Capítulo Diecinueve: Una noche de alcohol y sexo como otra cualquiera

- No me puedo creer –dijo Raúl- que aún no nos hayas contado lo de los gemelos ni a mí ni a Hugo.
- ¿Y qué más da? ¿Qué se supone que te tengo que contar? –respondí yo. Dos preguntas para un reproche. Toma desconcierto.
- Pues joder, los detalles. Quién hizo de activo, quién de pasivo. Si hubo incesto o no hubo incesto… -continuó indagando Raúl.
- Mira, lo único que te voy a decir es que montarte un trío con dos gemelos es muy aburrido.
- ¿Aburrido? ¿ABURRIDO? ¡Es el sueño de cualquier marica que se precie! –me exclamó.
- Pues sí. Es aburrido. Te cansas de uno, te vas a por el otro ¡y es el mismo! Es como follar haciendo un bis constante.
- Eres una marica mala –dijo Raúl-. Pero no de hacer maldades sino de mala praxis. Va a venir Pedro Zerolo a quitarte el carnet.
- A mí Pedro Zerolo me come el coño.

Hacía una semana que había ocurrido lo que había ocurrido. Y hacía una semana que no sabía nada de ninguno de los dos gemelos. Paco y Manolo se habían esfumado. Imagino que lo de follarse al mismo tío por turnos no les parecía malo, pero cuando acabaron borrachos y algo colocados en mi cama rompiendo ciertos tabúes que habrían hecho que la redacción de Intereconomía se revolucionara más que si la Santísima Virgen del Pulpis se les apareciera en el pasillo que une Documentación con los baños y la Capilla (porque seguro que tienen una capilla, por el ahorro de tiempo que eso supone cada vez que vayan a confesarse) pues debieron sentirse un poco abochornados y dejaron de colarse en mi casa saltando por el patio y hasta me evitaban por la escalera.

Y a mí, plin.

Había ido a buscar a Raúl al trabajo para acompañarle a casa a cambiarse y luego largarnos a una de las fiestas del Circuit que se celebraba esos días en Barcelona. Mi amigo Jorge estaba en casa durmiendo la mona después de haberse pasado todo el día y toda la noche anterior en la piscina de la Isla Fantasía yendo de orilla a orilla, de hombre a hombre, de bícep a bícep.
Así que allí estábamos, en casa de Raúl, escuchando música de esa trance-house-happy-whotevah que no sabes cuándo acaba una canción y empieza la siguiente pero que a Raúl le encanta y aún no sé por qué; debió pillarse un colocón un día en The Loft y aún no se ha recuperado.
Es que Raúl tuvo su época súper chunga ¿sabes?

- ¿Y con Jorge qué? –preguntó Raúl, mientras se iba probando camisetas para esa noche.
- ¿Qué de qué?
- Pues ¿qué? ¿Os habéis liado?
- ¡Pero qué dices tía! Jorge y yo sólo somos amigos. Y yo no me lío con mis amigos.

Raúl me lanzó una mirada picarona.

- ¡Qué mentira! –me dijo.
- Oye, aquello fue hace mucho tiempo y tú y yo no éramos TAN amigos.
- No estaba pensando en nosotros…
- ¿Entonces?
- Qué malo es el alcohol que te hace olvidar ciertas cosas…
- Bueno mira, me da igual. No me he liado con Jorge. Ni me voy a liar. Con lo que yo le quiero.
- Yo quiero un trabajo como el suyo. Que le pagan el viaje y una pasta por escribir un artículo sobre un festival de maricones tan lleno de tópicos en si mismo que podría escribirlo desde Arganda de Duero y quedarle igual de bien.
- Bueno meri, pues date prisa que quiero llegar pronto para elegir bien al tópico que voy a tirarme esta noche.
- Qué a saco ¿no?
- Desde que me tiré a mis queridísimos géminis estoy a palo seco, y eso no podemos consentirlo.

Unas horas después, allí estábamos. Raúl y yo, en la barra de la Martin’s. No sabíamos cómo habíamos cometido ese error en nuestro planning del Circuit. Dábamos por hecho que la fiesta de esa noche era en el DBoy pero resultó que no, que era en la Martin’s. Y además era una fiesta especial Osos y aquello estaba lleno de señores de mediana edad (y cuando digo “mediana edad” quiero decir “muy mayores”) sin camiseta y, lo que es peor, algunos de ellos vestidos de cuero.

- Dime nena –me gritó Raúl- ¿a cuál de estos tópicos piensas tirarte?
- Meri, esto no son tópicos. Son versos extraídos de los manuscritos del Mar Muerto.
- ¿Qué hacemos? ¿Nos vamos?
- Ah no no no. Yo no me pierdo el espectáculo.

Y por “espectáculo” me refería a Jorge. ¿Os acordáis de que os dije que era un tiarrón atractivo que desprendía belleza por todos sus poros y por el que cualquier bebería los vientos? Bueno, pues espero que nadie le vea jamás como le estábamos viendo: sin pantalones, con la camisa abierta, dándose el lote con dos bears de manual (ya sabes, los de bigotón y ropa de cuero) en el escenario de la discoteca mientras de fondo sonaba no sé qué mierda de Rebeka Brown.

- Con lo formalito que parecía ¿eh? –le dije a Raúl.
- Sí. Son los peores –me dijo él-. Por cierto ¿qué sabes de B?
- ¿De quién?
- De B.
- ¿De quién?
- ¡¡De B!!
- ¿De quién?
- Ok, ya lo capto. Oye, que me ha dicho Hugo que somos unas zorras por salir sin él.
- Y saliendo con él también lo somos, no sé a qué viene que a hora la tonta ésta se ponga a soltar obviedades.
- Pues la tonta ésa lleva unos días como loca.
- ¿Y eso?
- Porque le han metido a un compañero nuevo en el trabajo y se ve que el tío está tremendo y le hace ojitos.
- ¿Ojitos? ¿Cómo lo que te está haciendo aquel caballero del fondo?

Raúl se giró disimuladamente para mirar al hombre que había al fondo de la sala. Un señor de unos 50 años, vestido con tejanos y chaleco de cuero y con una prominente panza (sí, he escrito “panza” pero es que el término “barriga” no sirve para describir al octavo pasajero) levantaba la cerveza y le guiñaba un ojo a Raúl.

- Cuando dices “caballero” –me comentó- lo dices en plan medieval ¿verdad?
- Por supuesto. Ése hombre que tú ves ahí, que parece tan galante, fue en realidad un gran duelista en la corte de Luis XVI. –respondí.
- Mira nena, mi madre me dijo una vez que si sales de fiesta y hablas de Luis XVI es señal de que la cosa va mal.
- ¿En serio eso te lo dijo tu madre?
- Es que es muy moderna ¿sabes?
- Vámonos a Arena anda.

Terminamos nuestras copas de un trago, eché un último vistazo a Jorge (aquello ya estaba a punto de convertirse en una escena de una de Falcon) y nos fuimos hacia la puerta. Esquivé las miradas de más de uno (y de dos… y de tres…) personajes de película de Tim Burton que nos seguían con la mirada… y entonces… ocurrió.

Si has visto Sexo en Nueva York más de una vez seguro que sientes un escalofrío cada vez que ves la escena en que Carrie y Mr. Big se encuentran por primera vez; cuando tropiezan en plena calle, a Carrie se le cae el bolso y se le salen un montón de condones.

Pues si toda esta historia tiene un momento como ése, acababa de ocurrir.

Yo iba mirando hacia atrás, compartiendo miradas cómplices y algo cabronas con Raúl y cuando volví a mirar al frente topé con él. Derramé parte de su cubata sobre su camisa y él se apartó riéndose mientras yo le miraba con cara de cabreo y le insultaba por ponerse en medio. Entonces me di cuenta de que no entendía una mierda de lo que estaba diciendo porque aquel hombre no hablaba ni papa de Español.
Se llamaba…



… no, no es que quiera añadirle tensión al relato. Es que de verdad no me acuerdo. Y te preguntarás ¿en serio éste es el momento en que Carrie conoce a Big si ni siquiera te acuerdas de su nombre? Sí.

Porque Carrie conoció ese día al hombre que, poco a poco, lo cambiaría todo. Y yo también. Sólo que el mío no lo cambió poco a poco, lo cambió en una semana.

El Americano (así lo recordaré por los siglos de los siglos) era el hombre perfecto: cuerpo de infarto, sonrisa impresionante, mirada penetrante, decía “yisus” y “fac yea” mientras me follaba, y no decía NADA MÁS.

Tras un ligero tonteo en aquella escalera llena de súcubos infernales, el americano me llevó a su hotel (que no era el Axel) donde estuvimos follando durante varios días. Me llevó a todas las fiestas del Circuit y como se había comprado no sé qué coño de paquete VIP teníamos entradas gratis, barra libre y estábamos rodeados de los tíos más buenos que había visto nunca. Y lo mejor: ninguno hablaba español así que ninguno me traería problemas. Hicimos tríos, cuartetos y hasta la Filarmónica de Praga. Toda una gama de operetas, himnos y sinfonías con las que sólo había llegado a soñar en mis noches más solitarias.

Unos días después se despidió de mí para continuar su tour veraniego por el Mediterráneo. Se iba a Ibiza. Me ofreció irme con él pero a mí lo de Ibiza me daba una pereza tremenda, así que nada.

Cuando volvía a casa (como cuatro o cinco días después del inicio de este capítulo –toma elipsis temporal-) encontré a Jorge sentado en el sofá, viendo La Boda de mi Mejor Amigo. Era nuestra película favorita.

Me senté a su lado y nos miramos un instante. Él se había hartado de Circuit, se había tirado a tantos tíos que ni se acordaba, se había bebido hasta el agua de la condensación de los conductos de ventilación y se lo había pasado de puta madre. Yo me había pasado media semana de fiesta en fiesta y de ahí al hotel, viviendo una de las experiencias sexuales más brutales de mi vida.

Así que me recosté sobre él, que me abrazó en el momento en que Rupert Everett comenzaba a cantar el “I say a little prayer for you”.

Me fijé en que El Americano tenía un cierto aire a Everett (pero era mucho más guapo) y entonces me di cuenta de todo.
Y he aquí el motivo por el que El Americano es mi Mr. Big.
Fue viendo la sonrisa de Everett y comparándola cuando comprendí que todos los problemas por los que había pasado últimamente, habían comenzado con una sonrisa.

Mario no habría destrozado el corazón de Hugo si éste no le hubiera sonreído cuando se conocieron en aquella fiesta de cumpleaños. Yo no habría sido invitado a la boda de mi ex con una chica si no le hubiera sonreído cuando le decía que lo mejor era que viviéramos nuestras vidas por separado. No habríamos pasado por el casi-drama del juicio por el accidente si al bajarnos del coche no hubiéramos sonreído a Mario y su “novia”. No habría tenido las dudas que tuve con lo de B si no le hubiera sonreído al llegar a casa y encontrármelo con La Peligros (ni cuando les vi en el restaurante, ni cuando hablé con él post-ruptura, ni todas esas veces en que le había sonreído). No habría vivido el follón de los gemelos si no les hubiera sonreído el día que se mudaron.

El Americano me contó que no se habría fijado en mí si no hubiera demostrado mi “sangre española” (sí, os juro que usó esa expresión) al chocarme con él; que le excité al verme con cara de mala hostia.

- ¿Sabes una cosa, Jorge? –le dije.
- ¿Qué? – preguntó, mientras me acariciaba el pelo.
- Que tenías razón.

Me incorporé para mirarle a los ojos.

- ¿Sabes eso que siempre me dices en los mails que nos mandamos?
- ¿Lo de que algún día acabaremos tiradas en una cuneta y cuando nos hagan la autopsia surgirán tantas sustancias estupefacientes que el forense se pillará un colocón de escándalo?
- No, lo de que tengo que dejar de ser tan reina del drama y ser un poco más hijo de puta.
- Ah eso… Sí ¿qué?
- Pues eso, que tienes razón.
- Javi… si no recuerdo mal hace como un año llegaste a esa misma conclusión con tus amigos y, que yo sepa, lo único que has hecho ha sido LO MISMO que haces siempre.
- Pero he dicho más tacos.
- Ah bueno, eso es un comienzo. Pero te voy a contar algo que no te he contado nunca y que creo que necesitas saber.

Yo fruncí el ceño y le miré ¿era posible que Jorge, a estas alturas de la vida, aún me guardara secretos?

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