Virgen de Almatosa.
- Es un amigo… que venía de trabajar y nos… nos… hemos encontrado aquí al lado y le he invitado a… a… a follar.

Alberto me lanzó una mirada ojiplática.

- Chico, no me mires así ¡hombre! Que ya sabes que lo de “sube a tomar un café” es sólo una excusa ¿eh? ¿EH? Anda, coge tu bolsa y ve a mi cuarto y espérame ahí que ahora subo… es el primero a la izquierda.
- ¿El del armario negro? –preguntó Alberto.
- Uy –dijo Jorge-. Qué bien se conoce la casa ¿eh? Ya decía yo que me sonaba tu cara, Alan. Seguro que has estado por aquí más de una vez.
- Ehh… sí… bueno… -intentó contestar Alberto.
- Sí, sí, ha estado ya antes. Venga va, sube de una vez que se nos hace tarde y nos quedamos sin luz.
Alberto subió la escalera confuso y se mentió en mi dormitorio mientras yo miraba a Jorge intentando aparentar normalidad, aunque él, que será muy puta pero no es tonta, sabía que allí pasaba algo raro.
- ¿Qué os quedáis sin luz? –preguntó.
- Sí… es que… me quiere hacer unas fotos y necesita luz natural –contesté.
- ¿Unas fotos? ¿Y desde cuando eres tú modelo?
- Es que… mira, quiero actualizarme las fotos de los perfiles y la del Grindr y como él es… es… fotógrafo pues cuando le he visto en la calle así de casualidad ¿eh? Pues digo ¡mira! ¡Hazme unas fotos chulas y a cambio te dejo que me folles!
- Javi, deja ya de decir gilipolleces.

Miré a Jorge con cara de confusión. Fingida. Y autoinfligida también. Todo lo que acabara en –gida. Sabía que si Jorge se enteraba de que Alan era en realidad mi ex Alberto se iba a liar la de Dios.

- No sé qué está pasando aquí, pero me voy a enterar –dijo Jorge-. Y por tu patética reacción ante esta situación intuyo que me ocultas algo y no me va a gustar nada cuando me entere. Así que te recomiendo que subas a follarte a Alan antes de que recuerde de qué le conozco realmente y sepa qué coño pasa aquí.

- Lo que tú digas –contesté. 

Y me fui a mi habitación.

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