Capítulo Quince: La Penúltima

Cuando La Peligros entra a un restaurante suelen pasar varias cosas. La primera es que a alguien se le cae una bandeja. Sí, aunque estés en un restaurante japonés giratorio como el que estábamos nosotros, a alguien se le cae una bandeja. La otra es que los que la conocen, piden la cuenta. Aunque no hayan terminado.

Creo que nunca me he sentido más incómodo como en ese momento en que B e Iván vinieron a sentarse a nuestra mesa y Raúl les dijo que estábamos a punto de irnos, que habíamos pedido la cuenta. Era obvio que ni habíamos pedido la cuenta ni estábamos a punto de irnos, y La Peligros no se dio cuenta porque es muy simple para estas cosas pero B sí. Y la cara con la que me miró no me hizo sentir especialmente bien. Él sabía por qué nos íbamos. Bueno, por qué Raúl había decidido que nos íbamos.
Yo no tuve tiempo ni de presentarles, aunque en realidad eso era tarea de La Peligros.
Sin tener la cuenta en la mesa Hugo y Raúl ya estaban de pie junto a la caja esperando a que les cobraran mientras yo me despedía de la parejita feliz y, para mis adentros, me cagaba en todo.
Al ir a pagar sufrimos varias desgracias más (una bajada de tensión que hizo que se apagar el ordenador y tuviéramos que esperar a que se reiniciara, una chica que salía del baño y se resbaló y casi se abre la cabeza contra una mesa y una lata de Coca-Cola demasiado agitada) pero por suerte salimos del influjo de La Peligros antes de que nuestra integridad física corriera peligro.

No habíamos caminado ni media manzana cuando me sonó el móvil. Me había llegado un mensaje de B que decía “Una pena q os hayais ido tan pronto. Me habria gustado charlar contigo”.

- Le gustas –dijo Hugo.
- Claro que le gusto, hemos follado ¿recuerdas? –contesté.
- Ya ves tú, como si follar con alguien hoy en día significara algo –contestó Raúl.
- Pues yo sólo me acuesto con gente que me gusta –dije yo.
- Ya, pero lo tuyo es en plan romántico –dijo Hugo-. No eres capaz de irte a la cama con alguien raro de ver.
- Es que para raras ya os tengo a vosotras –contesté.

Caminamos por Ronda Sant Pere hasta llegar a Plaza Cataluña.

- Oye ¿qué hacemos ahora? –preguntó Raúl.
- Yo me he quedado con hambre –dijo Hugo.
- Aunque hubiéramos estado en el restaurante seis horas, te habrías quedado con hambre –contestó Raúl.
- ¿Vamos a tomar algo? – pregunté.
- Es que es súper pronto – se quejó Hugo.
- Nunca es pronto si la priva es buena –dijo Raúl, haciendo honor a su educación de barrio (marginal).
- Pues vamos a la Penúltima nenas, que mi economía está perjudicada últimamente.

La Penúltima es un local muy majo y muy lleno de gente (bueno, a esa hora no) en el que te venden unos vasos de vermut por un par de euros y que te dejan fina. Vamos, que con lo que te cuesta un cubata en una discoteca allí te pones como Las Grecas, y en estos tiempos de crisis pues eso se agradece.
Allí estuvimos un buen rato charlando, riendo y saludando a los conocidos (que, como comprenderéis, eran unos cuantos).
Vimos a LaOmni (cómo no) y me disculpé por haberme ausentado en su cumpleaños alegando que es que había tenido que ir a una boda en Murcia. Ella, que además de omnipresente es omniprevisible, soltó lo de “¡qué hermosa ereh!” y se rió y se fue. Así, literal: se río y se fue. Tanto dar por culo con el cumpleaños de una tía que se ríe y se va, sin despedirse.

También estaba por ahí Luigi, que esa noche había dejado a su “sosio” (como dice él) a cargo del “ristoraaaaante” y que tenía unas ganas enormes de dejar de hablar con nosotros para irse a magrearse con el madurito interesante que le acompañaba.

Y entonces, entre risa y risa, le vi.

- No me lo puedo creer –dije.
- ¿Qué? ¿A quién has visto? –preguntó Hugo.
- No me jodas que es La Peligros otra vez –dijo Raúl.
- No, La Peligros no es porque aún no se ha incencidado el bar –contestó Raúl.
- Nenas, sentado al fondo, en la esquina, a la izquierda… camiseta azul; junto a una musculoca vestida de negro y un chocho de pelo largo… no os giréis… pero es uno de mis vecinos… ¡que no os giréis hijas de puta!

Era inevitable: las dos se giraron en el mismo momento en que mi vecino (fuera cual fuera de los dos) nos veía. Al principio debió hacerle gracia eso de que las maricas se giraran para mirarle de dos en dos (claro, que si te pones esa camiseta marcando pectorales pues es normal que te guste que te miren). Pero cuando me vio (y me reconoció) se le borró la sonrisa de la cara y empezó a ponerse nervioso.
Hugo y Raúl volvieron a mirarme.

- Eres la hija de puta con más suerte que conozco, zorra –dijo Raúl.
- Nena ¿pero ése hombre es de verdad? – preguntó Hugo.
- Pues el hermano es exactamente igual. IGUAL.
- Hala, como los gemelos de Bel-Ami ¿te imaginas que se la chupan el uno al otro cuando están solos?
- Uy no sé… no tiene pinta de gay –dije yo.
- ¿Hola? ¿Javi? Estamos en La Penúltima, aquí o eres gay o eres marica, no hay más opciones –dijo Hugo.
- Sí que las hay, no me seas estrecha –dije yo-. Aquí hay mucho hetero también ¿eh?
- Hombre, mucho mucho… -dijo Raúl.
- Bueno, alguno hay –dije yo.
- Sí, alguno puede… pero ya te digo yo que ése de hetero no tiene nada –dijo Hugo.
- ¿Y cómo lo sabes, lista? –pregunté.
- Pues porque sólo hay que mirarle. Osea. Sentado con una musculoca, con esa camiseta azul marcándole todo lo que se le puede marcar, y esa sonrisa picarona que ha puesto cuando ha visto que le mirábamos, vamos es que no es gay, es maricón perdío. Y ahora, por la cara que estáis poniendo, intuyo que está detrás de mí y ha oído toda esta conversación…

Y Hugo se giró lentamente para comprobar que sí, que mi vecino estaba justo tras él. De hecho hacía rato que yo le había visto levantarse para venir a saludar pero no quise estropearle el momento a Hugo, que siguió hablando para intentar disimular:

- En la que os estoy diciendo que éste chico es igualito, igualito que mi primo Chema, el del pueblo; que es maricón perdío.
- Hola Javi –dijo el vecino.
- Hola… - Uno, no me acuerdo de los nombres de los hermanos. Dos ¡son gemelos! ¡No puedo saber cuál es éste!
- Soy Manuel.
- ¡Eso! Es que no sabía si eras Manuel o… o… el otro. Jajajajaja – Ay chica, qué quieres, las tres copas de vermut me hacen estragos.
- Fran. Bueno, mi madre te lo presentaría como Paco. Es que le gusta más llamarle así.
- Eso, Paco. Y Manuel.
- O Manolo –dijo él.
- ¡Anda coño! ¡Como Paco y Manolo, los de las fotos! –dijo Raúl.

El gemelo 1 puso una cara así un poco rara y a Hugo y a mí nos dio la risa. En realidad no sé por qué, porque gracia gracia tampoco tenía, pero mira, estamos borrachas y nos reímos de lo que nos da la gana.
Le presenté a Manuel a las dos locas que iban conmigo; le dije, literalmente “las dos locas que te han devorado con la mirada hace un momento se llaman Hugo y Raúl” y ellos se rieron así con esa risa en plan “ay, qué chistoso eres pero qué hijadelagranputa, DESGRACIADA”.

Al poco rato habíamos entablado una agradable conversación entre los cuatro que se basaba en dos temas: lo bueno que está el vermut y el morbo de ver a dos gemelos montándoselo. Pero Manuel, que resultó que era más listo que el hambre, no acabó de decirnos si era gay o no ni si había hecho algo con su hermano o no. Era como preguntarle a alguien del PP si iba a dimitir algún miembro por lo del Gürtel: “Pues mire usted… ni sí… ni no… ni todo lo contrario”.
A la charla se sumaron los dos amigos que estaban con él: Carlos, la musculoca y Sara, la choni. Yo me hice muy fan de Sara la Choni (de hecho se lo dije “Me estoy haciendo muy fan de ti, Sara La Choni” así, con esa gramática mía). Eran un poco estirados pero como nosotros tres tenemos gracia natural pues nos daba igual que no se integraran en la conversación. Manuel, mientras tanto, siguió sin dar muestras de si era hetero, gay o todo lo contrario.
A las dos y pico Carlos y Sara decidieron que se iban a Arena. Hugo y Raúl decidieron que ellas no iban a salir, que al día siguiente querían playa. Manuel me miró y me preguntó: “¿Tú qué haces?” y yo, que quería irme de fiesta pero también quería playa y, sobretodo (tras unos cuantos vermuts más quería follarme a Manuel), respondí:
- Pues no lo sé… es que me iría con vosotros tres a Arena…
- No, yo no voy, me voy a casa que mañana curro –respondió él.
- Ah bueno, es que también quiero ir a la playa mañana así que mejor me recojo ya.
- Pues nada, nos vamos juntos ¡que somos vecinos! Jajajajaja.

Y nadie más se rió. Era hetero. Sin duda.
Nos despedimos todos y todas y nos dimos besos y saludos y algunos “agrégame al Faceboooooook” (que es lo que se dice ahora cuando quieres mandar a alguien a paseo de forma educada –como si tras tres frases en las que no me has dicho ni tu nombre fuera a tener datos suficientes para agregarte al Facebook ¿sabes?-) Manuel y yo comenzamos a caminar hacia la parada de metro.

Fuimos charlando pues de tonterías. De que si qué buen tiempo hace, que si cuánto hace que vives en ese piso, que si qué guay que salgamos por los mismos sitios así podemos recogernos si nos encontramos tirados en la escalera, que si corre que perdemos el metro, que si qué bien esto de tener la parada tan cerca de casa, que si cuidado no manches el suelo que la portera te mata, que si no es tan tarde y no tengo ganas de irme a dormir, que si vente a casa un rato y tomamos algo, que si mejor porque así no despierto a mis padres, que si nos tomamos la última, que si yo pensaba que eras hetero y no me ibas a besar, que si eres activo o pasivo, que si tienes lubricante, que si por quién me has tomado...

Y que si te quedas a dormir después de follarme o te vas a tu casa, que vives aquí enfrente.

No hay comentarios: