Capítulo Catorce: Así, de esa manera.

Aquella noche los chicos y yo habíamos quedado para cenar en un pequeño restaurante asiático del centro. El sitio es en si era una mierda, el típico restaurante japonés grasiento y de decoración espantosa, con un hilo musical de esos que se basa en una sucesión hortera de grandes éxitos de occidente reinterpretados a base de koto, shakuhachi y shamisens.
Algún día, cuando venga a cuento, os explico lo del curso de cultura asiática y lo del profesor japonés de 32 años que resultó ser la excepción que confirma la regla de que los asiáticos la tienen pequeña.

¿Por qué íbamos a esa mierda de restaurante japonés? Pues porque hace varios años –y cuando digo varios digo mogollón- aquel fue el restaurante en el que Hugo me citó cuando nos conocimos por el Bakala. Imagino que su intención era no tenerme mucho rato comiendo ahí y llevarme a su casa a follar como locos, pero al final resultó que nos caímos muy bien y a la media hora nos dimos cuenta de que polvos hay muchos pero gente con la que reírte de verdad no tanta.
Así que cuando Raúl hizo la llamada de emergencia de rigor (esa que te da la oportunidad de dejar tirado al tío con el que has quedado en caso de que no te guste, ya sabes) le invité a unirse a nosotros y de aquel horror de restaurante fuimos a La Penúltima y de ahí fuimos a la Metro… y el resto es historia.

Así que allí estábamos, sentadas en aquel extraño buffet libre giratorio japonés de nombre impronunciable y baños que sirvieron antaño de fuente de inspiración para un Resident Evil. Llevábamos unos tres cuartos de hora de charla y gracias a la aparición de mis dos vecinos en mi vida había podido evitar el tema que llevaba de hecho evitando dos semanas, lo de B.

- Yo sigo diciendo –oí decir a Raúl-. Que no sé qué coño hacemos aquí en vez de en tu casa, ayudando a tus vecinos a instalarse como Dios manda.
- Eso –dijo Hugo-. A la mierda el sushi, yo hoy quiero carne.
- Pues para querer carne te estás poniendo como una cerda comiendo pescado crudo, bonita –le contesté.
- A falta de pan… - contestó él.
- ¿FALTA DE PAN? –gritó Raúl (en este sitio no pasa nada porque gritemos porque lo único que hacen los dueños –que no estamos seguros de cual de los quince japoneses que hay por ahí es el dueño- es mirarnos y sonreír)-. ¡¡Pero si desde que descuajaringaste al camarero de Luigi que no paras de follar, meri!!
- Descuajada ¿qué? –pregunté yo.
- Descuajaringar –dijo Raúl.
- ¿Qué coño es eso? –dijo Hugo.
- Pues esto coño. Coges algo así –Raúl cogió un trozo de sushi con su tenedor (porque es incapaz de comer con palillos)- y lo meneas hasta que lo haces cachitos.
El sushi salió volando por toda la mesa en pedazos de arroz que se pegaron hasta en la chaqueta del pobre que teníamos sentado detrás.
- Eso significa descuajaringar.
- Gracias Don Camilo por su explicación –dije yo, sonriendo a los quince dueños que nos miraban sonrientes- y por el ejemplo práctico.
- Bueno, ¿entonces cuando vamos a ver a los vecinos esos tuyos? –preguntó Hugo.
- Echa el freno, madaleno –dije yo.
- Nena, no hables así. Que pareces sacado de Amar en Tiempos Revueltos –dijo Raúl.
- O de Física y Química, que es peor –dijo Hugo.
- No vais a venir a conocer a mis vecinos –y al ver sus caras de pena a lo gatito de Shrek o de niño al que le quitas su regalo de cumpleaños porque se ha portado mal y te lo llevas sabiendo que se lo vas a acabar devolviendo, corregí la frase -. Por ahora. Dadles un par de semanas que se instalen.
- Como las dos semanas sabáticas que te has tomado tú ¿no? –preguntó Raúl.
- Eso nena, dos semanas desaparecida –dijo Hugo.
- ¡No he estado desaparecida!
- ¡Anda que no! –dijo Raúl-. Si te perdiste el cumpleaños de la Omni y todo.
- Y dale con la Omni. ¡Que yo no iba a ir a la fiesta de cumpleaños de esa mamarracha! –exclamé.
- Pues no sabes lo que te perdiste nena. Unos chulazos… una de alcohol… una de drogas… -dijo Hugo.
- Pero si tú no te metes nada, maricón –dije yo.
- Que yo no me meta no significa que no aprecie que en una fiesta haya drogas para todos. Eso es ser un buen anfitrion, una persona que se preocupa por las necesidades de sus invitados –explicó Hugo.
- Claaaaaro, como la Preysler. ¿O qué te crees? ¿Qué en las recepciones del embajador sólo hay Ferrero Rocher? –dijo Raúl.
- Depende de dónde sea el embajador –dije yo.
- Bueno, no cambies de tema, cojones –dijo Raúl, en una extraña muestra de pueblerismo heterosexual que fue tan sorprendente que los dueños del restaurante volvieron a mirarnos sonriendo-. ¿Se puede saber por qué has estado dos semanas ahí perdida? He estado preocupada por ti ¿eh? La última vez que una de nosotras no dio señales de vida fue ésta –dijo señalando a Hugo- y ya sabes por qué y cómo acabó todo.
- Oye guapa –se quejó Hugo-. Que lo cuentas como si hubiera hecho yo algo malo.
- Bonita, no te pongas ahora a la defensiva que el argumento de esta historia ha cambiado y ahora ya no va sobre tu exnovio y tu exmejor amiga sino sobre la loca ésta –dijo señalándome- y sus Dos Semanas en el Tibet.
- Qué pesaditas estáis ¿eh? –dije yo, resoplando.
- Hombre tía –dijo Hugo- es que no es normal que tú estés desaparecida. Si ni siquiera cuando te da la Men-O-Pausia te pones así.
- Pero que no me pongo de ninguna manera –dije yo.
- Sí que te pones sí… y yo recuerdo la última vez que desapareciste un par de semanas y luego viniste haciéndote la digna -dijo Raúl.
- ¿Cuándo? –preguntó Hugo.
- Cuando le conoció –dijo Raúl.
- ¿A quién? – preguntó Hugo.
- A él –dijo Raúl.
- ¿A él? ¿A quién él? – preguntó Hugo.
- ¡HOSTIA PUTA TÍA! –grité yo (y sí, los dueños del restaurante nos miraron y sonrieron)- Díselo que me tienes hasta el coño con tu puto rollo de Jessica Fletcher. ¡Me puse así cuando conocí a mi ex, Alberto! Me tiré unas semanas de descanso sin hablar con nadie para aclararme las ideas y saber si estaba enamorándome de él o no y mira SÍ, lo ESTABA. Y AHORA ME PASA LO MISMO. ¿VALE? ¿ESTÁIS CONTENTAS YA? HALA, YA LO HE DICHO.
- Joder nena –dijo Raúl-. Qué huevos tienes. Si encima tendremos que pedirte perdón por ser tan críptica.
- Yo no soy críptica, bonita –le contesté-. Críptico es El Código Da Vinci. Yo soy UN SER HUMANO CON SENTIMIENTOS.
- ¡UN SER HUMANO DE LA SENSIBILIDAD, ERES TÚ! –me gritó Raúl.
- ¡¡DESAHOGÁ!! –le grité a Raúl.

A estas alturas de la conversación ya estábamos casi llorando de la risa y los dueños del restaurante (que sí, que no paraban de sonreír) no sabían donde meterse. Por suerte estaban acostumbrados a nuestro numeritos.

- Qué fuertes me parecéis ambos dos –dijo Hugo-. Te estás volviendo a enamorar.
- Eso creo, sí –dije yo.
- ¿Y de quién, meri? Porque que yo sepa la última persona de la que nos has hablado con la que ha habido algo fue…

Raúl y Hugo se miraron aterrorizados y gritaron a la vez:

- ¡¡¡LA PELIGROS!!! –y sí, lo has adivinado NO TIENE MÉRITO: los dueños del restaurante volvieron a mirarnos y a sonreír.
- No nenas no, La Peligros no.
- ¿La Peligros no? Entonces… ¿¿LA JENNY?? –preguntó Raúl.
- ¿QUÉ JENNY, TÍA? –pregunto Hugo.
- ¡LA PAVA DEL ASCENSOR!
- ¡TE HAS VUELTO HETERA! ¡Qué fuerrrrrrrrte! – dijo Hugo.
- No nenas, no me he vuelto heteras. Pero vamos a ver –dije yo-. Cuando yo os cuento mis cosas y tal ¿vosotras a qué prestáis atención?
- A lo que nos in-Teresa, claro –dijo Raúl.
- Yo la verdad es que la mitad de las cosas que dices pues no les hago ni puto caso porque es que hablas mucho tía –dijo Hugo.
- Vaya par de hijas de la gran puta que tengo como amigas.
- Hijas de bitch nena –me corrigió Hugo-. Hijas-de-bitch.
- A ver, cuando me pasó lo del ascensor y me encontré con La Peligros… ¿A dónde iba yo?
- A ver a tu madre –dijo Raúl.
- A casa de tu… ¿prima? –dijo Hugo.
- No nenas no. Iba a casa de B.
- ¿De quién? –preguntaron las dos a la vez.
- ¡De B, coño de B!
- ¿Y quién es B? –preguntó Hugo.
- ¡Ah calla! ¡Tu follamigo el del Grindr! –dijo Raúl.
- ¡Mira, te voy a dar un gallifante!
- Joder nena –dijo Raúl-. Es que mira que lo haces todo complicado. Te empeñas en liarnos. ¡Haber dicho lo del Follamigo y nos habríamos enterado a la primera! Que a todo lo que incluya “follar” sí que le prestamos atención.
- Pero meri –dijo Hugo-. ¿Te estás enamorando de un follamigo? Eso es una contradicción muy grande ¿eh? Un desafío a las leyes de la naturaleza que puede provocar un descuajaringuidimento de esos del universo.
- Tú tranquila, Stephen Hawkings, que no sé si me estoy enamorando… Eso es decir mucho. Yo sé que me gusta… como hacía mucho tiempo que no me gustaba alguien.
- Ten cuidado nena –dijo Raúl-. Que el amor… el amor… el amor llega así, de esa manera…
- Que uno no se da ni cuenta –continuó Hugo.
- Pues yo sí que me he dado cuenta. Y ahora no sé cómo decirle que me gusta, porque entre lo complicado que es quedar con él y que además está saliendo con La Peligros.
- De hecho, está entrando –dijo Hugo
- ¿Cómo que está entrando? –pregunto Raúl.
- Pues que está entrando por la puerta de este PUTO RESTAURANTE! –gritó Hugo, que era el único que miraba hacia la puerta del local.

Y los dueños del restaurante nos sonrieron y luego fueron a recibir a B y a La Peligros, que acababan de entrar en el puto japonés de los cojones.

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