Capítulo Veinte: La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad

Jorge me apartó suavemente y se sentó bien para seguir hablando.

- Cariño –me dijo, cogiéndome una mano- Cuando yo me fui a Madrid a vivir con Eduardo, era la persona más feliz del mundo. Y “feliz” implicaba “bueno”. Y “bueno” implicaba “permisivo” y “comprensivo”. Y se las pasé todas hasta que me dejó por uno de los mil tíos con los que se acostó mientras salía conmigo. Y encima mi jefe, que se había estado aprovechando de mi buena voluntad durante meses, me denegó un pequeño aumento cuando le expliqué que mi pareja me había dejado con una mano delante y otra detrás y además me acusó de haber bajado el rendimiento y me amenazó con echarme si no hacía más horas.
- Ya, eso ya lo sé.
- ¿Sabes cómo sobreviví?
- Te buscaste un curro en otro sitio y te pusiste a estudiar.
- No. Esto que te voy a contar no se lo he contado nunca a nadie. Lo que hice para salir de esa situación tan jodida fue coger las riendas de mi vida.
- A mí me hablas de coger las riendas y me imagino una orgía con jockstraps y mucho leather, tía.
- Pues no vas muy desencaminada… Me pasé toda una tarde llorando en casa, en el piso vacío que Eduardo me había dejado porque se fue a vivir con unos amigos suyos que decía que no le agobiaban y le dejaban vivir la vida que él quería. Yo por aquel entonces tenía un equipo de música del año de la picor que a veces se encendía solo y de repente, a las diez de la noche, oí que se ponía en marcha él solito y sonó LA canción.
- ¿Se encendía solo?
- Sí. Iba fatal.
- ¿No estaría poseído? Tía, que a lo mejor eres como la de Paranormal Activity y me has traído un demonio a casa. Tú por si acaso no te compres nunca una cámara de vídeo.
- Calla coño. Que te he dicho que sonó LA canción.
- ¿Cuál era?
- El Jump de Madonna.
- Cómo no.
- Y me di cuenta en ese momento de que estar ahí sentado llorando no iba a solucionar nada. Que seguir siendo el saco de boxeo del Universo no me había traído más que problemas, y que ya estaba bien de aguantar la mierda de los demás. Me bajé a la calle, me compré un paquete de tabaco…
- Pero si tú no fumas.
- Ya, pero no puedes ir a patear por Chueca a ritmo del Confessions sin llevar un cigarro en la mano. Y me paré en Vázquez de Mella a ver pasar a los maricas hasta que vi uno que me hizo gracia y no le quité la vista de encima. El tío me vio. Me sonrió. No le devolví la sonrisa. Sólo le miré. Se me acercó y me pidió un cigarro. Se lo di sin mediar palabra. Me preguntó “¿Por qué estás tan serio?” y le dije “Porque todos los problemas que tengo han empezado con una sonrisa”
- ¡Tía! ¡Pero si eso lo he pensado yo al final del anterior capítulo!
- El tío me dijo que tenía razón. Empezó a contarme que a él le pasaba lo mismo, que era muy amable con los demás y muy optimista y siempre le puteaban. A mí lo que me contaba me importaba una mierda no, lo siguiente así que le dije: “¿Has venido a pedirme el cigarro para que te psicoanalice o para que te eche un polvo?”. Me miró sorprendido y se quedó callado. Yo me levanté, le miré y le hice un gesto para que me siguiera. El tío ni se despidió de sus amigos y diez minutos después estábamos en mi piso. Me dijo que era activo, pero lo empotré contra la pared y me lo follé como nunca me había follado a nadie.
- Meri, yo sé que tú quieres decirme algo pero no te entiendo, no sé a dónde vas.
- Al día siguiente fui al trabajo. Yo seguía escuchando el Confessions. Entré en el despacho de mi jefe sin picar a la puerta. Le dije que se podía ir a la mierda y que si no me subía el sueldo me despidiera, pero que yo irme no me iba a ir, y que como se pasara de listo me iba a sanidad y le sacaba las vergüenzas.
- ¿Y lo hiciste?
- Se pasó una semana putéandome. Pero yo no hice ni una hora más de las que me tocaban. Como no me hizo ni puto caso, días después vino sanidad gracias a un soplo… anónimo… -dijo, señalándose a si mismo- y le clausuró el local por insalubre. Tuvo que pagar una multa de las que hacen época y se arruinó.
- Y tú te fuiste sin cobrar un duro.
- Morir matando nena.
- ¿Y el piso?
- Alquilé las dos habitaciones que tenía libres. Fíjate que yo estaba cagado de miedo por haber puesto el contrato a mi nombre cuando nos fuimos a vivir, pero al final realquilé a dos heteros que no se atrevían a soplarme por la mala leche que desprendía yo. A uno me lo follé. La casera me montó el pollo y le dije que los tres éramos pareja.
- Qué valor… ¿y tu ex?
- Apareció unas semanas después a buscar sus cosas. Pero fíjate, ya no estaban en el piso. Le dije que habían entrado a robar y que como vieron las cajas (que yo había preparado para dejar sitio a mis heteros) pues se las llevaron porque era lo más fácil. No se lo creyó.
- ¿Qué hiciste con sus cosas?
- Las dejé en la puerta de un convento. Como cuando te quedabas embarazada en el siglo dieciséis. Un amigo me contó que al gilipollas de Eduardo lo detuvieron por amenazar a un indigente que llevaba su cazadora D&G. 400 euros que le costó. Entre el paro y lo que me sacaba de los realquileres tenía para ir tirando. Estuve así un par de meses hasta que un día en una fiesta high-class a la que me invitó un amigo conocí a un señor de mucho renombre que me propuso echar un polvo en el baño. Lo hice. No me gustaba, pero el billete de 500 que me soltó al terminar me hizo sentir mucho mejor.
- Qué fuerte tía. ¿Te prostituiste?
- Si te gusta hacer algo y lo haces bien ¿por qué hacerlo gratis?
- Pues tienes razón.
- El tío se apuntó mi teléfono y me presentó a varios famosillos interesados en follar sin que se enteraran ni sus mujeres ni el Sálvame. Y de repente vi que podía echar a los heteros, pagarme el piso yo sólo y pasarme el día escribiendo en casa. Envié un artículo a un montón de revistas hasta que me contrataron en la que estoy ahora y ¡mírame!
- ¿Sigues siendo chapero?
- Yo no soy chapero. Yo soy acompañante. Tampoco es que tenga muchos clientes ¿eh? Con pocos y buenos me apaño. Muy bien, además. Y sé que no tendré problemas porque si me hacen alguna putada al día siguiente tienen a Jorge Javier en la puerta de su casa sacándoles las vergüenzas y a su mujer en el juzgado sacándoles la pasta.
- Tía… ¿qué ha sido del Jorge inocentón y medio alelado que dejé cuando te fuiste a Madrid?
- Sigue ahí. Una persona no puede cambiar de la noche a la mañana. Ni en dos años. Pero el Jorge bonachón que conociste antes de ir a Madrid sólo se lo presento a los que realmente se lo merecen. Y ahora mismo muy poca gente lo hace. Hoy en día no puedes ir por la vida siendo la Agrado, la gente se aprovecha de ti y te engaña y te manipula y te deja vacío por dentro y te trata como una mierda. Hoy en día hay que ser… un poco más… hija de bitch –y me guiñó un ojo.
- Ay tía no sé… yo no me veo siendo tan cabrón con los demás…
- Pero si ya lo eres. ¿Has llamado a los gemelos?
- No. De hecho ni me los cruzo en el ascensor.
- ¿Y sigues pensando en B?
- No.
- Y tu ex, Alberto, ¿qué?
- ¿Qué?
- ¿Tienes ganas de ir a la boda?
- ¿A la boda con el chocho? Ni de coña. Yo no me presento ahí ni borracho. Que seguro que le monto un cristo.
- Bueno, bien que te los montó él cuando estaba contigo ¿no?
- Sí, pero ahora ya no tenemos relación y no vendría a cuento montarle un numerito.
- Nena, sigues sin entenderlo. Cuando te digo que seas un poco más hija de bitch no me refiero a que montes planes maléficos para destrozar la vida de los demás. Has de ser muy sibilino. No quemes el coche de tu ex ni le hagas pintadas para sacarle del armario como queríais hacer con el exnovio de Hugo. Son los actos sutiles de desprecio los que hacen que la gente realmente te tema. Si les montas una escena les da igual, se apiadan de ti igualmente y te excusan con un “pobrecito, lo está pasando mal”. Tienes que ir a esa boda y ser el mejor invitado del mundo. Tienes que ser amable y simpático, tienes que ser cariñoso con él. Muy cariñoso. Y dejar a todos con la duda de quién coño eres tú y por qué sales tocándole el culo en esa foto tan rara que os han hecho junto a la puerta del baño.
- ¿Me estás diciendo que de verdad debería ir a esa boda?
- Te estoy diciendo que DEBERÍAMOS ir a la boda.
- ¿En serio?
- Nena. Tus amigos Raúl y Hugo no son una buena influencia. Son divertidos, son excéntricos, son muy putas. Y eso es fenomenal. Pero tú necesitas a tu lado a una hija de la gran puta con todas las letras y créeme, yo lo soy.
- Pero si tú vives en Madrid, ¿cómo vas a ser mi adláter maligno si vives a 500 kilómetros?
- Javi… vivo en Madrid porque me da la gana. No veo por qué no podría decirles a los de la revista que a partir de ahora mis artículos serán sobre Barcelona. Y por mis clientes no me preocupo, la mitad se pasan la vida en el puente aéreo y además por aquí también hay mucho famoso maricón armarizado.
- ¿Me lo estás diciendo en serio?
- Totalmente. En realidad hasta me hace ilusión. Hay cierto vestuario de cierto equipo de fútbol del que me han hablado maravillas…
-No me jodas que te tiras a algún futbolista. Nena no juegues con mis ilusiones que eso sí que sería muy cruel ¿eh?
- Pobrecico mío… cuánto tienes que aprender…

Y Jorge volvió a mirar la película y me abrazó aún más fuerte. Pasaron varios minutos de silencio. Básicamente porque yo pensaba que él iba a hablar pero no lo hacía.

- Nena, no me dejes con esta intriga coño, dime algo. Que a ver si te has pensado que esto es un capítulo de Mad Men y tú te vas a poner a mirar por la ventana y a dejar al espectador con la intriga.
- Javi… va a ser MUY divertido vivir contigo.


- ¿Y ya está? ¿Eso es todo lo que me vas a decir?
- ¡Ay coño! Que quiero ver la película, hostia.
- ¡Pero dime qué va a pasar ahora! ¿Qué vamos a hacer? ¿Qué? ¿Qué? ¡Dime algo!
- Anda, ve a la cocina y prepárame un cubata. Y ve haciendo las maletas porque nos vamos de esta mierda de piso. Tú y yo a vivir en un ático en el centro.
- ¿Un ático? ¿En el centro? ¿Y cómo lo pago, cariño?
- Tú eso déjamelo a mí. Que no tienes ni puta idea de cómo va a cambiar tu vida. Te vas a cagar.

Y así fue.
Pero eso ya os lo cuento otro día.

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