Capítulo Diecisiete: Welcome Back

Habían pasado ya dos años desde que Jorge se fue a vivir a Madrid. Dos años que se me habían pasado volando y en los que realmente no le había echado demasiado de menos. Al fin y al cabo hoy en día, gracias a Facebook, Twitter y demás, es imposible no mantener el contacto.
De hecho Jorge y yo nos escribimos mails cada dos o tres días explicándonos cualquier cosa que nos hubiera pasado.
Y ahora ahí estaba yo, en la estación de Sants, esperando a que llegara el AVE de las 19:30 en el que venía él.

Jorge era mi mejor amigo del instituto. Un chulazo de escándalo (con el que sí, tuve un rollo que no llegó a nada y milagrosamente no afectó a nuestra amistad) con el que compartía absolutamente todo; hasta que un día harto de aburrirse en Barcelona se lió la manta a la cabeza y se largó a Madrid a conocer a un novio que se echó por Internet y acabó viviendo allí. Sin el novio, porque lo dejaron a las dos semanas de conocerse en persona, pero más feliz que unas castañuelas.
Durante estos dos años Jorge había conseguido trabajar en la redacción de una revista de hombres muy hombres (a pesar de lo tremendamente marica que es) escribiendo artículos sobre las mejores fiestas de la ciudad (de las que, por supuesto, no se perdía ni una); tenía un blog que había revolucionado la mitad del mundo marica cibernético tal y como lo conocemos (por su mala leche a la hora de hablar de todas sus amigas famosillas); había colaborado en un par de programas de la peor televisión que te puedes echar a la cara (la que le gusta a todo el mundo, vamos). Su próximo proyecto era escribir una novela.

En parte somos lo puto peor porque a pesar de considerarle una de las personas más importantes de mi vida, ninguno de los dos habíamos movido ni un dedo en todo este tiempo para vernos. Él no tenía nada que le hiciera volver a Barcelona ni siquiera en Navidad y a mí no me apetecía nunca viajar a Madrid. Pero nos daba igual, para nosotros los mails kilométricos, las llamadas en plena borrachera o los Twits con insultos varios eran suficientes.

Cuando le vi aparecer entre la multitud que se bajaba del AVE me impresionó lo tremendamente buenorro que estaba. Bueno, Jorge siempre ha estado muy bueno, pero ahora tenía algo especial: no sólo era guapo y tenía cuerpazo, es que irradiaba belleza. Era inevitable que todo el mundo se le quedara mirando y era inevitable que, al abrazarme, todo el mundo pensara una de estas dos cosas:

- Vaya par de maricones
o
- ¿Qué hace un chulazo como tú con un matao como éste?

- Tía, tía, tía, qué ganas tenía ya de verte –dijo él.
- Aún no me puedo creer que estés aquí, la verdad –dije yo, acompañándole a la calle para coger un taxi.
- Pues ¡aquí estoy! ¡De vuelta en la ciudad condal! Qué ganas tengo de pisar la playa.
- Qué ganas tienes de pisar el Circuit maricón, no me engañes.
- Sí bueno, eso también. Me voy a HINCHAR.
- Menos lobos, Paranoika.

Salimos de la estación por el lado contrario a la parada de taxis y caminamos unos metros por la calle Tarragona para coger un taxi libre. Que el que hace cola en Sants entre guiris y abuelas es porque quiere perder tiempo y pagar el recargo. Le di la dirección de mi casa (porque evidentemente mi amigo se iba a quedar allí estos días) al taxista y Jorge tardó cero coma en sacar el tema. No me dio ni tiempo a acostumbrarme a tenerle a mi lado.

- Bueno ¿ya te ha contestado?
- Todavía nada. Lleva todo el día Offline en el Grindr y ni me ha llamado ni me ha mandado un mensaje ni nada de nada.
- Ya te dije yo que un ultimátum no iba a funcionar con él, no es de esos.
- Pero si no le conoces de nada, qué coño vas a saber cómo es.
- Coño, porque no le conozco a él pero conozco a los tíos como él. Son muy majos, muy divertidos y super agradables; se encoñan con facilidad y además son el tipo de tío que te vuelve loco pero NO QUIEREN NADA SERIO.
- Pero si es que yo no le he pedido nada serio.
- Espera ¿cómo era lo que le dijiste? Ah sí: “B, necesito saber si esto va a alguna parte…” Eso a mí me suena a algo serio.
- A mí también –dijo el taxista.
- ¿Ves? –dijo Jorge.
- ¡Oiga! –exclamé-. ¿De verdad os lo parece?
- Sí –dijeron los dos.
- Pues fíjate… yo no me refería a eso… osea, yo no veo a B como mi novio ni nada por el estilo… que yo ahora no quiero un novio… ¡pero si me estoy follando a mi vecino el gemelo, que está tremendo!
- Por cierto, que a ése me lo tienes que presentar que quiero ver si de verdad está TAN BUENO como dices. Pero no cambiemos de tema: quieras un novio o no tú aún no has superado tu men-o-pausia y le has asustado –continuó Jorge.
- Que no se ha asustado, que él a veces hace estas cosas.
- ¿El qué? ¿Ignorarte porque le has dicho algo a lo que no se atreve a contestar?
- No. Mira tía, lo que yo tenga o deje de tener con B es una cosa mía…
- Pues si es una cosa tuya no nos lo cuentes a los demás, haz como que no pasa nada y no nos meteremos. Pero como tú si no lo cuentas es como si no te hubiera pasado pues te jodes y aguantas lo que te tengamos que decir. ¿A que sí? – le preguntó al taxista.
- Mi mujer es igual –respondió el hombre-. Se pasa el día criticando a sus amigas y cuando le digo que haga algo y deje de quejarse me dice que yo no me meta.
- Si es que no hay quien las entienda –dijo Jorge.

Al poco rato el taxi se paró delante de mi casa. Yo conseguí manejar la situación con inteligencia y sacar temas de conversación totalmente banales que entretuvieran a Jorge y a su nuevo mejor amigo taxista para evitar exponer mi situación personal ante un completo desconocido que parecía estar dispuesto a aconsejarme exactamente todo lo que tenía que hacer para conseguir que B me respondiera al ultimátum sin salir perjudicado.
Lo curioso del tema es que yo no consideraba haberle dado ningún ultimátum a B. Habían pasado ya unas semanas desde que dejó a La Peligros y me dijo que pensaba mucho en mí, y habíamos quedado varias veces para ir a tomar algo, para salir de fiesta y para follar, pero sin sacar nunca el tema; entre otras cosas porque yo estaba totalmente descolocado por sus reacciones. Mira que yo he visto muchas cosas en el mundo gay pero me sorprendía que un tío dejara a su novio, me dijera “pienso mucho en ti” y luego se fuera a follarse a un turco, un búlgaro, un rumano, un rubio, un moreno, dos pelirrojos, un sueco, tres italianos, dos menores y un negro con una polla que casi le desencaja la mandíbula. Sí, me lo contó así de literal y sí, llevo la cuenta de los tíos con los que se acostado.
Y a todos esos sumadme a mí.

Pero claro, tampoco es que yo me haya cortado un pelo. Mis aventuras con Manuel, el gemelo, seguían adelante. De hecho estaba empezando a ser un poco agobiante porque el chaval se pasaba casi más tiempo en mi casa que yo. Sobretodo desde que descubrió que saltar desde su lavadero al mío era tremendamente fácil, que imagínate el susto que me di el otro día al llegar a casa por la noche y encontrármelo en pelotas en el sofá viendo la tele (susto por el que luego me compensó dos veces y una mamada).

De hecho esa faceta Spider-man que el chico había desarrollado era algo que Jorge y yo íbamos comentando mientras entrábamos en casa y menos mal que mi amigo ya estaba sobreaviso porque, efectivamente, estirado en el sofá como su madre lo trajo el mundo estaba Manuel.
Al verle Jorge soltó un suspiro y me dijo:
- Tía, no hacía falta que me compraras nada.

Manuel saltó corriendo del sofá y fue a la habitación a ponerse la ropa sin decir ni una sola palabra (ni gestos ni miradas apasionadas). A mí me dio la risa y tuve que ir a buscarle para presentarle a Jorge.

- No sabía que ibas a venir con alguien –dijo Manuel, subiéndose los boxers de Superman que su madre le había comprado en un H&M.
- Te dije que hoy venía mi amigo Jorge y que se quedará en casa unos días; así que no te me cueles en casa, que esto no es Siete Vidas y yo no soy Amparo Baró.
- Tú eres más Javier Cámara, nena –dijo Jorge, desde el sofá.
- Tú calla, borracha –le grité.
- ¿Entonces no vamos a poder follar? – preguntó Manu, poniéndose la camiseta.
- Sí, claro que vamos a poder follar. Es más, voy a invitar a Jorge a que se dé una ducha antes de ir a cenar –esto lo grité, para que me oyera desde el salón- y tú y yo vamos a echar un polvo ahora mismo.
- Tranquilos, por mí no os cortéis. ¿Va a venir tu amigo y vecino Spiderman a cenar con nosotros?

Yo miré a Manu, que se encogió de hombros y puso cara de “me suda la polla, si pagas tú voy” y contesté que sí. Él se subió al colchón y lo cruzó a cuatro patas hasta quedar justo delante de mí, empezó a bajarme la cremallera del pantalón y a comerme la polla por encima del slip.

- ¿Cuál es mi habitación, Javi? –preguntó Jorge.
- La del fondo a la derecha –le respondí.
- ¿No vas a venir a enseñármela, hija de la gran puta? – exclamó indignado.
- Ahora mismo no puedo –dije yo, mientras Manuel me sacaba la polla del boxer y empezaba a darle lametones-. Pero cómo eres de cerdo… -le susurré.
- Ok, no quiero saber que está pasando ahí dentro. Me voy a la ducha.
- Tómate tu tiempo –le gritó Manu a Jorge (obviamente sacándose mi polla de la boca).
- No sabía que los superhéroes eran tan putas -contestó Jorge.

Yo cerré la puerta del dormitorio y me quité toda la ropa. Al sacar el móvil del bolsillo y dejarlo sobre la mesita vi que en la pantalla del iPhone aparecía una notificación.

Alguien me acababa de hablar por el Whatsapp.

Era B.

“Mensaje de B: Te quiero…”

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